Alain Touraine (quien naciera un 03 de agosto), sociólogo francés, dijo en unas jornadas sobre pobreza y migración en el año 1992 y consignado en un artículo de El País (07 de febrero del mismo año), lo siguiente: «Es más fácil mantener una economía mundial con segregaciones fuertes que intentar la integración de las culturas».
Indicando también que son las fuerzas policiales y «los poderes económicos y administrativos, [los] que aíslan a estos colectivos en auténticos guetos».
En el siglo XXI y a 100 años de que Ghandi promoviera la desobediencia civil, los Estados siguen demostrando una predilección por la economía capitalista y neoliberal, donde la diversidad cultural solo es valorada para conseguir mano de obra a menor valor por parte del mundo privado. Son aislados los esfuerzos públicos y siempre dependiendo más de la voluntad individual que de políticas públicas sólidas e intersectoriales permanentes.
Las manifestaciones pacíficas que fomentaba Mahatma Ghandi fueron fuertemente reprimidas mediante la violencia estatal, por medio de la fuerza pública policial. En Chile, lamentablemente, también sabemos de esto. También sabemos de los guetos de los que hablaba Touraine hace 20 años.
La mayor riqueza de un Estado debiese estar en la diversidad de sus naciones, pueblos y ciudadanía. Se alaban nuestros paisajes de múltiples colores, de una importante diversidad de flora y fauna, de clima y gastronomía. Pero al momento de hablar sobre la Constitución, ésta sigue siendo monocromática.
Las naciones y pueblos originarios que nos anteceden han sido reprimidas desde la conquista y sus diversas expresiones de colonialismo, que siguen primando hasta el día de hoy. Y sus tradiciones han sido promovidas como verdaderos guetos folclóricos.
Si sabemos que el racismo discrimina, persigue y violenta, bajo la ideología de la superioridad, entonces qué sucede en Chile cuando mueren mujeres migrantes de camino a un centro de salud, o cuando los hermanos haitianos pierden beneficios por dificultades idiomáticas, o cuando se habla de conflicto mapuche para describir actos violentos e incendiarios y no de las legítimas demandas por territorios ancestrales. Entonces, cuando una turba civil actúa bajo la inacción estatal y luego de que la autoridad dijese, un día antes, tener la convicción de que esto podía agravarse, cómo no va a ser racismo.
El racismo en Chile es también cultural, por origen ancestral, por país de procedencia y condición económica, promoviendo periferias y guetos para personas que son indígenas, migrantes o pobres.
Pero, también, el racismo en nuestro país es de algún modo curricular. Si el sistema escolar y su respectivo currículum sigue priorizando la estandarización por sobre una educación inclusiva y comprometida con los derechos humanos, pasará lo que está sucediendo en este contexto de pandemia.
Como ha denunciado la Red de profesores y profesoras de filosofía (REPROFICH), tenemos que estar alertas nuevamente, desde las artes y humanidades. Esto debido al documento de orientaciones para la priorización curricular que señala que “En todos los escenarios, el Plan de Estudios tiene que incluir las asignaturas de Lenguaje y Comunicación (Lengua y Literatura) y Matemática, con las horas asignadas en el Plan de Estudios vigente”. El foco sigue estando en darle continuidad al sistema vigente y no, en favorecer la reflexividad crítica promoviendo el respeto por la dignidad de toda la población, mediante los importantes aportes de asignaturas que no responden a dicha estandarización, pero sí favorecen la transformación social.
Además, sabemos que la asignatura Lengua Indígena (por dar un ejemplo) todavía es implementada sólo en algunos establecimientos y no en todo el territorio nacional. Esto se da porque, también en este caso, no se establecen políticas públicas respetuosas en su plenitud del Convenio 169 de la OIT.
La idea de que existan asignaturas superiores favorece la diferencia existente en remuneraciones, en prestigio social y en inversión pública para la integralidad de la formación pre-escolar, básica y de enseñanza media.
En el discurso de la Cuenta Pública 2020 se señala que “Poner la calidad de la educación en el centro de nuestras prioridades es una responsabilidad ineludible en que un sistema permita que tanto el Sector Público como la sociedad civil aporten a un Sistema de Educación que garantice libertad, calidad, equidad y diversidad”. Yo me pregunto, entonces, ¿qué garantiza el Estado cuando implementa políticas discriminatorias que sólo siguen profundizando los altos niveles de desigualdad en el país? Como si los impuestos que financia la sociedad civil ya no estuviesen incorporados dentro de ese llamado sector público, es decir, aportamos dos veces. Pero no podemos participar de las decisiones más fundamentales.
Pero el discurso también centra su atención en la tecnología 5G y la Fibra Óptica Nacional. Sin discutir la importancia de avanzar en la era digital, sigo proponiendo considerar la relevancia de hacerlo mediante una debida Hospitalidad Digital (concepto que propongo desde el 2016), reduciendo brechas, con enfoque de derecho y en pro de una alfabetización digital no esclavizante. Para que no suceda lo que nos señalaba Alain Touraine en el 2001 (recogido en artículo del medio ABC en España, el 18 de junio del mismo año) cuando indicaba que “estamos más cerca de Internet que de los hombres [y mujeres] que hay al otro lado”, debemos poner la atención en la ciudadanía y sus necesidades, más que en las demandas de la economía imperante.
La educación para la paz en contexto de la desobediencia civil liderada por Ghandi, nos invita a la no violencia en todas sus formas, también evitando la proliferación del racismo cultural y curricular.
Juan Alejandro Henríquez Peñailillo
Profesor de Filosofía
Autor de www.filopoiesis.cl