La década de los sesenta es uno de los periodos más interesantes en la producción filosófica chilena, principalmente desde el Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile, donde convivían las figuras de Félix Schwartzmann, que una década antes había publicado «El sentimiento de lo humano en América» (1951 y 1954); Joge Millas -tal vez el principal protagonista de la segunda mitad del siglo XX- que en 1962 publicaba «El desafío espiritual de la sociedad de masas»; Juan Rivano que publicó «Entre Hegel y Marx: mitología de la importación» (1962), «El punto de vista de la miseria» (1965) y «Cultura de la servidumbre» escrito en 1967 y publicado en 1969; Humberto Giannini con «Reflexiones acerca de la convivencia humana» (1965); y luis Oyarzún con «Temas de la cultura chilena» (1967).
Sobre Rivano podemos decir que su estilo de escritura y su praxis transformadora al interior de la universidad, constituyen una muestra de radicalidad que exige asumir una suerte de militancia filosófica sustentada en una concepción ideológica que le permiten desarrollar su pensamiento crítico.
Como han observado algunos investigadores, el pensamiento de Rivano se va colocando del lado de las corrientes críticas, en el sentido de que son oposiciones al orden establecido en el pensamiento, desde las visiones sociales presentes en la época que le toca vivir, abriendo una tematización sobre las condiciones de miseria en las que habitan los ciudadanos de los países tercermundista.
Rivano se declarará en contra de ciertas corrientes de pensamiento eurocéntricas, su rechazo no será del mismo grado de oposición a todas éstas, de hecho, la filosofía marxista le servirá para afirmar su concepción materialista, aunque no se hace parte de ese latinoamericanismo vinculado a concepciones nacionalistas que ven el marxismo una amenaza. Este filósofo chileno en su valoración por el humanismo marxista se encuentra en esa línea creciente de aceptación del marxismo. Hay que considerar que no es un marxista acrítico, como se le ha querido presentar en el medio filosófico chileno, en donde suele ser comprendido como un pensador ideológico.
Un elemento útil para justificar esta idea de que no es un marxista acrítico, aparece en su revisión de autores europeos, en donde no va a aceptar algunos postulados de Althusser, Gorz y Marcuse, a los que nombra como comunistas europeos para separarlos del comunismo tercermundista, en su característico tono polémico e irónico dice: «Pero, a los señores Althusser, Gorz y Marcuse nadie les dice en este continente de inteligentes subdesarrollados que son los tres mosqueteros del status quo» (1969). Según la interpretación de Rivano, estos teóricos aludidos están asumiendo la disminución del potencial revolucionario del proletariado, el aburguesamiento es calificado de «comunismo rico» en la postura política de la izquierda eurocéntrica.
Así va apareciendo un pensamiento radical que se va situando críticamente frente a los neocolonialismos presentes en el academicismo, señala en el texto publicado en el 69: «La explicación es simple y nos pone en la trillada pista del arribismo, el perplejismo, el servilismo y ante el oportunismo histórico de nuestras élites».
En este libro («Cultura de la servidumbre») que hemos venido citando, hará una crítica todavía más decidida a la que venía haciendo en sus obras anteriores. Nos va mostrando cómo el servilismo de nuestra élite intelectual procura la mantención del sistema de dependencia, dominación o servidumbre, ya sea por conveniencia, ignorancia o temor, de ahí que se requiera de una transformación del intelectual. No es común arriesgarse con una crítica de este tipo dentro de la academia, salvo que haya una transformación profunda de las concepciones y creencias, por parte de quien realiza la crítica. Una denuncia crítica que va en contra de la estructura institucional de la que se es parte, requiere de una valentía y compromiso honesto. irrumpir con una crítica de este tipo, es claramente «arriesgar el pellejo» a partir de la atención que se le presta a la sociedad y a sus cambios, hay en esto una lectura de la historia y de sus voces. Tenemos aquí, como ha dicho Iván Jaksic, en «Académicos Rebeldes», a un profesor que se rebela a la condición de servilismo, asumiendo una perspectiva teórica, y una también una práctica, liberadora.
A diferencia de otras filosofías de la liberación, como la Argentina, y con esto, cercano a los planteamientos más radicales de Augusto Salazar Bondy, en Rivano, aparecerá un anti eclesialismo, realizando una crítica al jesuitismo, desligándose disciplinariamente de la teología, y en sentido práctico desconfiando de la «caridad» cristiana en nuestro continente. Hay una convicción de que la filosofía ligada a la teología sufre desmedro. Esto aparece, más recientemente, en los planteamientos de Castoriadis cuando advierte: «Pensar no es la ocupación de los rabinos, los curas, etc, sino de los ciudadanos que quieren discutir en un espacio público».
En síntesis, siguiendo a Rivano, el intelectual servilista tendría algunos compromisos de reproducción ideológica en aquello que denominó como mitos. Algunos de estos mitos importados son: el individuo, los valores, la inteligencia, la verdad, Occidente, la universalidad y la historia. Son estos mitos los que van haciendo la historia del servilismo, debido a que tienen un accionar ideológico que encuentra reproducción en las élites seducidas por la imitación y el «nivel europeo». La filosofía al interior de los centros de formación orientados al lucro por las políticas neoliberales con la excusa de la profesionalización competente, se ha dedicado, a lo más, a hacer reinterpretación de los autores rescatados en las instituciones universitarias de los autodenominados países centrales. Es triste y dañina aquella competencia filosófica que se define más por la recepción de obras que por la producción de pensamiento. Un ejercicio interesante resulta ponerse a pensar que cierto tipo de transferencia de ideas puede ser leída como subordinación ideológica cuando no se hace una apropiación crítica.