Estamos a 75 años del lanzamiento de dos bombas atómicas hacia Japón, en Hiroshima y Nagasaki (09 de agosto esta última), por parte del poder hegemónico, político y militar, de Estados Unidos. Un atentado contra la humanidad que demuestra, una vez más, cómo el poder enceguece a quien lo ocupa para debilitar a los y las que no lo tienen. Misma cantidad de años desde que se oficializa la Carta de Naciones Unidas, que posteriormente trajo como resultado, la construcción de un sistema internacional de los derechos humanos desde su Declaración Universal, Pactos internacionales, Cortes y Convenios (como el 169 de la OIT), de los cuales, éste último y una gran mayoría han sido suscritos por el Estado chileno.
Una relación que no es menor si analizamos el contexto nacional, dado que hemos pasado de una declaración de guerra “contra un enemigo poderoso” en octubre 2019 a una permanente militarización del territorio ancestral del pueblo y nación Mapuche. Como escribiese el poeta cubano José Lezama (quien falleciera un 09 de agosto) en su obra magna Paradiso, diciendo que “La otra era la noche subterránea, que ascendía como un árbol, que sostenía el misterio de la entrada en la ciudad, que aglomeraba sus tropas en el centro del puente para derrumbarlo”, donde lo subterráneo se entiende como figura de la resistencia (o estallido social, ¿por qué no?, también en Wall Mapu).
Entonces, ¿cuáles son los desafíos para una verdadera transformación social, cultural y política? De seguro que hay respuestas para el corto y largo plazo, pero cualquiera de ellas va acompañada por la reflexión en torno al no cumplimiento de dichos convenios suscritos por Chile.
Para una transformación social y evitar, entre otras cosas, que se repitan los ataques racistas de la última semana, es imperioso dar cumplimiento al compromiso para con el Plan mundial de Educación en Derechos Humanos proclamado en diciembre del 2004, el cual se encuentra en su cuarta etapa (2020-2024) que “se centrará en los jóvenes, haciendo especial hincapié en la educación y formación sobre la igualdad, los derechos humanos y la no discriminación y en la inclusión y el respeto de la diversidad con el fin de construir sociedades inclusivas y pacíficas”. Aunque el cambio se logrará en las próximas generaciones, es urgente fortalecer las políticas públicas en nuestro sistema educativo, evitando seguir priorizando la estandarización evaluativa tendiente a la competitividad y el individualismo.
Si pensamos en la transformación cultural, vuelvo a escribir sobre la importancia de fijar la atención en la enseñanza desde una pluralidad de lenguas e idiomas, ya que es desde la oralidad y la palabra escrita desde donde los pueblos logran mantener su identidad y cosmovisión. Y no olvidemos que poder hablar en la lengua materna es, también, un derecho. Nuevamente nos encontramos con aquel desafío del párrafo anterior.
Sobre esto último (desde otra mirada, por supuesto), podemos recordar la relevancia del uso local de una lengua occidental como la nuestra. Me refiero a su uso desde lo rural, tan presente en la escritura de una de las cinco mujeres que han recibido el Premio Nacional de Literatura, Marta Brunet (siendo un 09 de agosto su natalicio). Como escribiese en Humo hacia el sur “…La tierra no es humo: es tierra y no traiciona nunca”. Y en Montaña adentro (donde en una parte alude al odio y miedo a Carabineros por parte de fiesteros campesinos cuando los sacaban a “rebencazos y empellones” cuando alargaban las fiestas) la escritora avala el uso, hasta poético, del lenguaje local y rural “La carta que t’escrebí / en un pliego e papel / verís cuando la estés lendo / lágrimas se t’han de quer…”.
Ya, entonces, Marta Brunet fue criticada por sus pares (incluso por Gabriela Mistral) por no ceñirse a lo tradicional. Pero es innegable que el lenguaje representa lo más profundo de una identidad cultural y no se puede traducir con simpleza, primero debe decirse desde su sentido más originario.
Por último, para hablar de la transformación política, estamos ad-portas de un momento único. Un proceso constituyente que abre la puerta a la tan necesaria configuración de un Estado plurinacional, que permita la autonomía dada por la autodeterminación resguardada por aquel Convenio 169 de la OIT ya mencionado.
Eso nos invita a reflexionar sobre cómo los que ostentan el poder para sí, dejando de lado la sabiduría ancestral de distintas culturas respecto a la comunidad, la reciprocidad y la libertad, siempre buscarán la forma de acallar a quienes ven como un riesgo para sus intereses. Es cosa de acordarse del encarcelamiento de Gandhi (también un 09 de agosto) por parte de los británicos, buscando silenciar su proclamación de la desobediencia civil y pensando que acelerar la muerte bastaría. Sin saber que para su cultura y creencias la vida es eterna, como retrata Hermann Hesse (quien muriese un mismo 09 de agosto) en Siddharta al escribir “[…]En ese momento sentía más profundamente que nunca el carácter indestructible de toda la vida, de la eternidad de cada instante”.
Pero también en estas fechas recordamos uno de los escándalos de corrupción más grandes del último siglo, el llamado Watergate, que provocara la renuncia un día 09 de agosto, de un presidente estadounidense, Richard Nixon. Y que ha inspirado una importante cantidad de escándalos de corrupción política en Chile (sin renuncias de por medio, claro está).
Confirmamos que, en contexto de la reciente conmemoración del día internacional de los pueblos indígenas, debemos trabajar en pos de lograr una profunda transformación social, cultural y política, que garantice el pleno goce de sus respectivos derechos. Encaminando la plurinacionalidad y autonomía requerida, desde la autodeterminación (con los requeridos mecanismos de consulta exigidos) y logrando una permanente educación en derechos humanos.
Juan Alejandro Henríquez Peñailillo
Profesor de Filosofía
Autor fundador de www.filopoiesis.cl
Miembro de www.reedh.cl