Por fin pude ver la famosa escena del estudiante arrojándole un escupo en la cara a Michelle Bachelet y la verdad es que –luego de horas enterándome de lo transversalmente impopular que resultó la acción del joven- hay algo que me sorprendió más que su escupitajo: La nula capacidad de todos quienes repudiaron el hecho de preguntarse qué motivó esa agresión.
Por ahí alguien hasta publicó una nota sobre las consecuencias en términos de salubridad que puede tener el recibir un escupo, pero ninguno de los que salieron a limpiarle el honor a la ex mandataria se cuestionó algo tan simple como necesario: ¿De qué estaba alimentado ese pollo?
Pensé en el que le lanzó al ataúd de Pinochet el nieto del General Prats y la comprensión del acto que hicieron pública algunos líderes de la Concertación, como Soledad Alvear o Sergio Bitar; o el silencio que guardaron estos mismos cuando al alcalde Labbé le llovieron babas ajenas en la votación que lo sacó definitivamente del cargo. Para no perdernos, declararé de inmediato que ambos escupos me parecen poco para lo que se merecen estos dos proyectos de hombres, culpables de torturas y asesinatos ocurridos durante la dictadura. Hecha la aclaración, vuelvo al tema: En estos dos casos, la misma acción realizada por el joven ayer en Arica, además de ser validada, generó preguntas, motivó ser explicada, se le buscó la razón que la originó.
He escuchado y leído crucificar la acción del estudiante a muchos a quienes hace poco oí tratar de absurda la ley que busca agravar los insultos contra carabineros y hasta problematizar acaloradamente sobre las razones que llevan a alguien a agregarle un apellido al famoso paco. Para no perdernos, declararé de inmediato que adhiero a aquella publicidad que circula por las redes sociales planteando que decir paco y no decir culiao es una contradicción hasta biológica. Hecha la aclaración, vuelvo al tema: En este caso, una acción similar a la realizada por el joven ayer en Arica, nuevamente genera preguntas, motiva ser explicada, se le busca la razón que la origina.
Lo más cercano a un cuestionamiento fueron las declaraciones del senador PPD Guido Girardi -que también vivió una situación similar el pasado 1 de mayo- quien no dudó en asignarle a “una campaña orquestada de la derecha” esta acción. Aparte de ese delirio, sería.
Hagamos entonces un poco más de sinapsis y démosle una vuelta al asunto. Tras su acción, el manifestante lanzó consignas en favor de los estudiantes. Es probable entonces que, para salir volando, ese pollo se haya estado alimentando desde el 2006 en la boca censurada de los estudiantes reprimidos y traicionados por Bachelet. Es un pollo hijo de Pinguinos, que con suerte pudieron ponerle algo de Música a la fiesta que organizaron -pero a la que no fueron invitados- con el Jarrazo a la ex ministra de Educación.
¿Es un caso aislado o es más bien el síntoma de una urgencia en lista de espera que la doctora Bachelet se dedicó a silenciar con electroshock en manos de Fuerzas Especiales y de los medios de comunicación? ¿No fue acaso su traición al movimiento de los secundarios lo primero que le vomitó otro estudiante hace unos meses en el aeropuerto a su llegada a Chile? ¿No es eso lo que se puede leer en demasiados carteles en cada marcha por la educación? ¿No es acaso el rechazo a la Concertación y Bachelet algo que trasciende a los estudiantes y que llega hasta el alma de cientos de víctimas del terremoto, quienes aún esperan una disculpa de la ex mandataria que ayude en algo a aliviar la pena que no se pudo llevar el mar?
Tras el escupitajo, el estudiante habló también del pueblo Mapuche. Y sin temor a equivocarme imagino que se refería a los enjuiciados por la Ley Antiterrorista, a la huelga de hambre de la “Chepa”, a la militarización de La Araucanía, a los niños golpeados y heridos a bala, a los muertos, a Matías Catrileo y –estoy seguro- a José Huenante, el primer detenido desaparecido en Democracia ninguneado por Michelle Bachelet.
Independiente de los legítimos y comprensibles juicios que se puedan hacer a la agresión, omitir preguntarse por las razones que la motivaron es querer tapar el sol con un dedo, es lo más simple cuando algo así nos encandila. Pero lo cierto es que los que hace 10 años no decían ni pío crecieron y aprendieron a golpes. Antes que ese pollo estuvo la gallina. Fue ella quien los alimentó con lo que quedó del festín que se dio junto a esos gallos soberbios que por entonces se jactaban de sus crestas rojas. Las mismas que con el tiempo se les fueron decolorando y que hoy vuelven a teñir para continuar con la fiesta.
Por Daniel Labbé