Por Simón Rubiños Cea
Restan días para el inicio de las campañas de cara al plebiscito constituyente, aún programado para el 25 de octubre. Cada comando alista sus estrategias, donde el Apruebo cuenta con un apoyo mayor al 70% según las últimas encuestas, mientras que la otra opción se mantiene por allá lejos, en un enésimo plano, buscando cómo conservar el statu quo bajo el sofisma que de imponerse, implementarían las reformas para responder a la sociedad. No obstante, la propuesta opuesta al Apruebo tiene un problema estructural: sostener la Constitución actual para reformarla corresponde a la misma estrategia que alentó el descontento.
De todas maneras, dicho bloque sigue compitiendo, y el tiempo que queda hasta la votación, se corra o no, aún les da un margen de maniobra, más aun con el cambio de gabinete y la virtualidad de las campañas debido a la pandemia. La incorporación de los últimos liderazgos parlamentarios y de figuras fuertes en algunos ministerios llegó atada junto a una espuria petición de no manifestar las posturas respecto al plebiscito, tan espuria que el gobierno ya evalúa levantar la restricción, al menos a nivel personal y no como opinión oficial, por más que se derritan por hacerlo.
Hay que ser claros, y no pecar de ingenuo como hace Fuad Chahín (DC) al pedirle al gobierno que salga públicamente a apoyar el Apruebo si Piñera ha sido capaz de apropiarse del plebiscito. No. El que se levante la restricción a nivel ministerial permitirá al gobierno polarizarse artificiosamente, con lo cual actuarán como caja de resonancia, dándole espacio a la opción minoritaria de aparecer y aparecer, así como Lavín en los matinales, abriendo un flanco para aumentar adeptos. Un riesgo en lo anterior, sostienen especialistas, es que se abre también un espacio para críticas por la cooptación de instancias oficialistas en favor de la opción opuesta al Apruebo, pero es un costo que claramente el gobierno está dispuesto a asumir.
También, la modalidad virtual de las campañas es otro aspecto a cuidar. Primero, porque el despliegue cara a cara era un capital importante para el Apruebo. Y segundo, la legislación vigente no tiene restricciones al respecto, y si con las leyes existentes han hecho lo que han hecho, ¿obrarán bien los opositores a la aprobación sin ley que les restrinja?
Si bien en Chile impone límites de inversión en campañas, las redes sociales no. Por lo anterior, nos veremos asediados de publicidad a nombre de particulares y empresas apoyando a los minoritarios, así como bots, humanos y virtuales, noticias falsas, posverdades y otras artimañas para promocionar dicha postura. Si les ha dado lo mismo por 47 años, ¿por qué ahora les van a importar los medios para ganar? Al menos Facebook permitirá saber quién y cuánto pagó por promocionar algo, aunque claramente ya sabrán como burlar dicha situación.
Aviso: se vienen los mensajes de miedo, de inestabilidad, recesión, que el desempleo, que el ahorro fiscal, que el narcocastrochavismokirschernismo quiere acabar con el jaguar indefenso y cuanto desvarío se les ocurra, expuestos en todos los medios posibles. Ahora, si vemos el patrón que ha seguido el gobierno, es probable, muy probable, que algún funcionario cometerá un error, y así como hace unos días salió uno con una imagen de Pinochet, no faltará quien dé pie y evidencie las operaciones gubernamentales por la otra opción.
Pero ya. Si bien las acciones y estrategias que asuma el bloque que defiende las cosas como están deben ser de cuidado, al igual que el porcentaje que les apoya, la atención debe ser menor.
Es más relevante reconocer que si bien el Apruebo tiene un alto porcentaje de apoyo, no significa que esté todo ganado, sino, implica estar más conscientes que nunca que vamos a cambiar la Constitución que fuera impuesta durante la noche. Esta consciencia demanda además un trabajo activo y proyectivo en diversas aristas, siendo la primera, y más importante, coordinar los esfuerzos para que la opción que acompañe la aprobación sea la Convención Constitucional y no la otra.
Retomando, cambiar la Constitución abarca lo político, social, cultural, económico, ambiental y una lista de cosas que componen el marco donde cabe toda y cuanta cosa define Chile. Para esto, para construir una nueva constitución, debemos conversar y tomar los puentes tendidos desde octubre y reconocer los aspectos que llevaron al hartazgo, para prevenirlos y así condensar un horizonte al cual alcanzar, no para las personas de ahora, sino para quienes vengan después.
Sin embargo, la Constitución que dejemos debe ser sincrética y contener lo justo, incluyendo lo suficiente para asegurar el tránsito de una anocracia hacia una democracia, con una participación ciudadana y derechos básicos garantizados como la educación, la salud y la vivienda, y no solo al acceso a éstas como ha sido hasta ahora.
¿Cómo así que la Constitución no debe ser extensa? Porque el mayor detalle en su articulado no asegura su cumplimiento, sino veamos la Constitución colombiana, cuyos 380 artículos y los tantos transitorios y reformas posteriores fueron tan aplaudidos que quienes han gobernado con ella se volvieron sordos, y el ejercicio del poder va de la mano con la Corte Constitucional producto de las permanentes violaciones a los derechos allí consagrados.
Pero ojo, tampoco tiene que ser reducida, porque, por más que se haya insistido en el laissez faire y la desarticulación del Estado, el propio empresariado y la élite político-económica del país se pusieron en vergüenza a nivel mundial abusando de lo anterior.
Tenemos el desafío y la responsabilidad de sentar las bases para construir un nuevo modelo-país, de estar nuevamente a la vanguardia mundial como fuera para el neoliberalismo, pero esta vez para bien. El cambio constitucional debe venir acompañado además de un cambio de paradigma que también debemos conversar.
Si seguimos en el sofisma que el desarrollo depende del crecimiento económico, agotaremos Chile en cosa de años, ya que para responder a las recomendaciones expertas de que al país le hace falta más industria, las magnitudes de ello nos llevarán al colapso y al agotamiento de los recursos en el territorio.
En este sentido, además de cambiar la Constitución, debemos pensar una nueva relación entre sociedad y territorio. Claramente eso algo que debemos conversar desde ya. En lo inmediato, la ventana de oportunidad está abierta para concretar cambios al modelo, hacia cualquiera que nos pongamos de acuerdo, pero los cambios no vienen de la mano con la nueva Constitución, sino que esta será una llave para ello, y si no hacemos el trabajo, alguien lo hará a su conveniencia como lo fue durante la dictadura.
Justamente por esto es que tenemos que ponernos de acuerdo, para abandonar la inmediatez y proyectar un país donde quepamos todos y todas, asegurando las condiciones para una vida digna, cosa que cuando vuelva a haber una pandemia, no tengamos que recurrir otra vez a nuestros ahorros pensionales para salvar la situación debido a la soberbia y a la sordera de quien tenga el turno en La Moneda.
Tenemos harto que hacer. Lo que se nos viene por delante nos llama a prepararnos para el debate constituyente, ya que es necesario pensar los horizontes y el bienestar que queremos alcanzar.
Y si no fuese suficiente, se vienen varias elecciones en el corto y mediano plazo. Así, además de tener la responsabilidad de hacer una nueva Constitución de la cual sentir orgullo, debemos elegir a quienes administrarán sus años más críticos, los primeros, los de legitimación. Y en primera instancia, el escenario va a ser complejo, porque quienes han gozado y sostenido casi congelado el coeficiente de Gini durante las últimas décadas lo van a poner así. Pero en pedir no hay engaño, y a estas personas también va el llamado: si nosotros debemos estar a la altura del desafío, ustedes también tienen que estarlo.
La legitimidad del país está en juego, y el nuevo modelo que nos permitirá erigir la nueva Constitución tiene que contar con el apoyo transversal, de manera altruista, porque a todas y todos nos debe convenir. Y cuando gane el Apruebo y la Convención Constituyente, en la fecha que sea, porque así será, los mensajes no deben ser de alarma y reproche como tanto se acostumbró la élite político-económica, sino de decir “bueno, hagamos esto bien”.
Simón Rubiños es Coordinador del Grupo de Investigación en Desarrollo Territorial, Paz y Posconflicto (GIDETEPP-UNAL); Investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) e integrante del GT-CLACSO Territorialidades en disputa y r-existencias. [email protected]; [email protected]