Las masivas movilizaciones ciudadanas de Brasil y Turquía deben ubicarse como nuevas expresiones de la oleada de indignación que se registran desde el año 2011 en diferentes lugares del mundo. Ellas han logrado triunfos parciales pero sin alcanzar cambios políticos de fondo. En las dos grandes economías las reacciones de sus gobiernos fueron diferentes. En Turquía represión; en Brasil Dilma Rousseff lo vio como una oportunidad para hacer transformaciones. La experiencia de la mayor potencia sudamericana confirma que no es suficiente reducir la pobreza y conceder otras mejoras sociales sin tocar a los grandes intereses económicos y no modificar los modelos económicos dominantes por décadas en varios países de la región. Es una experiencia a aprovechar en Chile. La presidenta brasileña habló de la necesidad de un referéndum que posibilite la realización de cambios políticos que permitan efectuar transformaciones imprescindibles, además de un pacto nacional en materia de educación, salud y transporte público. Las dos experiencias demuestran además que problemas concretos, en el cuadro socioeconómico existente, pueden llevar rápidamente a levantar grandes demandas generales y en el caso de Brasil transformarse en algunas esferas en rápidas victorias.
En el segundo trimestre nuevamente se produjeron en algunos países grandes jornadas de movilización ciudadana. Expresiones muy agudas de ella se dieron en Brasil y Turquía, iniciadas en ambos casos a partir de problemas puntuales, que expresaron al correr de unos pocos días malestar y descontento masivos, que no habían alcanzado expresiones significativas hasta ese momento en las calles.
“La concatenación de las actuales protestas en Turquía y Brasil –escribió Lluis Bassets, director adjunto de El País- ilumina un fenómeno que viene ocurriendo desde 2008 en todos los continente y en una larga lista de países (…) y tuvo en las primaveras árabes de 2011 su momento más espectacular (…). En la lista están –agregó- Irán, Grecia, Portugal, Italia, Israel, Chile, México, Estados Unidos, Rusia, además de los indignados españoles”[1].
“Tan interesantes como los nuevos movimientos –destacó Bassets- son las respuestas que dan los Gobiernos. (…) ofrece el máximo interés la comparación entre la Turquía de Erdogan y el Brasil de Dilma Rousseff. Mientras el gobierno turco va a seguir con la construcción del centro comercial en el parque Gezi (…), muchas ciudades brasileñas ya han bajado el precio del billete de los transportes urbanos (…). De momento, el primer ministro turco ha lanzado a sus partidarios a enfrentarse a los manifestantes mientras que la presidenta brasileña ha valorado las manifestaciones, como ‘la prueba de la energía democrática de su país (…)” (21/06/13).
El informe del Banco Mundial titulado “Cambiando el ritmo para acelerar la prosperidad compartida en América Latina y El Caribe”, considera que la desigualdad social es el principal obstáculo para hacerla posible. Esta desigualdad es la causa de las expresiones de indignación que se siguen produciendo a través de diversas manifestaciones en la región. “En América Latina harán falta dos generaciones –expresó la directora del grupo de Género y Reducción de la Pobreza del Banco Mundial, Louise Cord, al dar a conocer el texto- para alcanzar el nivel de bienestar de los países más desarrollados de la OCDE, contando que el crecimiento económica se mantenga en los mismos niveles”. De no darse, agregó, políticas dirigidas a enfrentar la mala distribución llevaría a que se necesitarían diez años adicionales para llegar a dicho nivel de bienestar, alcanzándose así al 2062. Se necesitaría esperar medio siglo.
El documento se pronuncia alcanzar este propósito modificando los sistemas impositivos, que en muchos países de la región conducen –como acontece en Chile- a que la regresividad en la distribución de los ingresos sea mayor después que antes de considerar el efecto de los tributos. Estos recursos permanentes, de otra parte, son imprescindibles para financiar el conjunto de exigencias sociales que el Banco Mundial en su documento considera como necesarias. Entre ellas figuran garantizar los servicios básicos de las familias de menores recursos, aumentar la calidad de la educación, propender a un mercado laboral regulado y acceso pleno al agua y la energía eléctrica. Como lo muestran las jornadas de protestas en Brasil y Chile no es suficiente reducir las tasas de pobreza que se colocaron durante muchos años unilateralmente como objetivo prioritario.
“Desde 2000 –señala el informe- se ha reducido la pobreza a la mitad y en 2011, por primera vez en la historia de América Latina, la clase media superó a la población que vive por debajo del umbral de la pobreza. De los ochenta millones de habitantes de la región que viven en situación de exclusión –destaca- la mitad se encuentra en Brasil y México”. Es una afirmación que amerita consideraciones. En primer lugar, la reducción de la pobreza, que obviamente se produce a partir de un aumento en los ingresos en parte del segmento de la población que se encuentra en esta situación, bien sea por reducciones en las tasas de desempleo, incrementos remuneracionales o transferencias públicas, generalmente no conduce a una mejoría en la distribución de la “torta”, se requiere al mismo tiempo ver que acontece con las otras capas de la población y, particularmente, con el pequeño porcentaje que se apropia de la mayor parte de ella[2].
Luego, la determinación de pertenencia a la “clase media” es un “mito falaz” -como señaló el académico de la Universidade Estadual de Campinas, Ricardo Antunes- mirado desde dos ángulos. De una parte, porque las clases sociales se explican a partir de la participación en el proceso de producción, y de otra al incluir en esta categoría a quienes perciben entre US$10 a US$50 diarios, es decir desde quienes en Chile disponen mensualmente de unos $150.000 a $750.000. La mayor parte de ellos claramente son asalariados. Son los mismos montos en dólares que el Banco Mundial utilizó para cifrarla en otro estudio publicado a fines de 2012, que obviamente desfiguran la realidad económico social de la región[3]. El informe considera que constituirían la “clase media” un 31% de la población regional, quedando bajo el umbral de la pobreza un 27%, considerando en este nivel a quienes perciben hasta US$2,50 diarios ($1.250 chilenos). Otro 25%, que viven con menos de US$4 ($2.000 chilenos) los define como de “pobreza moderada”. Dejando constancia, eso sí, que cualquier hecho económico negativo conducirá a la vuelta a una situación de pobreza.
Ahora bien el descenso de las tasas de pobreza no significa –como muestra la realidad- que desparezca el descontento por múltiples injusticias o carencias sociales. En Brasil, uno de sus grandes avances desde los gobiernos de Lula lo constituyó la disminución de sus cifras. Cuarenta millones de personas, según las estadísticas oficiales, salieron de esta situación. Sin embargo continúan afectadas por otras carencias, entre ellas las deficiencias del transporte público o en los servicios de salud y educación. La mejoría en las condiciones de vida en sectores muy amplios de la población exige necesariamente mayor demanda de servicios públicos, los cuales no logran satisfacerse con la rapidez requerida. Ello crea las condiciones objetivas para exigir soluciones y expresar insatisfacciones.
“Tuvimos –expresó Marina Silva, exministra de Medio Ambiente durante el gobierno de Lula y que obtuvo el 20% de los sufragios en las elecciones presidenciales de 2010- avances innegables, hubo una disminución de la pobreza (…). Esos son datos de la realidad. La cuestión es: ¿es suficiente? No. Los jóvenes que están en las calles están diciendo que quieren más y mejor educación, salud, transporte, participación política, representatividad. Es parte –añadió- de la crisis económica, social, ambiental y de valores que ocurre en el mundo. Estamos viviendo un punto de inflexión y cuando eso sucede, tenemos la posibilidad de grandes transformaciones” (24/06/13).
Durante los gobiernos del PT han existido avances sociales indiscutibles, pero no se atacó a los grandes intereses económicos. “Bolsa de Familia y altísimos lucros bancarios; aumento de salario mínimo y enriquecimiento creciente de la elite –escribió Ricardo Antunes-, nada de reforma agraria y muchos incentivos al agronegocio. Con paciencia, espíritu crítico y mucha persistencia –subrayó- los movimientos populares deben superar este difícil ciclo. Percibir finalmente que además del crecimiento económico, del mito falaz de la “nueva clase media”, existe una realidad profundamente crítica en todas las esferas en la vida cotidiana de los asalariados” (20/06/13).
A ello se sumó durante la administración de Dilma Rousseff que la inflación se colocó permanentemente por encima de la meta de 4,5% trazada por el Banco Central, con un margen de variación posible de dos puntos hacia arriba o abajo. La tasa máxima dentro de su rango es 6,5%, que es el nivel ligeramente superado al momento de desencadenarse las protestas. De allí el descontento producido cuando se aumentaron las tarifas del transporte público, que se dejó además de moverlas periódicamente por un mecanismo preestablecido. Las carencias existentes se compararon con el enorme gasto efectuado para el mundial de fútbol, calculado en US$15.000 millones, monto que triplica el empleado hace cuatro años en Sudáfrica y que da argumentos para las denuncias realizadas de corrupción.
Las protestas se iniciaron en São Paulo el 14 de junio y se extendieron en los días siguientes por el país. “Nuestros veinte céntimos (de aumento en las tarifas) son el parque de Estambul”, declaró un manifestante haciendo una comparación con las acciones desarrolladas en Turquía iniciadas al decidirse la construcción de un centro comercial en un parque cercano a la plaza Taksim. “La presidenta Dilma Rousseff –se expresó de inmediato en un comunicado oficial- considera que las manifestaciones pacíficas son legítimas y propias de la democracia” (18/06/13). Al día siguiente las calificó de “un mensaje directo a todos los gobiernos de repudio a la corrupción y al uso indebido del dinero público”. Agregando que se “está escuchando las voces de cambio que “traspasan los mecanismo tradicionales de las instituciones, de los partidos políticos y de los propios medio de comunicación” y reivindican “más ciudadanía, mejores escuelas, hospitales, transporte público de calidad y a un precio justo”, así como “el derecho a influir en las decisiones de los gobiernos” (19/06/13).
Las protestas continuaron y adquirieron expresiones mayores en diferentes ciudades con dimensiones que no se producían desde los días finales de la dictadura o del juicio político en 1992 contra el en ese momento presidente Fernando Collor, exacerbadas en ciudades como São Paulo por la brutalidad de la represión policial. Su magnitud obligó a una reducción generalizada de las alzas en el transporte público.
Mientras tanto, los futbolistas brasileños participantes en la Copa de Confederaciones mayoritariamente solidarizaron con las reivindicaciones sociales. El pronunciamiento más citado fue el del nuevo astro del fútbol brasileño, Neymar. “Siempre tuve fe –expresó en su cuenta de instagram- en que no sería necesario que llegáramos al punto de tirarnos a la calle para exigir mejores condiciones de transporte, sanidad, educación y seguridad, sobre todo porque es una obligación del gobierno. Hoy, gracias al éxito que ustedes (los aficionados) me proporcionan, podría parecer demagógico por mi parte, pero no lo es, levantar la bandera de las manifestaciones que recorren todo Brasil, pero soy brasileño y amo a mi país (…). Quiero un Brasil más justo, más seguro, más saludable y más honesto. (…) entro en el campo (de juego) inspirado por esas movilizaciones, estamos juntos” (20/06/13). La Copa Confederaciones, en general el fútbol, multiplicó las repercusiones internas y externas de las gigantescas jornadas de movilizaciones.
“El costo de devolver el Mundial (de fútbol) a Brasil significó una vez más –escribió Aldo Schiappacasse, presente en la inauguración en Brasilia de la Copa de Confederaciones- pactar con el diablo, aceptar las condiciones de Zurich en términos de inversión, someterse a los plazos y, para el pueblo, presenciar una danza ajena de millones (…)” (17/06/13). Una foto publicada en la prensa de una mujer manifestándose en Río de Janeiro con un cartel que decía “A la Copa del Mundo renuncio, quiero más dinero para salud y educación” revela un sentir que alcanzó dimensiones colectivas y que se expresó en actos de repudio a Joseph Blatter, el máximo dirigente de la Fifa, y que se extendió también a Dilma Rousseff. “(…) el pueblo se manifestó –agregó Schiappacasse- en contra del sistema corrupto, mercenario y lejano que supone la organización del fútbol mundial” y que transformó el popular deporte en una sucesión de escándalos y negociados, en un bullante país con grandes desafíos sociales no resueltos, a pesar de los avances producidos. “La Fifa –señaló el diputado Romario, integrante del equipo de Brasil campeón en el mundial de 1994- obtendrá US$1.770 millones, debería dejar US$443 millones, pero no pagarán. La Fifa –concluyó- es el verdadero presidente de Brasil” (23/06/13). Impone las reglas del juego.
Al día siguiente de cuando las protestas alcanzaron su apogeo, Dilma Rousseff se dirigió al país a través de una cadena de radio y televisión proponiendo negociar un gran pacto de servicios públicos, con la participación de gobernadores y alcaldes de las principales ciudades de diferentes signos políticos, recibiendo a los líderes de las manifestaciones pacíficas, organizaciones de jóvenes, sindicales y asociaciones populares. Adelantando que se elaborará un plan nacional privilegiando el transporte colectivo, destinando a educación el 100% de los recursos originados en los royalties del petróleo y trayendo desde el extranjero a miles de médicos. Es decir, enfrentando los temas de transporte, educación y salud muy presentes en las manifestaciones.
Quienes se expresaron en las calles, expresó Dilma Rousseff, tienen derecho “a la libertad de criticar y cuestionar todo. Pero de forma pacífica (…). Soy la presidente de todos los brasileños, los que se manifiestan y los que no se manifiestan. Mi generación –recordó haciendo referencia a su activa participación en contra de la dictadura- luchó mucho para que la voz de las calles fuese escuchada. Muchos fueron perseguidos, torturados y murieron por eso”. Advirtiendo, además, que tiene la obligación de escuchar la voz de las calles, pero también de mantener el orden. “Necesitamos –dijo dirigiéndose a los participantes en las grandes jornadas- de sus reflexiones, su energía, su creatividad, su capacidad de apostar al futuro y de cuestionar los errores del pasado y del presente. Prueban el deseo de la juventud de hacer avanzar a Brasil. (…) las manifestaciones trajeron importantes lecciones” y deben ser aprovechadas para “promover más cambios a favor de la sociedad” (22/06/13)
Hasta ese momento las movilizaciones fueron convocadas por el Movimiento por el Pase Libre, fundado en Porto Alegre durante el Foro Social Mundial de 2005. Estructura que no cuenta con un liderazgo definido y sus miembros organizados eran aproximadamente un centenar hasta el inicio de las movilizaciones, tanto es así que cuando se rebajaron las tarifas del transporte su forma de celebrarlo fue reunirse en un bar y cantar el himno de la internacional socialista. Cuando las protestas crecieron y se incorporaron sectores más conservadores sus integrantes decidieron transitoriamente suspender las convocatorias. “Consideramos –expresó su portavoz, Rafael Siqueira- que grupos conservadores se infiltraron para defender propuestas que no nos representan” (22/06/13).
Después de las formulaciones de Dilma Rousseff las manifestaciones continuaron, pero en una magnitud menor. Levantaron eso sí nuevas temáticas. El día 22 en São Paulo varios miles de personas se pronunciaron en contra de la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) 37, que reduce los poderes de investigación de la fiscalía general, considerando esta modificación legal un paso que facilita la impunidad y los actos de corrupción. Tres días después, la Cámara de Diputados rechazó la propuesta por 430 votos en contra, nueve a favor y dos abstenciones. Era la misma que en junio de 2011 obtuvo el apoyo de 207 diputados. Rápidamente las protestas iniciadas a comienzo de mes obtenían otra victoria. “Tengo el deber y la sensibilidad de decirle a esta casa –había dicho al plenario el presidente de la Cámara, el conservador Henrique Eduardo Alves- que todo Brasil acompaña la votación de esta materia (…). (…) sería un gesto importante –demandó-, por unanimidad, derrotar esa PEC” (26/06/13).
“Desde que Dilma Rousseff tendió la mano a los manifestantes (…) y asumió que la política necesitaba ‘el oxigeno’ de la calle –resumió El País- unos titulares suceden a otros en la prensa a ritmo frenético. Primero se derogó la subida de los veinte céntimos, después el gobernador de São Paulo, Geraldo Alakmin, suspendió por un año la subida (…) en los peajes de las autopistas, la presidenta anunció su propuesta de cinco pactos nacionales y la Cámara rechazó (…) la ley que más se asociaba con la impunidad y la corrupción. La clase política entendió –concluyó- que no se trataba solo de veinte céntimos“ (26/06/13).
En la reunión en el Palacio de Planalto con gobernadores y alcaldes, además de presentar un plan de reformas, Dilma Rousseff propuso convocar a un plebiscito para que los brasileños autoricen una “amplia”, “profunda” y “necesaria reforma política”. “Mi gobierno –señalo escucha las voces democráticas que emergen de las calles y es necesario entender estas señales para caminar más rápido y con humildad. Las calles nos están diciendo que quieren que el ciudadano, y no el poder económico, esté en primer lugar” (25/06/13).
En Turquía también la indignación se expresó a partir de un hecho concreto. Inicialmente se orientaban en contra de un proyecto inmobiliario en el parque Gezi, cercano a la plaza Taksim, pero crecientemente pasaron a predominar las críticas al primer ministro, Recep Tayyip Endogan. Durante varios días se sucedieron ruidosas expresiones de protesta por los atentados contra el parque. El 19 de junio, siguiendo el ejemplo del artista Erden Gündüz adquirieron la expresión de “ciudadanos en pie”. Gündüz permaneció ocho horas observando las banderas que flanqueaban una fotografía del fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk, rápidamente muchas personas se le sumaron. Al ser desalojados por la policía Gündüz explicó su actitud. “Cuatro personas han muerto, hay miles de heridos, pero los medios –manifestó-, desafortunadamente, no han mostrado nada” (20/06/13). Similares protestas se repitieron en otros lugares.
La represión de los “ciudadanos de pie” fue reemplazada el sábado 22, por una nueva manifestación masiva en la plaza Taksim. Las consignas dominantes pasaron a ser; “¡Hombro con hombro unidos contra el fascismo!”; “todas partes son Taksim, en todas partes resistencia”; “¡Gobierno dimisión!”; y “Erdogan dimisión!”. Las exigencias específicas se transformaron en políticas. La policía volvió a reprimir. El centro de Estambul fue escenario de una batalla campal. La protesta se orientó contra el autoritarismo de Erdogan.
La violenta acción represiva tuvo repercusiones en el proceso de ingreso por parte de Estambul a la Unión Europea. En Bruselas, los embajadores de Alemania y Holanda frenaron el inicio de conversaciones orientadas a culminar un proceso pendiente desde el año 1999. La alta representante de la UE para Asuntos Exteriores, Catherine Ashton, manifestó también su preocupación por la violencia en Turquía, expresada en excesos policiales y la vulneración de derechos humanos. Para evitar un enfrentamiento, Alemania y Turquía postergaron las negociaciones hasta finales de 2014.
Los acontecimientos en Brasil y Turquía tienen lugar en un momento en que se produce una masiva salida de fondos desde los países emergentes, después de haber experimentado un fuerte ingreso cuando fondos especulativos entraron copiosamente buscando rentabilidad. Al finalizar junio, los flujos netos se redujeron a la mitad del nivel más alto alcanzado en 2008, durante la Gran Recesión en EE.UU. y otros países desarrollados. En Turquía, su déficit en cuenta corriente aumentó en abril al 6,5%, en cierta medida como consecuencia del incremento de la deuda externa a corto plazo. Estimaciones de Barclays Research cifran en US$5.000 millones los recursos a atraer mensualmente para cubrir este saldo negativo. De allí la preocupación existente en Estambul si los capitales salen como consecuencia del deterioro en el cuadro político.
Los impactantes acontecimientos de Brasil y Turquía no son acontecimientos aislados, particularidades de esos países. “Tienen –expresó en su visita a Chile el destacado economista norteamericano Jeffrey Sachs- efectos contagiosos. Uno ve los ejemplos en un lugar y eso da ideas para que la gente salga a la calle en otros lugares. Los elevados niveles de insatisfacción global –añadió- son similares, pero tienen distintas magnitudes. Desempleo juvenil, desigualdad en la distribución del ingreso corrupción, incertidumbre (…) se enfrentan a desafíos como la naturaleza de la economía mundial y el distanciamiento del mercado laboral” (27/06/13). Al finalizar junio, cientos de miles de personas expresaron en Egipto su indignación protestando contra el desempleo, la carestía de la gasolina y el abuso del poder. El proceso de cambios iniciado con las revueltas de 2011, que pusieron fin a los treinta años del régimen de Hosni Mubarak, sigue vivo.
Por Hugo Fazio
El Ciudadano