El señor de los cielos

Esta historia comienza en la Embajada de Chile en México hacia fines de la administración del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, cuando quien escribe se desempeñaba como agregado de prensa


Autor: Sebastian Saá

Esta historia comienza en la Embajada de Chile en México hacia fines de la administración del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, cuando quien escribe se desempeñaba como agregado de prensa.
Desde la cárcel de Puebla un narcotraficante condenado a largos años de cárcel se comunicó con nuestro Consulado solicitando nuestra visita para contarnos cómo se había producido la instalación en Chile del famoso Amado Carrillo, denominado el Señor de los Cielos quien, después de enriquecerse con el narcotráfico, había escogido a Chile país como un lugar seguro para vivir sus últimos años de forma placentera y sin sobresaltos.
Pocos días antes de esta curiosa llamada  El Señor de los Cielos había encontrado la muerte en un hospital de México D. F. donde se había internado para realizarse una severa cirugía estética que asegurase su camuflaje definitivo.
El  hombre que nos llamó y al que visitamos por encargo del embajador era un médico del aparato de confianza de Carrillo y que estaba en riesgo ahora, en la cárcel, después de la muerte de su jefe al dejar de percibir los recursos que éste le mandaba para darle protección en el penal, procurarle una reclusión más amable y pagar a los gendarmes que lo atendían con esmero y que hasta le permitieron algunas veces que lo visitara el propio don Amado, antes de emigrar a Chile.
Este reo N.N alcanzó a contarnos que la instalación en Santiago de su jefe, sus guaruras, esposas, amantes y demases fue producto de una gran operación facilitada por altos funcionarios políticos, abogados, visas de trabajo y otros que Amado Carrillo financió y gracias a la cual se adquirieron propiedades, autos de lujo y todo lo que demanda una residencia segura y, según quería, definitiva. Nos dio pistas y señales que nos convencieran de que no se trataba de un cuento para sacarnos plata y que mereciera activar la investigación correspondiente a una denuncia tan grave y delicada. Para entregar su versión completa de los hechos, sólo solicitó un monto de 20 mil dólares, cifra aparentemente muy pequeña para tamaña revelación, pero perfectamente razonable para que N.N asegurara su protección durante los años que le restaban de pena.
Nuestro informe a Santiago provocó el envío a México de dos abogados: uno del Ministerio del Interior y otra del Consejo de Defensa del Estado. Cuando se supo la muerte de Carrillo y se descubrieron sus pertenencias en Chile se quiso saber, entre otras cosas, cómo las personas de su comitiva habían conseguido visas de trabajo para radicarse en nuestro país. Curiosamente, todos los secuaces del famoso narcotraficante se hicieron humo sin que nuestras autoridades de Interior y de las policías alcanzaran a retenerlos, lo que para nuestro N.N era indicio claro de  la complicidad de un subsecretario de Estado (viceministro lo llamaba él) con las facilidades que se le había otorgado a Carrillo para que efectivamente se apreciara “cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”. Por esos días, en México había sido detenido un miembro del cartel de Carrillo que portaba carné de identidad chilena, pese a ser mexicano de origen y acento, lo que al principio produjo confusión entre las autoridades chilenas y mexicanas. El detenido ciertamente había recibido su visa, pero no en México como correspondía sino, muy presumiblemente, en el Consulado de Chile en Mendoza, a cuyo titular a la época se le habría dado desde La Moneda instrucciones precisas para otorgar estas identidades, pese a que este trámite debe hacerse en el país de origen del solicitante.
Ante la espectacularidad de la muerte de Carrillo y la dispersión de su banda, la revista Qué Pasa envió a una periodista a México para que investigara. Me tocó atender a Javiera como agregado de prensa y en seguida me di cuenta de los peligros que enfrentó en sus indagatorias, tanto que nuestro cónsul tuvo que hacerse cargo de ella en sus últimas horas en el D.F y conducirla hasta el avión de regreso debido a la “cola” que llevaba detrás observando su reporteo y entrevistas. Por ella supe que hizo un buenísimo artículo, con datos y nombres valiosos, pero que la revista nunca publicó, porque ya se sabe que en ciertos medios de comunicación hay noticias y revelaciones que no ven la luz por temor, las consabidas razones de Estado,  presiones de las autoridades o avisadores o, incluso, esos patrióticos resguardos que se toman para proteger la “democracia que tanto nos costó recuperar”.
Los abogados que viajaron a México se metieron en los archivos del consulado pero, sobre todo conversaron con quienes habíamos concurrido a la cárcel de Puebla. En la secretísima reunión que hicimos en la embajada quedamos casi convencidos que, de regreso a Santiago, se nos remitirían los 20 mil dólares para que N.N desarrollara toda su versión. Imaginamos que, con los fondos, llegarían también los policías expertos en tomar declaraciones y configurar presunciones que facilitaran la correspondiente indagatoria judicial… pero, ¡nada de eso!, simplemente no se habló más del asunto y a mí se me hizo la sana recomendación de olvidarme de todo…
Después de algunos años recibí la invitación de la ministra Gloria Ana Chevesich, que investiga un cúmulo de operaciones que involucran desfalcos al fisco y otros actos contra la probidad ocurridos durante la administración de Ricardo Lagos Escobar. Aristas de estas indagaciones dicen relación con programas de obras públicas que involucran a la empresa mexicana Tribasa, donde algunos lugartenientes de Carrillo habrían recibido cobertura laboral para radicarse en Chile. La magistrado había recibido desde Suecia una carta anónima en que le sugería entrevistarme “ya que yo era una persona que sabía mucho” sobre algunos asuntos que ella investigaba, misiva que le dio definitivamente mucho más “color y sabor” a mi comparecencia, como me lo hizo saber el policía civil que me contactó a nombre de la Ministra y que me advirtió que recurriera a él ante cualquier situación extraña.
En mi larga declaración noté que doña Ana Gloria estaba realmente interesada en mi relato, como que varias veces me preguntó si estaba conciente de lo que estaba denunciando y si estaría dispuesto a carearme con algunas de las personas que nombré. De paso, déjenme decir que la ministra me pareció muy astuta y perspicaz, de aire displicente, pero a todas luces con una sensibilidad a flor de piel. Alguien que hace esfuerzos por aparecernos más fría y severa de lo que es pero que, en virtud de su investidura y gravedad de los hechos que investiga, debe ponerle coraza a su menuda figura.
Desde entonces no he vuelto a ser requerido judicialmente, aunque me doy cuenta que la ministra no ha echado al tacho de la basura mi testimonio. He conversado, también, con algunos políticos que pudieran interesarse en que se investiguen los acontecimientos que narro. No son muchos, naturalmente, los interlocutores de confianza que tengo en este ámbito, pero he debido cumplir con mi conciencia al contarles lo que sé. Todos ellos han quedado perplejos, aunque algunos –más informados y escépticos que yo- me han declarado que no les extraña nada lo que cuento. Un par  ha llegado a recomendarme que mejor guarde silencio respecto de lo que vi y escuché. Y otro, del cual me desilusionó su cinismo, pero agradecí su franqueza, me espetó: ¿y cómo crees tú que se pueden financiar las elecciones? ¿No ves que la derecha tiene toda la plata del mundo para hacer política? ¿O tú crees que ellos se la han ganado limpiamente?

por Juan Pablo Cárdenas

El Ciudadano


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