En 1973 el Ejército chileno, respaldado por Estados Unidos, dio un golpe de Estado contra el gobierno democratico de Salvador Allende e instauró un régimen represor aplicando lo que Naomi Klein ha llamado la “doctrina del shock”, que dio sus primeros pasos precisamente en Chile.
A través de él la dictadura de Pinochet aplicó una serie de medidas neoliberales, diseñadas por los llamados Chicago Boys, con Milton Friedman a la cabeza, partidarios del libre mercado, de la privatización de empresas y, en definitiva, de la reducción al mínimo del papel del Estado.
En su editorial del pasado viernes, el diario estadounidense The Wall Street Journal defendía para el Egipto actual unos generales como Pinochet, “quien tomó el poder en medio del caos pero se rodeó de reformistas de libre mercado y dirigió una transición hacia la democracia. Si el general Sisi simplemente intenta restaurar el viejo orden de Mubarak, sufrirá el mismo destino que Morsi”, indicaba textualmente.
El control militar en nombre de la estabilidad
Este llamamiento al control militar egipcio en nombre de la estabilidad y del liberalismo económico está siendo el discurso dominante en buena parte de las cancillerías y think tanks de Occidente.
La enorme influencia que las potencias occidentales ejercen en Oriente Medio, así como la importancia que éstas dan a la cuestión económica, queda clara al leer al exprimer ministro británico y ahora enviado especial de la Unión Europea en Oriente Medio, Tony Blair.
En un artículo publicado este domingo en el diario The Guardian, y titulado “La democracia por sí sola no significa un gobierno efectivo”, Blair defiende el golpe de Estado en Egipto, asegurando que solo había dos opciones: “intervención o caos”. “Traer la estabilidad a Oriente Medio no es tarea de nadie más, sino nuestra”, afirma el estadista británico.
En él Blair señala: “Deberíamos comprometernos con el nuevo poder de facto y ayudar al nuevo Gobierno a llevar a cabo los cambios necesarios, especialmente en materia económica”.
La cuestión económica
Desde hace meses el Gobierno de Morsi estaba negociando con el Fondo Monetario Internacional un préstamo de 4.800 millones de euros. El acuerdo se pospuso en varias ocasiones y no llegó a cerrarse. En más de una ocasión el gobierno de Morsi se quejó de que el FMI retrasara una y otra vez el préstamo.
Mohamed El Baradei, que ha defendido públicamente el golpe de Estado militar y que estos días ha sonado como candidato a primer ministro interino o vicepresidente, se ha mostrado siempre firme partidario del acuerdo con el FMI: “La austeridad es el precio que Egipto debe pagar por este préstamo. Creo que no hay otra opción. Egipto necesita inversión privada, pero para atraerla es necesario un escenario político de consenso”, decía El Baradei el pasado mes de abril.
El esfuerzo por presentar la situación actual, tras el golpe de Estado, como ese escenario político de consenso idóneo para atraer la inversión y firmar el acuerdo con el FMI es enorme. Pero lo cierto es que el consenso no existe, porque el partido que ganó las elecciones y su presidente han sido expulsados por los militares, y buena parte de sus seguidores no ven ninguna voluntad de consenso en este hecho.
Además, la diversidad existente en el frente de oposición a los Hermanos también dificulta el consenso. De hecho, el partido Al Nour, salafista, islamista más radical que la Hermandad, se ha opuesto al nombramiento de Mohamed El Baradei como primer ministro interino.
El Ejército, Camp David y la cuestión israelí
El papel de Mohamed El Baradei es clave. Vinculado a la Agencia Internacional de la Energía Atómica desde 1984 hasta 2009 y Premio Nobel de la Paz -como Obama- ha apoyado el golpe de Estado y ha defendido el arresto de líderes de los Hermanos Musulmanes. Su imagen de político liberal y laico interesa tanto a los generales como a actores internacionales para blanquear y legitimar el golpe de Estado.
La Administración Obama ha evitado llamar golpe de Estado al golpe de Estado. Si lo reconociera como tal, se vería obligado a suspender la ayuda económica que entrega anualmente al Ejército egipcio desde la firma de los acuerdos de paz de Camp David entre Egipto e Israel en 1979.
Esa ayuda –1.300 millones de dólares al año, además de entrenamiento y equipamiento militar– garantiza en parte la lealtad de los generales egipcios y el cumplimiento de los acuerdos de Camp David. Esos acuerdos simbolizaron la ruptura de la unidad árabe frente a Israel y libraron a Tel Aviv de su mayor enemigo regional, Egipto, que contaba con el Ejército árabe más numeroso.
En 2011, bajo el mandato del Consejo Supremo militar egipcio, las fuerzas de seguridad mataron, hirieron o torturaron a miles de manifestantes y más de 12.000 civiles fueron juzgados en tribunales militares en menos de un año. Fue entonces cuando algunas voces dentro y fuera de Estados Unidos comenzaron a pedir la congelación de la ayuda al Ejército. Aún así, y a pesar de la represión amparada por los generales, Washington la renovó en 2012 y también este pasado mes de mayo.
Ahora, tras el golpe de Estado ejecutado por el general Al Sisi el debate ha regresado a la mesa, ya que la ley impide a EEUU respaldar económicamente a un Ejército golpista. Para que Washington pueda mantener esa financiación –y garantizarse por tanto un socio sólido en el país árabe más poblado del mundo, un socio que mantenga la estabilidad con Israel– la administración Obama tiene que evitar llamar golpe de Estado al golpe de Estado, obligar a los generales egipcios aparentar una voluntad democrática y buscar vías para legitimar el golpe y blanquearlo.
Y en este sentido, Mohamed El Baradei, apoyando el golpe, ha sido de vital ayuda en los primeros días.
El papel de “madre América” en el golpe de Estado
La influencia de Estados Unidos en Egipto queda también patente en el relato que ha ofrecido el diario estadounidense The New York Times sobre las horas previas al golpe de Estado.
Citando fuentes cercanas al derrocado presidente egipcio, The New York Times cuenta cómo Washington intentó convencer a Morsi para que incluyera en el Gobierno a integrantes de la oposición política.
El diario relata cómo este año la embajadora estadounidense en El Cairo, Anne Patterson, les advirtió de que “a algunos en Washington se les estaba acabando la paciencia con la defensa que ella estaba haciendo de los nuevos líderes islamistas de Egipto”.
En los días anteriores al golpe de Estado hubo reuniones y conversaciones telefónicas entre el equipo de Morsi, la embajadora estadounidense y la consejera de Seguridad Nacional, Susan Rice.
“Los asesores de Morsi dijeron [a sus interlocutoras estadounidenses] que echar al presidente sería un desastre de larga duración para Egipto y el mundo árabe porque la gente perdería la fe en la democracia”, señala el NYT.
El principal asesor en política exterior de Morsi habló con la embajadora estadounidense y con Susan Rice para informarles de que Morsi no aceptaba un cambio de primer ministro y de gabinete de gobierno.
“Cuando [ese asesor] regresó dijo que había hablado con Susan Rice y que la toma del poder por los militares iba a empezar”, cuentan asesores de Morsi.
Uno de ellos dijo: “Madre nos acababa de decir que dejaríamos de jugar en una hora”. Madre es esa expresión sarcástica empleada para referirse “al patrón occidental “madre América”, explica el New York Times.
La represión, presentada como un mal menor
Durante décadas se ha agitado el fantasma del islamismo para justificar la permanencia de dictaduras como la de Hosni Mubarak. Diversas potencias occidentales han defendido así su apoyo a regímenes represores, presentándolos como un mal menor frente a gobiernos islamistas. Este escenario simplista regresa de nuevo como excusa pública para mantener alianzas dudosas y justificar un golpe de Estado que genera un clima de confrontación peligroso.
Los graves defectos del Ejecutivo de Morsi están muy claros. Pero el desgaste que estaba sufriendo habría sido mayor si hubiera permanecido en su puesto más tiempo.
Los errores y excesos autoritarios en un solo año de gobierno pueden ser rápidamente olvidados si un golpe de Estado, ya de por sí condenable, trae un escenario en el que el pueblo sigue siendo ignorado y en el que la represión militar vuelve a protagonizar episodios como el de la madrugada del lunes, cuando 51 manifestantes pro Morsi murieron en un ataque de los militares.
Resulta curioso que Estados Unidos haya condenado «las llamadas a la violencia» de los Hermanos Musulmanes pero no el golpe de Estado. Preguntado por ello, el portavoz de la Casa Blanca Jay Carney, ha dicho este lunes que la administración Obama se tomará «el tiempo necesario» para determinar si el derrocamiento de Morsi es un golpe de Estado.
Y en cuanto a la ayuda de 1.300 millones de dólares anuales que Washington da al Ejército egipcio, Carney ha indicado que «no sería el mejor interés de EEUU cambiar inmediatamente nuestros programas de asistencia».
De este modo Estados Unidos sigue dando tiempo y oportunidades a los generales egipcios, a pesar de la represión ejercida por el Ejército. Y así, una vez más, en Oriente Medio las libertades y los derechos humanos pueden esperar.
Fuente: El Diario.es