Llama poderosamente la atención el grado de ambigüedad con que los representantes políticos se han referido a ciertas transformaciones institucionales que Chile necesita o de apoyos personales hacia quienes buscan ocupar el sillón presidencial en 2014. Pero hay dos materias en que los dobles discursos ya son preocupantes e instalan un manto de incertidumbre sobre el resultado final. Una de ellas es la Asamblea Constituyente y la otra es la educación gratuita, laica y de calidad. Para la primera, la derecha ha sido tajante en sostener desde hace tiempo y bajo el pretexto de la gobernabilidad y la estabilidad económica, que un proceso político en esa dirección pondría en serio riesgo los “avances” que se han logrado en Chile en los últimos 15 años. Por su lado en la Concertación o Nueva Mayoría (que en el fondo son lo mismo) también han surgido voces disidentes a un cambio constitucional, haciendo de este grupo de amigos una coalición tremendamente conservadora y que cada día que pasa, esa supuesta izquierdización, termina por ser un simple marketing político. Al final del día, ambos grupos que deberían tener diferencias de fondo, poseen una línea divisoria bastante delgada y la cual tiende a estrecharse sostenidamente, sobre todo cuando se pretende captar el “centro político”.
En el segundo punto, la “nueva mayoría” ha señalado que avanzará en la gratuidad total en un plazo de seis años, aún cuando el período presidencial es de cuatro, y el que debería realizarse previa un alza tributaria. La derecha en tanto, ha señalado que no es justo dar gratuidad a los más ricos, y que sus ajustes apuntarán a los más pobres. Al parecer, el duopolio político, sigue desentendiéndose de las demandas levantadas desde el mundo social y de la calle, que ha insistido permanentemente en la gratuidad total sin distinción de clase, al punto de incluir la desmunicipalización como un elemento vital para el mundo secundario, pero que ha sido desplazada del debate público intencionalmente. Si a eso le sumamos las declaraciones y acciones de connotados representantes del establishment político que han señalado que no hay que prestar mucha atención a la calle y al movimiento social, tenemos un escenario democrático más bien de baja intensidad. La gran frase de la democracia, el “gobierno del, por y para el pueblo” se viene desvaneciendo desde hace bastante tiempo y con cada explicación de programa, la presión de la calle termina siendo arrinconada.
Pero hay otros actores políticos que irrumpieron en el escenario político local generando propuestas en clara sintonía con el mundo social. Marco Enríquez-Ominami, Marcel Claude, Roxana Miranda, Gustavo Ruz y Alfredo Sfeir han instalado un discurso alternativo al contenido oficial y que dada las fuertes transformaciones societales que ha experimentado Chile, la prensa debió darles cierto reconocimiento. Esto no quiere decir que en la práctica política sean verdaderos representantes de la soberanía popular, pero al menos han manifestado osadía programática al comprender que el mercado no lo es todo, y que los mecanismos institucionales se han visto totalmente superados y se deben modificar. Lo cierto es que los enclaves autoritarios siguen pesando sobre las cúpulas de poder reforzando los poderes fácticos y despreciando las demandas emanadas desde el mundo popular, contrario a lo que se piensa en democracia. Sería interesante poder transitar hacia una unificación de fuerzas por parte de los candidatos alternativos al binominalismo, pero hasta el momento, los egos y los sectarismos pueden más que el futuro de Chile. Al parecer, el avance hacia la democratización del país deberá seguir esperando.
Por Máximo Quitral
Historiador y politólogo del Instituto de Estudios Internacionales, Inte, Universidad Arturo Prat