La vorágine de lugares comunes, se abate en mi mente, y la descuaja; a duras penas se puede defender de los latigazos voraces, de la realidad abyecta y sañuda.
No sé si es una arista, de un alumbramiento que ha demorado demasiado tiempo; mas, lo cierto es que- por lo menos yo- ya no se aspira a desiderátum alguno, ni se lucha por moldear a nadie acorde a ideas que pertenecen a un cielo implacable, que no da cuartel, que no concede piedad. En todo caso, ¿y no fuera absurdo e imposible imaginar un encuentro preñado de humanidad?.De ahí, arranca y se despliega este mensaje, que viajará sin retorno… Eso espero.
¿Por qué leer un libro, cuando se dispone de caudales inagotables de información?; ¿por qué delectarse en la relectura de un “clásico”, cuando el promedio de la gente que escucha esa palabra piensa en un partido de fútbol?; ¿por qué tentar, allende todo límite individual, una clave de interpretación de una obra que habla por sí misma, “Crónicas Marcianas”, de Ray Bradbury, como todo buen libro que tiene algo substancial y permanente que decir?.
Paradójicamente, ninguna de estas interrogantes, puede tener respuesta definitiva cerrada; sino que se traducen en una invitación, y en la concreción de una osadía libérrima.
La inquietud es acerca de la otredad, en relación con los encuentros cotidianos, y la certeza de que rara vez paramos mientes en su origen, significado y sentido, alcances repercusiones.
Muchas veces sucede que: nos cerramos, a machamartillo, a la posibilidad del mínimo encuentro; asumiendo, a priori, y como mecanismo de defensa, que es un riesgo que no vale la pena arrostrar; y, que de ser factible, hay que acabar con dicha amenaza antes de que avance; barrearla, borrarla, arrancarla de nuestro horizonte.
¿Alguna vez nos hemos preguntado, honestamente, a cuánta riqueza y belleza nos hemos negado, al proceder antes lo demás, como si fuesen una nube o un viento del que hay que protegerse, miríada de fisonomías que nos deja indiferentes? Ni hablar que muchas biografías, están entretejidas de presupuestos semejantes, que terminan en calles que no conducen a ningún lugar, desde el plano de las relaciones personales, de género, con la diversidad sexual, con distintas etnias, hasta las demostraciones más espantosas de negación del otro y otra, y de su derecho a que se le valide, ya en el momento de continuidad, ya cuando cambia.
Y, aunque sobra mi expectativa, rozar el derrotero de la historia humana, basta un relampagueo sobre el tratamiento que se le confiere a los pueblos originarios, y los inmigrantes, en nuestro Chile, hospitalario con el angloamericano y caucásico; pero racista y xenófobo con quien es su espejo.
También, cabe divagar: ¿Pero qué sucede cuando aceptamos la cristalización de la otredad, con condiciones o bajo nuestras reglas?. A diario, ocurre que: quien desea entrar a la existencia de una persona, ha de aceptar, su habitáculo, en que se refugia y que no puede abandonar, ni pensar en remodelar, ya que eso supondría una traición al arquitecto en jefe, o sea sí mismo – la mismidad, es la otra cara de la moneda-. De lo contrario, contamos con un acervo amplísimo de categorías con las cuales, podemos pretender agotar a quien se ha adentrado en lo desconocido, con la voluntad irreductible de conocer sin traicionarse; a saber: desde extravagante hasta drogadicto, entre anormal y demente.
¿De qué vale lamentarse cuando ya se ha consumado el imbécil empeño de buscar la palabra adecuada, para calificar la diferencia?; él o ella, han escapado por completo; y, lo más cierto es que no regresen, pues tiene miedo a que su integridad e identidad se diluyan, en el más vano ejercicio que alguien puede practicar: no te re-conozco; luego te adjetivo, para dominarte; y así disipar cualquier sombra o duda sobre tu persona.
No en todos los casos, sucede la reacción tardía de despertar y asumir que ningún prejuicio, convención o baremo personal o cultural, es la llave que abre la puerta hacia la comunión plena, la trascendencia como puente y punto de descubrimiento y exploración de y entre dos.
Por último, hemos de dialogar con un vecino cualquiera, don Perogrullo, que por encarnar el rostro más ordinario, no siempre observamos, ni muchos menos tomamos en consideración, a la hora de definir cuáles son los pasos, para aproximarnos al ser humano que tenemos en frente, terra ignota; un misterio en el sentido ontológico metafísico: una vida absolutamente diferente; una esencia que fluye y viaja hacia la eternidad.
Para interrogar y que se nos interrogue sobre algunas cuestiones, que parecen olvidadas, ante verdades que han sido devenidas en dogmas, y que exigen no sólo sumisión y culto, sino sacrificios; empero, porfiamos en el ahondamiento, y topamos con otras quizás más humildes, aunque no menos señeras: ¿Es concebible si quiera la idea de sopesar una utopía, para determinar si es rentable o no; o, si la esperanza ha de aquilatarse para precisar la pureza de su ley; o si, por si acaso la fantasía, tiene que someterse a las reglas de la oferta y la demanda, para determinar que hijos e hijas verán la luz, y quienes morirán no natos?.
Nada malo ni cruel ni perverso, hay en los trebejos de los cuales nos han dotado la ciencia y la tecnología; por ende, confiero a esto Césares sus fueros, y no otra cosa. Pero, a la vez, mi alma quiebra en millones de trizas las sacrosantas vestiduras de las sacerdotisas impuras, y del sacerdote supremo: la cuantificación, la productividad, la rentabilidad, la eficiencia y la eficacia, la oferta y la demanda, el mercado y otros diosecillos, que han subyugado el corazón humano.
Mas si queremos abrazar el misterio, la magia y la grandeza del encuentro cara a cara, no podemos seguir aceptando que estos tiranuelos, aparentemente inexpugnables e ineluctables en su gobierno absoluto, impidan el desprendimiento que precede a todo contacto, donde y cuando la otredad se derrama sobre mí como lluvia de una primigenia primavera, y la humanidad deja atrás su condición de entelequia, para convertirse en las flores y frutos que adornan el jardín, de la carne y sangre de soledad; y es que ¿acaso hay otra utopía más ferviente que acercarse a un semejante, descubrirle sin infligirle ningún daño; descansar en la esperanza, como la epifanía de quien se sabe carente, complemento, perfectible, y cuya libertad dimana de otra persona; y que la fantasía más pura es sentarse en una mesa y reconocerse en miradas y rasgos y facciones y risas y sonrisas, y en palabras, oraciones y clamores que hablan de la sinfonía de la comunión y la mancomunión, de cada uno de sus sonidos, mas también de todos los ruidos que no se allanan ni aceptan la legalidad de la armonía, para todo el universo; y es que aquélla o aquél que resulta disonante a nuestra percepción superficial, entraña su propia euritmia, que ha de atender, sobre todas las cosas, para que nuestra aproximación sea transparente, y con raíces profundas ?.
Arturo Jaque Rojas.
10.789.448-9