Todo el mundo sabe en Chile que la problemática social y económica que agobia a la mayoría nacional, posee una connotación fundamentalmente moral. El pueblo segregado de toda opción de poder grita en las calles y con la más profunda indignación, que Chile necesita una revolución moral y social, que instale en el corazón y en el cuerpo de la gestíon política y del Estado, el imperio de la razón, de la ética y de la justicia. Tres conceptos desalojados violentamente hace cuarenta años de nuestro escenario político nacional y que la clase política y económica en el poder, se resiste absolutamente a restituir. No es éste un derrotero de carácter político-ideológico, sino fundamentalmente ético. Los esquemas izquierda – derecha ya no funcionan para definir la realidad social, quizás para señalar a sus protagonistas, pero no para comprenderla o validarla.
Repetiremos lo dicho tantas veces: lo que es razonable y justo en términos de soberanía ciudadana y bien común, es una cuestión ética y no de posicionamientos de carácter ideológico. Desgraciadamente, la ética y la política son dos cuestiones que raramente van de la mano. En un artículo anterior ( “Bachelet, de cara al pudridero”) nos referimos a la responsabilidad ética y política que Michelle Bachelet afrontaría a su regreso al país como eventual candidata a la presidencia del país. La invariable popularidad que su nombre acusaba en las encuestas nos hacía ver que –a pesar de las debilidades de su gestión anterior- contaba aún con todas las prerrogativas para encabezar la reconstrucción ética y social que el país necesita.
Al parecer el 12 % de los electores nacionales que participaron en la última primaria así lo han creído y por ello, no dudaron en acudir masivamente a votar por ella en esta elección. Lo curioso o contradictorio en esta ciega lealtad de sus partidarios personales, es su dificultad para percibir que desde su regreso al país, Bachelet ha estado expresando persistentemente, con sus silencios, con sus actos y con sus declaraciones, que no pretende de manera alguna tomar sobre sus hombros la tarea de la purificación ética y moral que Chile necesita. Esta afirmación chocará seguramente a sus incondicionales, pero la sucesión de hechos que la involucran desde su regreso a Chile, así lo prueban, lo que –para el interés de futuros historiadores- conviene sistematizar brevemente.
Bachelet, alma concertacionista
Llegada al país y aceptada su candidatura presidencial, en un clima de absoluto rechazo nacional a la Concertación, fuerza política identificada con la traición de los intereses ciudadanos y con una corrupción generalizada, ella hace caso omiso de la valoración moral ciudadana sobre el conglomerado y no vacila en incorporarse a sus filas, sin pronunciar una sola palabra sobre la historia, la política y los hechos que constituyen el obscuro perfil valórico de éste en la conciencia ciudadana. Lo que no significa otra cosa que el validamiento de una ética política que ha sido rechazada por la gran mayoría nacional y que no sería posible justificar. Frente a la Concertación, la preocupación fundamental de Bachelet no ha sido de orden ético y moral, sino apenas eludir contactos y vinculaciones personales con los caras más representativas del concertacionismo, en un intento ingenuo de pretender que dichas figuras nada tuvieran que ver con su propia historia política. Su objetivo ha sido insuflar nueva vida a un conglomerado político agónico de representación política, aislado por si mismo de toda base popular. En el convencimiento de que necesita un partido político para gobernar, su carencia de visión política le ha impedido ver que desde una posición de candidata independiente, pudo contar de manera automática con un partido integrado por millones y millones de ciudadanos y no sólo de aquellos escasos miles de la trajinada y desprestigiada Concertación.
Ciega, sorda y muda
Durante la ausencia de Bachelet, se ha producido en el país una eclosión movilizadora que tiene aún a los estudiantes de todo el país en la la calle protestando por las realidades del sistema educacional que agobían su presente y su futuro. La movilización cumple ya tres años y los estudiantes se han convertido en vanguardia de una movilización nacional por cambios fundamentales en la estructura del Estado y por una nueva ética política. Es un hecho político y social trascendente que marca toda la historia del país de los últimos veintitrés años y que expresa la irrupción de una nueva concepción de la realidad que señala nuevos derroteros. Es el surgimiento de una conciencia moral y política, expresada por la juventud de todo el país, pero que pertenece a lo más profundo del alma ciudadana.
Esta dura, sostenida y ejemplarizadora lucha juvenil por una radical transformación de la sociedad, ha dejado impertérrita a la candidata de la Concertación. En ningún momento se ha referido a ella como punto de inspiración y partida para sus propias aspiraciones políticas o para su programa de gobierno. Esa expresión liberadora del alma nacional no ha provocado en ella la más mínima adhesión y tampoco, el más leve reconocimiento a toda una pléyade de dirigentes juveniles y regionales que encabezan la lucha ciudadana por una nueva realidad social. Es una actitud insólita, incomprensible, injustificable e imperdonable, en una figura política que pretende representar los intereses de toda la comunidad nacional. Ello no la ha restado de adoptar ciertas demandas del movimiento estudiantil como propias, para entregarlas al estudio y decisión de “expertos” de su confianza personal, apartándolas sin vacilaciones de sus gestores y de toda ingerencia ciudadana.
Bachelet, lejos del pueblo
Efectivamente, el “pueblo ciudadano” –valga la redundancia- no tiene cabida en los proyectos políticos ni en el comando de campaña de Bachelet y por tanto, en la discusión de su programa de gobierno. Ni siquiera por aproximación. No sabemos hasta ahora de la existencia de ningún comando popular de Bachelet en ningún punto del país, así como tampoco que alguno de ellos pudiera presumir de alguna ingerencia programática, como auténtico portavoz del pueblo segregado. Para la candidata sólo tiene valor la voz de los “técnicos” o de aquellos que presumen de serlo. La de aquellos que acostumbran a decidir el destino de los ciudadanos, entre cuatro paredes, lo más lejos posible de éstos. Y la voz de aquellos que por interés, vocación o formación política aseguren a la candidata que no incurrirán en el crimen de trasuntar concepciones éticas y políticas proclives a cualquier “radicalismo”.
Es por esa razón que en la composición del Comando Bachelet dado a conocer esta semana, ni los dirigentes de la movilización nacional ni el pueblo de carne y hueso y opresión crónica, se divisan por ninguna parte. En cambio abundan los concertacionistas neoliberales y otros ligados directamente a las esferas del neoliberalismo netamente derechista. Es decir, sólo representantes de la misma casta social y política que ha hecho posible el naufragio de Chile en un océano de desigualdad social, de segregación ciudadana y de total ausencia de ética política y humana. Con esta representación, naturalmente, no puede sobrevenir riesgo alguno para la estabilidad del sistema, que es lo que preocupa a la ilustre candidata. Nada que pueda alterar la alegre estructura y sobrevivencia del pudridero ético y político nacional.
Reformas dentro de la jaula
La misma Bachelet lo ha anunciado de modo rotundo. Las reformas que ella impulsará sólo pueden tener lugar dentro de la institucionalidad vigente. Es decir, según los parámetros y perspectivas que pueda ofrecer la legalidad dictatorial pinochetista. Ella no ha consignado preliminarmente ningún juicio, ninguna crítica, respecto de la ilegitimidad y la total carencia de ética política implícitas en la Constitución 1980, por tanto, al proclamar su respeto irrestricto por su letra y espíritu, está proclamando también su acuerdo y su adhesión a ella. Imaginar la modificación de la realidad social desde dentro de los márgenes de dicha Constitución, significa querer planificar el escape colectivo desde una jaula de hierro, sin romper ni barrotes ni cerrojos, lo que conlleva la implícita perspectiva de tener que permanecer dentro de la jaula, per secula seculorum. Y que todo anuncio desde el interior de dicha jaula, proclamando algún tipo de liberación ciudadana y de desarrollo social, sólo puede conducir a resultados inciertos, castrados o decididamente falsos.
La mafia eternizada
Bachelet ha llamado al electorado nacional a votar en las próximas parlamentarias con el propósito de lograr un parlamento proclive a las reformas que ella afirma impulsará desde la presidencia. El llamado adolece de una seria insuficiencia ética y pragmática, pues se realiza desde los márgenes restrictivos del sistema binominal de elecciones, cuyo objetivo principal es la distorsión de la voluntad electoral ciudadana, para incrementar falsamente el poder electoral de una minoría derechista. A la vez, causa técnica de la comprobada ausencia de representatividad política ciudadana en el parlamento. Por otra parte, debemos recordar que la Concertación, abjuró de la realización de la comedia legal llamada primarias parlamentarias y además, nunca ha propiciado alguna forma de participación ciudadana en la designación de candidatos.
Consecuentemente, los candidatos llamados a componer la llamada Nueva Mayoría serán difícilmente nuevos y probablemente, escasamente mayoritarios; al contrario, dichos candidatos serán los conocidos y repetidos miembros de la mafia política construída en veintitrés años de gobierno y sólo algunos nuevos, los que aparecerán allí a causa de los compromisos adquiridos por la Nueva Concertación con el partido comunista. La incorporacíon de algunos escasos nombres provenientes del movimiento estudiantil o de otras esferas, no otorgará para nada alguna legitimidad al proceso y el rostro éticamente viciado del nuevo parlamento seguirá siendo el de siempre.
En resumen, el llamado de la candidata por una nueva mayoría, es un llamado falaz dirigido al vacío, entre otras razones, porque las reglas electorales no han sido modificadas y principalmente, porque la apelación no involucra ninguna motivación ética o política que pudiera movilizar a los ciudadanos a las urnas, salvo la conminación a continuar bailando al son de cantos de sirenas orquestados por otros, sin su venia ni participación. Pero la principal condición engañosa del llamado de Bachelet está en que el parlamento concertacionista -tanto como el de la derecha- es enemigo declarado de cualquier transformación fundamental en el sistema político, pues ello les expone a perder su poder, sus status y sus privilegios. (De allí, el espanto de Camilo Escalona ante cualquier posibilidad de poder ciudadano). Ningún cambio trascendental de orden ético o político puede surgir de dicho parlamento. Sólo reformas de orden “gatopardistas”.
El pueblo solo
Los hechos que comentamos prueban fehacientemente que la revolución ética y política a la que el país aspira es algo totalmente ajeno a la candidata Bachelet y, desde luego a la Nueva Concertación. La permanente y grotesca omisión del derecho natural de millones de chilenos a ser sujetos de su propia historia, es una eterna bofetada sobre el alma nacional. Bachelet se suma a quienes insisten en desconocer el derecho soberano de la ciudadanía toda a dirigir el cambio ético y político de la sociedad, a quienes insisten en apartarla de todo protagonismo y que le asignan una función estática y subalterna. Es muy posible que Michelle Bachelet sea elegida de nuevo presidenta de la República, aún sólo por el hecho de carecer de competencia, pero queda cada día más claro, que no será a través de la persona de Michelle Bachellet o de una elección presidencial, cómo el pueblo chileno logrará liberarse de sus opresores y de un sistema que es la antítesis de la razón, de la ética y de la justicia en la gestión política, sino sólo a través de su propio protagonismo y el ejercicio de su legítima fuerza soberana y ciudadana.
Por Elías Vera Alvarez