A eso de las 17:30, Daniel se reunió conmigo a las afueras del ex Congreso Nacional. A esa hora, el ambiente ya estaba polarizado, por un lado muchos manifestantes ya habían comenzado a “funar” tanto a Capriles como a sus adherentes, y por el otro se veían muchos venezolanos, que demostraban muchas ganas de ingresar.
Mientras observábamos la situación, la pregunta surgió en nosotros casi instantáneamente:
-¿Daniel, y si nos colamos?
Me miró por unos cuantos segundos, para luego responder entusiasmado:
-¡Dale hueón, démosle!
Nos acercamos al guardia, un tipo calvo, moreno, de baja estatura, y con marcado acento venezolano. Le comenzamos a hablar:
-Somos dos estudiantes de periodismo de la Universidad de Chile (por cierto Daniel es de la Usach, pero para hacer las cosas más fáciles indicamos que éramos de la misma universidad y a la ves de la misma carrera), admiradores de la campaña de Henrique Capriles en Venezuela, sabemos que es un gran hombre y que desea el cese de la corrupción en su país, por lo mismo nos gustaría por favor pedirle que nos dejara entrar, para seguir aprendiendo de él, pero esta vez de una forma directa.
Nos miró con cierta desconfianza y respondió la petición:
-Conozco la ideología de la Universidad de Chile, y prefiero creer que no son chavistas. Acá únicamente pueden entrar venezolanos que tengan una invitación, pero los dejaré entrar, aunque les advierto, cualquier intento de grito o interrupción y se van expulsados en el momento.
– Entendido, ningún problema- le respondimos.
Abrió la reja, y entre medio de una masa de venezolanos con gorros caprilistas, ingresamos.
-¡La hicimos hueón! -me susurró Daniel efusivamente- Ahora a esperar el momento exacto y expresarle en la cara al imbécil, el repudio de toda la gente que está afuera.
Y claramente la habíamos hecho, porque no perdíamos nada con que nos expulsen de un acto fascista. Definitivamente ganábamos mucho más de lo que perdíamos.
Finalmente entramos al “Salón de Honor” del ex congreso, y nos sentamos en una de las 500 sillas que estaban a disposición del público, que por cierto estaban casi todas ocupadas por adherentes a Capriles. Y allí con susurros, surgieron ideas de cómo sería nuestra interrupción, comenzó la espera, una extensa espera, ya que Capriles tardaría más de 1 hora y media en llegar.
Cuando finalmente apareció, todo el auditorio se paró y comenzó a aplaudir. Con cierto grado de culpa y vergüenza nos paramos junto a mi compañero e imitamos el actuar de la masa para pasar desapercibidos.
-¡Qué bello es estar en un país donde se respira democracia! -Exclamó Capriles en una de sus primeras frases, respondiendo luego una corta tanda de preguntas, en donde todas sus respuestas fueron basadas en críticas a la gestión de Nicolás Maduro en Venezuela-.
-Daniel, yo creo que ahora es el momento -le dije a mi compañero-.
-Esperemos 5 minutos -me respondió-.
El reloj marcaba las 19:55 y a medida que aumentaban los minutos, también aumentaban proporcionalmente los latidos en nuestros corazones, estábamos nerviosos.
-Son las 8, Hennings, ¡Ahora! -me dijo-.
Respiré hondo, me paré y grité frente a todo el público que había asistido:
-¡Fuera de Chile, fascista culia’o!
Inmediatamente se paró Daniel y gritó:
-¡Fascista asqueroso, ándate de nuestro país!
Hubo unos cuantos segundos de silencio, en los que Capriles quedó mudo al igual que toda la audiencia. La sala se llenó de abucheos hacia nosotros (era de esperar), dos guardias nos tomaron y bruscamente nos sacaron del lugar. A lo lejos logré percibir al organizador que me había dejado entrar, este corrió furioso hacia mí.
-Tú… tú… ¡Imbécil! -me agarró del cuello y me empujó- Chavista de mierda, sabía que todos eran así en tu universidad, pero te vamos a ir a buscar, cagaste.
No le respondí, en parte lo había traicionado y algo de culpa sentía. Diversos medios de prensa grabaron todo eso, incluyendo las amenazas, pero lamentablemente (y por motivos que hoy en día no resultan extraños) nada difundieron. A empujones, amenazas e insultos salimos del ex congreso. Pero afuera la historia era distinta, la gente nos aplaudió, abrazó y felicitó, increíblemente habíamos pasado de villanos a héroes, los de afuera eran de los nuestros.
Nos dimos un tiempo para contar lo sucedido a la gente de afuera, para posteriormente alejarnos del lugar, alejarnos con una sonrisa infinita, ya que al menos, un mal rato le hicimos pasar al golpista.
Por Christian Hennings (@heennings) y Daniel Quezada
(Minuto 11)