Crónicas de Regocijo y Esperanza: La Peste

Compartimos a partir de hoy en El Ciudadano los textos de Emanuel Garrison , una visión personal y apasionada acerca de los últimos años de nuestro acontecer, relatados de una forma casi inverosímil, humana y gratificante donde se funden la realidad y la no realidad, los años pasados con la época actual, acerca de los […]

Crónicas de Regocijo y Esperanza: La Peste

Autor: Director

Compartimos a partir de hoy en El Ciudadano los textos de Emanuel Garrison , una visión personal y apasionada acerca de los últimos años de nuestro acontecer, relatados de una forma casi inverosímil, humana y gratificante donde se funden la realidad y la no realidad, los años pasados con la época actual, acerca de los sucesos que han marcado las vidas de hombres y mujeres en un pueblo que podría ser la patria de cualquiera de todos nosotros.

 

Capítulo primero

LA PESTE

Fue por aquella época de acaso y tumultuosidad cuando se presentó la peste. Una plaga brumosa y casi invisible se esparcía como un manto de tinieblas por el mundo, y ciertamente, también abrazaba el entorno, primero como un suave rumor desplazándose en sigilos, para luego alcanzar a una infinidad de personas que veían perder sus puestos de sustento y su poder adquisitivo; apesadumbrados veían como la cesantía de hombres y mujeres aumentaba paulatinamente hasta desbordar a niveles insospechados y como muchas compañías, pequeñas y vulnerables acudían a los más diversos artilugios y maromas para no verse afectadas por las bruscas caídas en los niveles de rotación de sus inventarios y mercancías. Toda aquella espiral de causas y efectos empantanaba el normal funcionamiento de los múltiples engranajes cotidianos dando curso a cierres inminentes de muchas pequeñas faenas y empresas familiares de antigua data y tradición.

“No hay de qué preocuparse” me señaló en alguna oportunidad uno de aquellos eximios profetas de mercado, haciendo gala de su invencible mirada de lince y hombre de mundo informado.

“No hay de qué preocuparse. Y por ahora sólo debemos aprovechar las oportunidades que se presentan y engordar como cerdos gruñidores. El país es bastante próspero y nosotros somos los elegidos para conducir este proyecto. Somos la elite y lo más granado. Lo mejor de lo mejor. Los más aptos para subsistir en el darwiniano mundo de la banca y de los negocios”.

“Ah, y otra cosa, mi querido amigo. Las catástrofes, los desastres y cualquier otro tipo de cataclismos son la mejor oportunidad para que los ricos y poderosos se hagan más ricos y poderosos. Es el mejor tónico para aprovechar el dulce potencial que nos regala el libre juego de la compra y venta; el suave follaje en las praderas de la oferta y la demanda en que salen a cazar los mejores hombres de negocios”.

“Una de las crisis económicas más importantes se acerca” respondí casi sin escuchar lo que el visionario vidente señalaba convencido. Según mis breves y escuetos cálculos se acerca una de las crisis económicas más importantes que nos haya cruzado en décadas y que afectará con seguridad a los ciudadanos en forma global. Es decir, a todas las personas en todos los aspectos y en todas las regiones del mundo”.

Y, en estos casos, más que nunca es central acudir a los derechos y enarbolar las garantías que se han diseñado en la prosperidad de los tiempos de paz. Aquellas cartas esenciales que han sido confeccionadas en las horas de concordia y que resguardan a los individuos, que distancian y mantiene a raya a las personas del ataque de los lobos y de las aves de presa. Aquellos derechos esenciales e inalienables erigidos para protegernos incluso del abuso y falibilidad de nosotros mismos.

“Si dejamos el campo libre a las hienas y a los lobos –había dicho un buen amigo en cierta oportunidad- se lo engullirán absolutamente todo, y no trepidarán en arrasar en primer lugar las aldeas más vulnerables.

“Si no defendemos nosotros nuestros propios derechos, ejerciéndolos, si no levantamos cortafuegos y salvaguardas, si no hablamos nosotros para reforzar las leyes y construir una mejor forma de convivencia, nadie hablará por nosotros y por nuestra simiente.

“Sabemos –decía en otra ocasión – quien habla en nombre de los grandes intereses corporativos; sabemos quienes procuran mantener e incrementar sus ganancias y granjerías a costa de millares de hombres y mujeres desamparados producto de las tempestades y apetitos desatados de la avaricia o intereses creados, pero, ¿quién habla en nombre de los individuos y ciudadanos del mundo?

Y aunque, ciertamente,  había innegable razón en tales especulaciones, todavía yo me sentía parte del éxito y de la molicie, de ese pequeño grupo de escogidos que usan y abusan de sus privilegios de elite y de aquellos espejismos de moral superior que sólo había traído a nuestro terreno la indiferencia y el individualismo, la indolencia, el egoísmo y la codicia, así como la riqueza concentrada en un selecto y minúsculo grupo que, confiando en la discriminación como una buena herramienta de progreso, habían sembrado enormes bloques de segregación y racismo, de clasismo e intolerancia en nuestra sociedad cada vez más fragmentada y friccionada por el dogma ancestral y déspota de quienes debían velar por la cohesión y bienestar de la población.

Sobre el horizonte se extendían, otra vez, nubarrones cargados de oscuros velos de inequidad y de estrepitosas decisiones arrastrando su larga estela de ciega incertidumbre.

La tibia comodidad de la desidia y la molicie tejían una extensa red de bruma aciaga que formaba un amasijo de vago sopor y tenue carácter en la estancia pequeña, mullida y breve del éxito exiguo y mezquino que se disfrutaba a costa de la vida y sacrificio de los más sencillos, de los más olvidados en el territorio del desamparo, de los incansables hombres de verdadero trabajo.

 Por Emanuel Garrison

 


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