Lo jodido de los privilegios es que no pueden ser compartidos, si no… no serían privilegios.
Sin embargo, cuando servidor era un muchacho aún, entonaba ese himno de la Juventud Socialista que comenzaba: “Privilegio encontrarnos hermano, construyendo un futuro mejor…”
Salvador Allende era presidente, el día tenía entre 28 y 36 horas y no alcanzaba para hacer todo lo que queríamos hacer en uno solo: trabajar, estudiar, militar, leer, amar, ir al cine, jugar a la pelota, viajar, solidarizar con Vietnam, cambiar el mundo…
Luego vino la noche negra, el triunfo del capitalismo new age que llamaron neoliberalismo, digno sucesor del original, ese que Marx describió diciendo que había nacido “chorreando sangre y lodo por todos sus poros”.
Y tuve que esperar hasta el 29 de noviembre del 2008, fecha en la que nuestros amigos franceses lanzaron el Parti de Gauche, para volver a sentir la indecible sensación de privilegio que me la había puesto morcillona en mi juventud.
Oskar Lafontaine y Jean-Luc Mélenchon, en dos mensajes cargados de esperanza, nos devolvieron el alma al cuerpo y nos hicieron sentir que todo nuestro pasado, los triunfos y las derrotas, los momentos de luz y los instantes de desesperanza, forman parte del privilegio de ser constructores del futuro. Y nos hicieron comprender que hay que asumir todo, fracasos y victorias, cargar con el peso leve e inspirador de quienes perdieron la vida en el empeño, no dejar nada ni nadie atrás porque de algún modo el futuro está inscrito en las luchas del pasado.
Ayer, cuando escuchaba a Jorge Arrate en un Teatro Caupolicán repleto de pueblo, volví a vivir un privilegio compartido con miles y miles de trabajadores, pobladores, estudiantes, amas de casa, sindicalistas, mapuches, aimaras y quechuas, pueblo nuestro.
La izquierda renace de sus cenizas, vuelve a ser esperanza. La izquierda tiene candidato para hacerle frente a los herederos asumidos del legado institucional y económico de la dictadura: Concertación y Alianza, Alianza y Concertación, ¿Quién podría desenredar esa madeja?
Solo la izquierda.
Izquierda que sin los socialistas, sin el cuerpo de ideas, sueños y objetivos que construyeron hombres como Marmaduque Grove, Eugenio Matte Hurtado, Oscar Schnacke, Eugenio González Rojas, Raúl Ampuero, Alejandro Chelén, Salvador Allende, Carlos Lorca y tantos otros, es una izquierda mutilada, incompleta.
Ahora que el PS oficial es parte del problema, parte de los instrumentos de bordo del Titanic construido con saña por la satrapía militaro-civil, hacer acto de rebelión, ser parte de los que no tienen miedo, es un privilegio gigantesco.
Jorge Arrate rescató toda la historia del movimiento social chileno, la hizo suya. A los Matta y los Gallo, a Pedro Aguirre Cerda, al inmenso Luis Emilio Recabarren, a Grove y Allende, sin olvidar la vertiente cristiana de la izquierda de Clotario Blest, ni la bella juventud que hoy prolonga el combate. Recordó la figura señera de Marx, saludó el papel gigantesco de la resistencia cubana al imperio, señaló la importancia de la unidad latinoamericana, del sueño de Bolívar, elemento que forma parte de los cimientos del pensamiento socialista. Por eso estuvo acompañado de la presencia de delegados de toda América Latina, de Brasil, de Argentina, de Bolivia, de Perú, de Nicaragua, de Venezuela, de Cuba…
Y liberó la palabra, habló de Asamblea Constituyente, de devolverle al pueblo de Chile los derechos secuestrados por la dictadura y por sus sucesores pseudo democráticos, recalcó que tenemos que renacionalizar el cobre, proteger el medio ambiente, proteger los derechos de la mujer incluyendo el que se refiere a una maternidad elegida conscientemente.
Puso en el tapete los temas que le preocupan al pueblo de Chile, la salud, la educación, el agua, la energía, los servicios públicos, el derecho a decidir de nuestro propio destino.
El socialismo renace de las cenizas que dejaron, aun tibias, los incineradores del pensamiento que alojan en la calle París.
Para reconstruir la esperanza. Para reconstruir la organización, el pensamiento y la acción que nos permitirán devolverle a Chile su carácter de República y las prácticas democráticas, y abrir, definitivamente, el sendero que se ensanchara en alameda.
Esa que nos llevará al mundo mejor que soñamos para Chile.
Privilegio. Privilegio. Tal vez el único privilegio que, compartiéndolo, no dejará nunca de ser un privilegio.
Por Luis Casado