El mexicano premio Nobel de Química Mario Molina, quien destacó por ser uno de los descubridores de las causas del agujero en la capa de ozono, falleció el miércoles a los 77 años debido a problemas cardiacos inesperados, informó el centro de estudios que encabezaba y funcionarios.
Molina se convirtió en 1995 en el hasta ahora único mexicano en recibir el galardón, que compartió con el holandés Paul J. Crutzen y el estadounidense Frank Sherwood Rowland, por su papel para la dilucidación de la amenaza a la capa de ozono de la Tierra por parte de los gases de cloro, bromo, dióxido de carbono, entre otros, publicó Reuters.
“Lamento profundamente el fallecimiento del Dr. Mario Molina Henriquez, Premio Nobel mexicano, científico comprometido y capaz. Abrazo solidario a sus familiares y amigos. Descanse en paz”, escribió el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, en su cuenta de Twitter.
Las investigaciones de Molina, quien nació en México el 19 de marzo de 1943, condujeron al Protocolo de Montreal de las Naciones Unidas, el primer tratado internacional que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental de escala global.
El Centro Mario Molina, una asociación civil creada para dar continuidad a su trabajo, dijo por la noche que quien fuera uno de los científicos que formó parte del consejo de asesores de ciencia del expresidente estadounidense Barack Obama, falleció debido a “problemas cardiacos inesperados”.
“El Dr. Mario Molina parte siendo un mexicano ejemplar que dedicó su vida a investigar y a trabajar en favor de proteger nuestro medio ambiente. Será siempre recordado con orgullo y agradecimiento”, dijo el Centro en un comunicado.
A lo largo de su excepcional vida, Molina recibió diversos reconocimientos, premios y doctorados honoris causa.
Graduado como ingeniero químico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1965, Molina prosiguió sus estudios en Alemania Francia y Estados Unidos. Sin embargo, su pasión por la ciencia le nació de pequeño.
“Antes de entrar a la secundaria ya me fascinaba la ciencia. Aún recuerdo mi emoción cuando vi por primera vez paramecios y amibas a través de un microscopio de juguete más bien primitivo”, gustaba recordar en entrevistas que concedió.
“Convertí entonces en laboratorio un baño de la casa que apenas usábamos y pasé largas horas ahí entreteniéndome con juegos de química”, agregó.