Dr. Nelson Rodríguez Arratia.
Sin entrar en lugares comunes, como la pandemia y la crisis económica o bien la crisis social y política, como la crisis de los liderazgos, que más parecen el soliloquio de todos los individuos que intentan llevar sus ideas o individuos sin la otrora comunidad de profesionales en las que serlo, significa no sólo participar, sino discutir, construir, crear, para todos, es decir, jugar por la dignidad. Pero hoy, Chile parece jugar con un gol en contra. Pero, así las cosas, jugar en la filosofía, parece ser una apuesta, que bien merece pensar eso de lo venidero, sin aromas de repetir lo hecho, sino sumergirse al juego de pensar y crear.
Como todos sabemos, el 25 de noviembre del presente año, nos dejaba el mejor jugador de la historia del fútbol, así catalogado por la prensa especializada: Diego Armando Maradona. Un niño prodigio, pues desde el oprobio de la pobreza le asistió el genio y la constancia, para ser en su equipo de origen, el goleador por 5 años consecutivos. Sin gozar de una altura significativa y con una habilidad ágil y dinámica de sus piernas, la velocidad y la finta, parecíamos estar mirando aquel que nació con el balón pegado en los pies. Y no hay modo, para un buen avezado y apasionado periodista Horacio Pagani, en el día de la partida de Diego, comentó entre el dolor, las lágrimas, sollozos y llanto: “Hoy murió el fútbol”. Y no hay más. Todo lo demás, el recuerdo y las imágenes que hablan más que mil palabras, de cómo un jugador, el líder, llevó a las alturas a tantos equipos.
Varios años antes, el 04 de diciembre del 2011 falleció otro grande del fútbol: Sócrates Sampaio de Souza. Muy distinto del que llaman el padre de la filosofía, chico, regordete y de nariz ancha. El brasileño, fue médico y futbolista. Se destacó por tener y practicar un juego elegante, que le permitió ser reconocido por su visión de juego colectivo. No olvidemos que Sócrates compartió con otros grandes líderes del fútbol, entre ellos Zico, Toninho Cerezo, Falcao y Júnior. Tal vez, lo que se recuerda de su juego son sus pases distribuidos a partir de los quiebres de ritmo y lugar, que mágicamente realizaba con el talón o su tobillo. Sócrates, nunca fue campeón del mundo, aunque participó en dos copas mundiales. Sólo su capacidad de hacer equipo, de compartir el juego, jugar con otros, despertar la sensibilidad de todos, del equipo para construir desde el juego, el placer de hacer lo que hay que hacer, de vivir de lo que el sentir y despierta como sentido.
Tal vez ambos jugadores comparten el hecho de tener y despertar en la hinchada, una particular sensibilidad por las cuestiones sociales. Diego al lado de grandes próceres y líderes sociales (Maradona con Fidel), como varias denuncias y apoyos a demandas sociales en su país. Sócrates, desde las canchas organizó entre compañeros del fútbol, periodistas y medios, estrategias para denunciar y debilitar a la dictadura de Joao Figueiredo.
Al llegar al fútbol italiano, en su primera entrevista como jugador de la Fiorentina dijo: vengo acá para leer a Gramsci en su idioma y aprender más de él y entender la complejidad social, como también de profundizaciones en el área médica. Sócrates, militante del PT nunca dejó de mostrarse sensible a los dolores de los pobres y de los abandonados, como de los conflictos sociales. Murió, como él mismo lo predijo: un día domingo y con Corinthians Campeón, dejando una clínica para deportistas, que él mismo fundó y construyó. Aquí, de otra forma que la imagen de Maradona; una imagen vale distinto que mil palabras.
Y es que el juego una posibilidad de desarrollar habilidades para la vida. Lo que una escuela también tiene en su horizonte es construir, desarrollar habilidades, que le permitan a uno o una vivir sin la tutela, es decir, en la autonomía que es posible desarrollar en el juego filosófico. Hablar de autonomía, no significa, claro está, de un individualismo sin individuo o de individuos sin subjetividad o subjetividad, sin intersubjetividad. Se trata de que la conquista de la autonomía abra la posibilidad de desarrollar en cada uno y una, la capacidad de buscar, de apostar, perseverar en aquel lenguaje que desde el sentir abra el pensar a una forma de jugarnos.
Sea la búsqueda de cada latido en los pasos que subyacen a cada existencia concreta. Esa que Unamuno llamó la existencia de carne y hueso y por la que propuso el filosofar como el quehacer que problematiza, tematiza y proyecta eso que entiende como vida y existir. La vida se juega en su ser de carne y hueso, en el yo concreto, personal, viviente, sintiente y sufriente, para asirse a ella como el fundamento concreto de toda posibilidad de sentido, pues así se entiende la existencia individual, que descifra a la vez sus conexiones con los otros, otras, la naturaleza, el mundo, el universo y lo universal. Sea esta la razón de por qué la palabra filosofía contiene ella, una emoción, un sentimiento y una pasión; amor, amar, amistad y amistar; en el saber, a quienes saben a quienes construyen el conocimiento.
Por eso, la filosofía, como un profesor, no cesa en preguntarse qué enseña y no deja de problematizar con quienes son sus estudiantes, si lo enseñado es aprendido y lo aprendido para abrir a nuevas ideas; O cómo amar eso que es amable por saber, por conocer o por construir lo que es amable para el convivir. La filosofía, no cesa de jugar, de buscar en este la posibilidad de ir a un encuentro con quienes buscan en el mismo juego, la posibilidad de hacer jugar a otros y transformarse en ese mismo juego, en aquellos que entregan la pelota, a quienes aún no han jugado por pobreza, exclusión u olvido.
¿Puede alguien que profiere en la filosofía, hablar de ella sin problematizar aquello que enseña y con quienes enseña? Eso sería como querer jugar y poner a priori las condiciones o reglas del juego y terminar en un partido aburrido, para llegar a la desidia de querer entender el juego sólo como el vértigo y lleno de adrenalina: “tocar el timbre y salir arrancando”, para luego terminar en la confusión de lo simpático y grotesco, sentados a la orilla de la calle escuchando, el sonoro aire contenido: “La pelota es mía”. Creo que la filosofía no cesa de jugar, pues siempre está en el campo problemático, pues por querer jugar con otros, por querer hacer jugar a otros, por querer romper las inercias culturales y sociales y construir conocimientos que generen autonomía, justicia y democracia, la enseñanza de la filosofía entonces, se constituye como un problema filosófico; una escuela de filosofía no cesa de jugar, pues así, una imagen de una escuela, como del enseñar, valen distintos que mil palabras.
Una escuela, no puede dejar de jugar, pues de lo contrario, se tiende a reducir el problema de la enseñanza de la filosofía a un problema técnico, didáctico, instrumental y no sólo eso, porque sin jugar en el campo problemático, la misma pedagogía se ve reducida a una cuestión de entrega de ciertos contenidos y habilidades, de las que puedo o no prescindir. Muy ajeno esto, la imagen de una escuela que juega, para construir, que juega para debatir, para ir al encuentro de otros y otras, de reconocernos que todos somos más que unos pocos y que la inclusión es lo que en definitiva, nos pone en el juego de jugárnosla por la dignidad. Jugar entonces es un modo de decirnos, nosotros profesores de filosofía que creemos serlo y hacerlo, debemos problematizarnos a nosotros y nosotras mismas, problematizar lo que hacemos en nombre de la enseñanza de la filosofía y cómo lo hacemos; de modo que el juego se inicie con un gol en contra, para disponer de lo que resta, a problematizar y buscar las estrategias que nos hagan seguir jugando, seguir en la perseverancia de construir el juego que nos haga jugar sin importar, que ya vamos ganando.
En el escenario de pandemia, ya terminando el 2020 y en los pronósticos de las clases para 2021, las condiciones parecieran seguir siendo las mismas: Clases virtuales y con algunos ejercicios de presencialidad. ¿Seguiremos repitiendo el formato que imita el estar en el aula, pero entre pantallas (el profesor que habla, el estudiante que apunta)?; ¿Seguirán los webinars y otros por el estilo, para lograr evidenciar existencia o presencia a pesar de la distancia de la realidad? Tal vez, sea necesario que problematicemos desde la filosofía algunos modos de encontrarnos, de buscar y buscarnos, para que los contenidos, para que aquello que se enseña, se aprende y se construye tenga algo de otros, tenga algo de calle, tenga algo de ciudad, campo o colaboración. Tal vez sea necesario, dejar la virtualidad algunos momentos, para volcarse a la calle y construir lo que dejó la distancia de un año haciendo clases on-line. Tal vez sea necesario iniciar ese juego y cambiar la imagen que habla por mil palabras, a una imagen que se refiera de un modo distinto a mil palabras.
Una filosofía que hace escuela, una escuela de filosofía o una filosofía que quiere hacer escuela se abre al juego, porque hay que abrir la sensibilidad, a mirar, palpar, cargar con la realidad que está tan enfrente de nosotros, como tan en nosotros y otros, otras en nosotros y nosotras. Incluso hay que atender lo que luce sin importancia, lo que parece insignificante, lo que resulta obvio o natural, para problematizar lo sentido, para llevarlo a su transformación, a su justicia a sus construidas participaciones de lo real. Creo, que la disposición clave en una escuela es abrirse a la sensibilidad. Así, no repetir, ni anquilosarse en el panelista de turno o el profesor online, que dispone de ideas y conceptos sin ninguna propuesta de encuentro, de encontrarnos y de abrir el conocer para otros, para que el conocer se vuelva saber y el saber en moralidad.
Creo que debemos dejar de pensar y creer que las maravillas que uno piensa están en otros sin mediar el estremecimiento de descubrir y sentir que esas maravillas pueden disponernos a mirar, sentir y pensar de otras maneras. El filósofo chileno Luis Oyarzún fue reconocido por hacer filosofía desde la sensibilidad. Pues si el pensar quiere aprehender lo real, tiene que desprenderse incluso de los conceptos, pues el juego de la filosofía consiste, más que en la construcción de categorías, en estar en el mundo, ser en el mundo y un ver en el mundo; es ser una inteligencia sintiente o sensible.
Sin ir más lejos, Sócrates, el de Grecia, decía que a filosofía tenía que ver con la vida. Y claro, la vida hay que sentirla, para hacerse a la comprensión que nos permite construirla y compartirla. Sócrates, el futbolista, comprendió que la filosofía era un modo de mirar, pero cuya importancia estaba en la capacidad de hacer jugar a todos, de construir equipos, de proponer juegos distintos para escuchar al equipo contrario y disponer los quiebres de juego y ritmo, con la elegancia de una buena conversación. Y es que el juego de Sócrates hizo escuela por ello, como la estética cotidiana proponiendo, desde la sensibilidad las jugadas que abren estrategias que anclan el pensar que posibilita encantarnos al juego, como si jugar significara ser jugados, porque la estrategia sensible es aquella que nos va permitiendo construir el mundo de la vida; ese mundo que somos, con otros, otras, con todos y todas; una estrategia de jugada, que hace escuela. Una imagen que no vale mil palabras, sino una imagen que habla distinto que mil palabras, pues se trata de jugar, aunque exista un gol en contra, de salir a jugar y no sólo decir, sin apostar.