El año 2020 probablemente sea recordado como el año en que tomamos conciencia de lo frágiles que somos como especie. Al mismo tiempo, podrá ser recordado como el año que marcó el fin de una forma de vida, la de la civilización industrial.
La secuencia “estudiar, trabajar, casarse, poseer una vivienda, tener hijos y jubilarse” se ha roto en mil pedazos. Esta secuencia surgida a partir de la Segunda Guerra Mundial, la misma que hemos vivido una gran mayoría, ya no volverá a restablecerse una vez que pase la emergencia sanitaria. Esto es así porque la pandemia desatada en el siglo XXI no es un hecho aislado. Al contrario: es una advertencia mayor que, por medio de los hechos, nos ha enviado la naturaleza.
La naturaleza ya no parece rogarnos por cambios en nuestras actitudes sino que directamente nos notifica, como especie que forma parte del reino animal, que ella ya ha comenzado a buscar un nuevo equilibrio sin importar lo que nosotros podamos opinar o decidir.
El 2020 será uno de los años más calurosos en la historia de la humanidad. También marcará un récord en la concentración de CO2 en la atmósfera a pesar del confinamiento forzado de media humanidad y de la disminución de cerca del 7,5 por ciento de las emisiones durante los últimos nueve meses. La crisis climática no se ha detenido sino que, al contrario, en estos meses se ha agravado.
La oportunidad que tuvimos en los últimos 30 años para producir un gran cambio dentro del actual modelo de desarrollo –y así corregir las cosas que estábamos haciendo mal- lamentablemente fue desperdiciada. La ventana para hacer reformas se cerró o, mejor dicho, nosotros mismos la cerramos.
No nos queda otra alternativa que iniciar una profunda adaptación a los nuevos tiempos. Si logramos adaptarnos podremos sobrevivir y tener una oportunidad para contribuir en el renacer de la humanidad en una próxima etapa; una vez aprendidas las lecciones que nos entregará la era de la escasez.
La nueva civilización ecológica nacerá del vientre de la que irremediablemente se termina. Creemos que es el momento de cambiar nuestro modo de vida y simplificarlo. Tal como describe el académico australiano Ted Trainer en su libro “La vía de la simplicidad”, debemos ser capaces de eliminar lo superfluo y la dependencia que tenemos de la sociedad de consumo. Hoy en día este es el único camino posible para avanzar hacia un mundo realmente sustentable y justo.
Con el fin de 2020 y el inicio de 2021, creemos que llegó la hora de practicar la esperanza de forma activa. Este año podremos trabajar huertos familiares, incentivar ollas comunes y monedas locales, incorporar la permacultura, los bancos de semillas y los bancos de tiempo, vivir en ecoaldeas, participar de cooperativas solares y de consumo. Enfocarnos también en la vida neorural, en la vida nómada y en la meditación: internarnos en los bosques y en los ríos.
Creemos que llegó el momento de desarrollar estas y otras iniciativas que ya no pueden ser vistas como formas pasajeras de sobrellevar un tiempo difícil, sino como gérmenes de una nueva forma de organizarnos como sociedad. Todo esto con el objetivo de sobrevivir comunitariamente y también para aprender a practicar el buen vivir, es decir, una vida en armonía con la naturaleza.
Por Manuel Baquedano
Presidente del Instituto de Ecología Política