Pablo Mana tenía 19 años cuando desembarcó con las tropas argentinas en las Islas Malvinas, el 2 de abril de 1982, y se convirtió en protagonista de un hecho que dio la vuelta al mundo. El exsoldado argentino recordó detalles de su histórica hazaña en la guerra.
Pablo Mana prestaba el servicio militar en el Batallón de Comunicaciones N.º 1 de Infantería de Marina cuando ese 2 de abril de 1982 tuvo la suerte de haber sido partícipe del desembarco argentino en las Islas Malvinas. Un joven de 19 años de la provincia de Córdoba no podía imaginar que su foto terminaría en las tapas de todos los diarios, con la bandera inglesa bajo el brazo.
Ese 2 de abril a las 6:15 de la mañana, dos batallones de la Infantería de Marina argentina desembarcaron en las Islas Malvinas, a 500 km del continente, mediante una operación anfibia denominada Operación Rosario. La misión era tomar el aeropuerto de Puerto Argentino, la capital de las Islas, para que aterrizaran los aviones C-130 Hércules de la Fuerza Aérea con el grueso de las tropas.
La tarea de recuperar las Islas, ocupadas por los ingleses desde 1833, había comenzado. A las 7:30 de la mañana ya se había capturado el aeropuerto y a las 8:45 aterrizaba el primer Hércules. Mientras tanto, las tropas británicas se rindieron al ser superadas por las fuerzas argentinas.
En ese momento Pablo consiguió un protagonismo inesperado, al ser uno de los primeros en ingresar a la casa del gobernador Rex Hunt y agarrar la bandera inglesa.
«Yo era soldado conscripto y pertenecía a la Infantería de Marina. La función que tuvimos era tomar la isla y dejar al Ejército para que lo defienda. Me hice conocido porque después de que se rindieron los ingleses, me tocó entrar a la casa del Gobernador, y estaba la bandera que iba a ser izada. No le dimos tiempo a izarla, porque desembarcamos a las seis de la mañana, yo rompí el cofre y la saqué», cuenta.
«Al salir, un periodista me vio y tomó la foto que recorrió el mundo porque era la bandera inglesa prisionera ese 2 de abril», recuerda.
Al mediodía, por primera vez después de 149 años, volvió a ondear la bandera argentina.
Pablo habla en un escenario inusual, el campo de polo del equipo argentino más exitoso de los últimos tiempos, La Dolfina, a 60 km del centro de Buenos Aires. Ya terminó la temporada de partidos y Pablo se prepara para volver a su ciudad, Vicuña Mackena, en la provincia de Córdoba, donde tiene una cría de yeguas madres de raza polo argentino y venta de potrillos.
De la gloria a la derrota
En 1982, la Junta Militar argentina, encabezada por el general Leopoldo Fortunato Galtieri, ordenó la recuperación de las Islas. El clima en el país era de mucha insatisfacción con los uniformados, que habían dado el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y que, durante esos años, habían hecho desaparecer alrededor de 30.000 personas en medio del terror de secuestros y fusilamientos.
En 1982, la sociedad ya estaba cansada de los militares. Cuatro días antes del desembarco en Malvinas, la primera huelga general contra la dictadura paralizó el país. Los generales creyeron que la recuperación de las Islas Malvinas podría ser una operación de propaganda, que les devolviera el prestigio perdido. También creyeron, equivocadamente, que iban a ganar gracias al respaldo de EE.UU., pues en esos tiempos negros del Consenso de Washington, la Casa Blanca apoyaba a todos los golpes de Estado de la región, pero Washington rápidamente le dio su apoyo al Reino Unido y a su primera ministra Margaret Thatcher.
Más allá de los mezquinos objetivos de la Junta, la recuperación de las Malvinas desató un entusiasmo y un patriotismo colectivos que los militares no estaban en capacidad de controlar. En todo el país se realizaron enormes manifestaciones de apoyo a los 10.000 soldados que viajaron a las Islas, y en todo América del Sur, una ola de nacionalismo cubrió la región.
Pablo recuerda la gesta con entusiasmo y emoción. De las Islas, dice que le encantó el lugar, porque en esos días el clima era agradable, aunque hacia el final de esa semana empezó a hacer un frío muy fuerte. «El pueblo es muy pintoresco, pero durante el invierno es tremendo».
Sobre la recepción de los locales, nada bueno se podía esperar. «Son ingleses, aunque sean de segunda categoría, no querían saber nada de que llegáramos nosotros. Había gente más amable y otra gente que no nos quería», recuerda.
A la semana, el batallón de Pablo volvió al continente, pues ya había logrado su objetivo con éxito y llegaba la hora del Ejército, que debía enfrentar la respuesta inglesa.
Del otro lado del Atlántico, una formidable fuerza expedicionaria partió del Reino Unido y atravesó el Océano para defender las islas usurpadas. Durante tres meses, las fuerzas de los dos países se enfrentaron, hasta la rendición argentina el 14 de junio.
Pablo pasó esas intensas semanas posteriores al desembarco en la ciudad de Río Grande, a 600 km de las Malvinas, en la provincia de Tierra del Fuego, esperando a volver a combatir, pero luego se hizo el bloqueo continental por parte de los ingleses y no pudieron volver a las Islas.
Río Grande fue después declarada «Capital Nacional de la vigilia por la gloriosa gesta de Malvinas», en referencia al papel que jugó en la guerra. Cada año, durante la noche del 1 y la mañana del 2 de abril, la población de la ciudad se reúne en una vigilia para recordar la memoria de los caídos y reafirmar el reclamo de soberanía sobre las Islas.
Después de terminar la guerra, Pablo volvió a la Base Naval de Puerto Belgrano, en el sur de la provincia de Buenos Aires, donde estuvo hasta octubre de 1982, cuando recibió la baja porque ya había terminado su año de servicio militar.
La guerra dejó 650 jóvenes argentinos muertos y 255 británicos. Los generales, odiados por la población y culpados por la derrota, consiguieron el efecto opuesto al que buscaban. Tras la capitulación, la Junta en pleno renunció y se organizaron elecciones para octubre de 1983, marcando el retorno de la democracia y cerrando la negra página de la dictadura.
La solidaridad que se mantiene
De la gesta, a Pablo le quedaron muchos amigos. «Los veteranos de guerra vivimos distintas etapas. Al principio, cuando recién terminó la guerra, era la época de la dictadura militar, volvió la democracia, no era lindo mostrar a los veteranos, como que nos escondían», recuerda.
Al terminar la contienda, la vida de los veteranos fue dura, muchos la pasaron mal. «De a poco el Estado nos empezó a dar un poco de atención, no solo por lo físico, gente que le falta un brazo o una pierna, sino lo mental, porque se vivieron situaciones límites, el estrés postraumático. Yo también estoy en grupos de ayuda», comenta.
«Ahora es distinto, vamos a actos escolares para conmemorar el 2 de abril, la juventud tiene más participación, nos dan más atención, nos preguntan cosas», señala.
En la provincia de Córdoba, donde vive, Mana pertenece a un grupo de 25 veteranos de distintas fuerzas, que no se conocían antes, y que organizaron un museo itinerante. Hay un encargado de reunir los materiales que van juntando entre todos. «Vamos una vez por mes a una escuela de un pueblo, tres días, damos charlas, mostramos lo que se usó en la guerra, uniformes, balas, fotos, les contamos a los cómo fue la guerra, es una forma de ‘malvinizar'», explica.
«Hablamos del sentido de pertenencia, nosotros Malvinas lo vivimos como algo muy nuestro. Es feo que lo tenga otro país cuando nos corresponde. A los chicos les encanta, se emocionan».
Gracias a Rusia y a la URSS
Pablo reflexiona sobre el conflicto: «A nadie le gusta la guerra, la gente mezcla la guerra con los desaparecidos, el terrorismo y el Gobierno militar. Son dos cosas distintas que sucedieron en la misma época. No estoy de acuerdo con la guerra, pero tampoco es lindo que te quiten algo, de alguna forma habrá que solucionarlo, fuimos a luchar por algo nuestro».
«Nosotros no teníamos nada que ver con las juntas militares, los desaparecidos ni con el terrorismo de Estado que había en esa época, éramos soldados».
Pablo cree que es muy difícil que las Malvinas vuelvan a ser argentinas, porque para los ingleses es un punto estratégico.
Pero hay algo que Pablo quiere destacar: «Quiero agradecer a Rusia, que en esa época era la Unión Soviética, que fueron los únicos que nos apoyaron en serio, junto con Perú. Chile se alió con Inglaterra, pero Rusia siempre jugó a favor».
Cortesía de Patricia Lee Wynne Sputnik