Con más de 80.000 muertos acumulados desde que empezó la pandemia y una vacunación que avanza a ritmo de tortuga, Francia (y la humanidad) necesita buenas noticias para levantar el ánimo.
Una de ellas la ha dado sor André –su nombre civil es Lucile Randon–, que esta semana cumplió 117 años. Además de su extraordinaria longevidad, lo prodigioso de la religiosa francesa es que superó la Covid-19 sin mostrar ningún síntoma evidente, destacó una nota de La Vanguardia.
En la residencia de ancianos donde vive sor André, en la ciudad mediterránea de Toulon, el coronavirus hizo estragos en enero. Se infectaron 81 de sus 88 habitantes. Diez murieron. “No sabía que lo tenía –explicó la monja, por teléfono, al diario Le Parisien –. No sentía nada. Dormía”.
Lucile Randon está considerada la persona más vieja de Europa y la segunda del mundo, solo por detrás de un hombre japonés que es 13 meses mayor que ella. La monja forma parte del privilegiado y muy exclusivo club de quienes sobrevivieron a la gripe española, hace más de un siglo, y ahora a la covid.
La supercentenaria de Toulon, que se mantiene lúcida y ama la conversación, nació cuando Alsacia y Lorena pertenecían al imperio alemán. Ella guarda memoria de la Primera Guerra Mundial, de la cual no queda ya ningún combatiente para contarla. Era una adolescente cuando se firmó el tratado de Versalles.
Sor André nació en Alès, al norte de Nîmes, en el seno de una familia protestante no practicante. De muy joven trabajó como gobernanta en Marsella y luego, en París, ejerció de institutriz de hijos de familias adineradas, entre ellas la Peugeot, de los fundadores de la marca automovilística.
Convertida al catolicismo cuando ya había cumplido los cuarenta, Randon se hizo monja, pasó a llamarse sor André y desde 1945, terminada la Segunda Guerra Mundial, se ocupó de atender a huérfanos en el hospital de Vichy.
Cada año, por su aniversario, el alcalde de Toulon, Hubert Falco, visita a la campeona de la longevidad. Esta vez le envió un mensaje de vídeo y un ramo de flores.
Su presencia personal era desaconsejada debido a la pandemia, a pesar de que la monja debe de estar inmunizada. También se conectó, por videoconferencia con sus sobrinos y resobrinos.
Hubo, naturalmente, una misa y un almuerzo especial. Este incluyó su postre favorito, muy calórico, la llamada tortilla noruega, a base de helado de vainilla recubierto de merengue sobre un fondo de galleta genovesa.
Sor André se suele levantar entre las 8 y las 9 de la mañana y se acuesta pronto, sobre las seis y media de la tarde. Después de la comida, hace una siesta. Pasa el día escuchando plegarias, reza y pasea en silla de ruedas por el jardín, si el tiempo lo permite.
“Estoy malita, sabe, no se llega a 117 años sin estar fatigada”, dijo la monja. Según el portavoz de la residencia, David Tavella, sor André salió cansada de la covid. Dio positivo el 16 de enero. Hubieron de aislarla durante un período en su habitación, lo cual le afectó, ya le gusta comunicarse.
Sor André animó a la gente “a amarse los unos a los otros y a ayudarse los unos a los otros, en vez de martirizarse”. Esta filosofía, a ella, le ha dado sin duda muy buenos resultados. Su cuerpo y su mente han resistido las peores crisis de dos siglos.