Por Jonathan Muñoz Hidalgo, Profesor de Historia y Sociólogo
El problema de la sociedad capitalista, es que conlleva en su propia estructura la cosificación o reducción de las relaciones sociales entre personas (y cualquier fenómeno derivado de ella) a una relación social entre cosas. O sea, se percibe la vida social como algo estático, que existe naturalmente y no como una estructura social creada por un sinfín de intencionalidades con mayor o menos capacidad de poder y hegemonía para sostener sus intereses de grupo o clase.
En ese contexto, la realidad siempre se encuentra empañada, las manifestaciones de mayor o menor conflicto propias de cualquier comunidad humana se conciben siempre calculables y la sospecha que surge al interior de ciertos grupos para los que no ha resultado satisfactoria y humanamente dignificante su posición social actual, debe en muchas ocasiones transformarse en acción disruptiva frente a lo establecido.
Días atrás, en cincuenta minutos por lo menos, el noticiario de la tarde se centra en la detención ciudadana y linchamiento de un adolescente de 15 años, mientras acto seguido se titula otra noticia «Ahora son niños: Especialistas advierten que carreras delictuales comienzan a los 11 años», en la cual de la mima forma, se hace hincapié en las diversas bandas de delincuentes juveniles que han sido sorprendidas en diversos delitos, detallando que hoy el inicio de la trayectoria delictual cada vez es a menor edad. Ahí acaba el “análisis” del hecho.
En mi opinión, no es posible amparar la violencia, criminalidad o camino delictivo e ilegal por el cual cierta parte de la sociedad intenta alcanzar los objetivos y expectativas materiales, dado el carácter “interclase” de dicha práctica que daña el lazo social que nos une como comunidad. Sin embargo, si no somos capaces de esforzarnos por llegar a una comprensión mucho mas profunda y “real” mediante el entendimiento del fenómeno en su propia esencia y medio en que se desarrolla y prolifera, seremos incapaces de afrontar eficientemente el problema que viene a deteriorar por estos días aún más, el lazo social ya fuertemente fragmentado en nuestro país.
Por ejemplo, solo para este caso, no es posible comprender el fenómeno sin acudir al concepto sociológico de anomia, dado que las sociedades capitalistas son grandes productoras de esta. Sin dejar de considerar las diversas teorías de la criminalidad, la desviación social que a la vez deriva en la conducta delictual encuentra relación con la contradicción que ocurre entre los objetivos materiales o simbólicos (estatus) socialmente establecidos y la capacidad de ciertos grupos sociales para conseguirlos. En ese sentido, la exclusión social provee de un medio muy favorable no solo para el surgimiento de la anomia, sino para la asociación e integración de los estratos mas bajos, que proceden a romper con las normas reguladoras de la conducta en un espacio visiblemente degradado y socialmente desintegrado.
Pensemos algo muy simple: las condiciones. No hay planificación urbana, un ambiente degradado, salarios bajos, abandono, injusticias evidentes en una deliberada concentración de la pobreza a través de procesos históricos de exclusión, junto a la expresión de sus múltiples problemáticas derivadas del contexto sobre todo de violencia en que se genera.
Eso es solo una mínima parte de lo que debería estar en discusión en medios tan masivos al momento de exponer tales situaciones. Pero, frente a esa trama, el problema es que los medios sobre todo televisivos en Chile, parecen cada vez esforzase menos por entregar a la población contenidos mínimamente adecuados, con mínimos elementos que le permitan a las personas comprender de la mejor forma la realidad y, en esto, parecen querer provocar hoy más que nunca, un alejamiento tal de la realidad, que incluso, me atrevo a decir, pretenden crear un ambiente propicio para la adopción de “verdades” distorsionadas que favorecen la adhesión a extremismos o populismos en cualquiera de sus expresiones.
No desconozco que los medios poseen dueños, y como tal, el legítimo derecho a informar de acuerdo a sus políticas editoriales, pero al generar prácticamente una dislocación espacio-temporal de los hechos respecto del medio real en el cual se desarrollan, incentiva una peligrosa baja intensidad de reflexión y con ello una baja intensidad de razonamiento que nubla cualquier intento por entender lo que sucede, impidiendo así la comprensión de lo que constituye el camino más adecuado y “civilizado” por el cual debemos transitar, superando aquellas “soluciones” fáciles que por solo aprendizaje del pasado sabemos nos conducen a violencias mucho mayores avergonzantes y despreciables por lo menos.
También entiendo que algunos medios ligados a élites económicas y, por ende, con un poder de posicionamiento extensivo a múltiples dimensiones de la vida social de una nación, se instalen en las mentalidades de muchas personas como el fetiche de la verdad “objetiva” dictada a través de los noticieros “oficiales” que proyectan una sensación de exposición de lo realmente relevante sobre nosotros, pero me cuesta aceptar que a través de estrategias de manipulación deformen y reduzcan huecamente la realidad como si los fenómenos sociales se explicaran por sí mismos, como si sucedieran tan aislados de nosotros y no tuvieran vínculo alguno con el resto de la estructura social que posibilita su existencia.
Entiendo que es la sociedad del espectáculo, y también a Žižek cuando señala que vivimos en una constante exaltación de los placeres, pero esa visión que se transmite (por cierto, placentera) de un mundo acabado y absolutamente cerrado, puede eliminar la sensación de posibilidad de modificación de la estructura que la origina y la mantiene produciendo una actitud no solo pasiva, sino perversa de las personas y sus conciencias hacia el mundo que los rodea.
Parafraseando a Lukács, en este mundo, por cierto, capitalista, lo nuevo o por qué no, los problemas que nos afectan como sociedad, jamás representan una posibilidad, sino el terror que amenaza la ‘estabilidad’.
Mi alegato, es ese. ¿Adónde nos lleva todo esto? ¿Por qué ese intento a veces desmesurado por incrementar una sensación de que el cambio y sus también a veces necesarias manifestaciones previas que rompen la “normalidad”, constituye siempre una amenaza al bienestar, y no optar por una mirada analítica seria que distinga también las múltiples posibilidades que alberga cada movimiento disruptivo del orden? ¿Hemos aprendido algo de la historia? En este contexto, ¿estamos dispuestos a ceder nuestra capacidad de razonamiento y pensamiento crítico a verdades mediadas y, por qué no decirlo, malintencionadas?
No pido que apaguemos la tele, solo sigo preguntándome: ¿Qué pasará cuando ya no seamos capaces de permanecer en un estado de critica constante hacia las versiones de la realidad que los medios “oficiales” difunden y nuestra versión de la realidad se consolide sesgada, parcelada y lo más alejada de una verdad que al menos muestre una intención implícita de propender al reconocimiento de la dignidad de cada humano y sus padecimientos sociales?