Por María Eugenia Gazitúa S., Magister en Asentamientos humanos y Medioambiente de la Pontifica Universidad Católica de Chile, Licenciada en Filosofía, Universidad de Chile, integrante de la Red Ambiental Ñuñoa y Territorio Constituyente.
La actual crisis de la democracia representativa, degradada al no responder a las aspiraciones de las grandes mayorías, ha agotado la confianza ciudadana. Sin embargo, desde octubre 2019 surgió lo que podría llamarse un nuevo actor, o mejor dicho “actriz” que tendrá un rol crítico en las propuestas que puedan ser abordadas en la Convención Constitucional luego de las elecciones convencionales de abril. Y esta será la comunidad, con crecientes grados de organización.
En materia ambiental, las profundas desigualdades y abusos se expresan en alta contaminación, depredación de la naturaleza y explotación irracional de los recursos naturales, mencionando sólo casos más conocidos: las zonas de sacrificio en Quintero- Puchuncaví, el cultivo forzado del salmón y la construcción de una hidroeléctrica en Alto Maipo.
Estos tres proyectos han generado graves pérdidas en el patrimonio natural del país, en el aire, el mar, el agua y en todos los seres vivos, con escasa o nula consideración de las comunidades directamente afectadas. Sin embargo, se suceden una tras otra la aprobación de esta clase de proyectos e instalaciones que atentan contra la naturaleza y las comunidades aledañas por parte del Comité de Ministros.
Muchos de estos proyectos están amparados en la Ley ambiental 19.300 que contiene grandes vacíos, una participación ciudadana restringida y la escasa y nula incidencia de sus observaciones, como también la de los expertos.
Para modificar estos vacíos será fundamental impulsar este 11 de abril la reedición de la masiva votación a favor del Apruebo y la Convención Constitucional, dándole sentido a este triunfo ciudadano, esta vez con la consciente y contundente elección de ConvencionalesIndependientes surgidos desde los territorios y los movimientos sociales, comprometidos con las demandas de las grandes mayorías, estableciendo el rol vinculante de la participación de las comunidades organizadas en las leyes fundamentales de nuestra nación y favoreciendo mayores equilibrios de poder.
Cabildos y asambleas para un Chile sustentable
Esta situación que es extensiva también a otras esferas (laboral, económica, educación, salud, etc.) explica en cierto modo un nuevo espacio abierto por el “estallido social”: cabildos y asambleas surgidas entusiastamente en todo Chile, que levantaron la voz con fuerza, generándose un gran movimiento ciudadano donde las personas comunes y corrientes nos reunimos para reflexionar en conjunto sobre el país que anhelamos, y las estructuras de poder que lo impiden.
En Territorio Constituyente creemos que esta organización espontánea de la comunidad no es un fenómeno transitorio, y en materia medioambiental, como también en otras, enfrentará el desafío de avanzar a una formalización creciente. Legítimamente, las comunidades podemos ser un gran aporte al desarrollo democrático profundo de cada región del país, con demandas basadas en el conocimiento de cada territorio, de sus potencialidades y debilidades.
Así podremos impulsar un desarrollo económico armónico que distribuya riqueza dentro de los márgenes de la sustentabilidad, de modo de resguardar su naturaleza y sus recursos naturales, con un Estado activo poseedor de facultades regularizadoras y fiscalizadoras reforzadas en áreas estratégicas, para promover efectivamente el bien común. Con comunidades incidentes, con atribuciones propias a sus intereses, y con una iniciativa privada exenta de monopolios que se atenga al nuevo modelo social y económico que la mayoría determine, podremos avanzar en alcanzar una vida digna para todos los habitantes del país.
En nuestro Programa constitucional surgido desde los territorios, queremos contribuir a hacer conciencia de lo fundamental que es la naturaleza para todos los seres vivos, incluyendo nuestra especie, porque somos parte de ella. Debiéramos poder disfrutar de los ríos, el mar, los frutos, el aire, del paisaje, de forma igualitaria. Si sabemos cuidarla, restaurarla y democratizarla, podría traducirse en abundancia de comida saludable, agua de calidad atendiendo primero a la vida, en aire limpio para respirar, salud en general, en fuentes laborales más sostenibles y desarrollo de la ciencia nacional, eliminando todo proyecto extractivista, resguardando el derecho a pueblos originarios a permanecer en su territorios ancestrales y protegiendo su cultura.
La lucha por recuperar la salud del planeta es una lucha global, social, cultural, de derechos humanos, de la naturaleza, científica y solo unidos y persistentes en este propósito fundamental, podremos ganarla.