Durante las primeras dos entregas de este seriado se expuso la situación general de los desaparecidos en México, el caso específico de Tehuacán, y dos historias fundamentadas en testimonios de familiares de dos mujeres víctimas de este flagelo.
En la primera entrega se narró la historia de una de las desaparecidas: Olivia Cristina Camarillo Viveros, una de los más de 400 desaparecidos que se han registrado en Tehuacán en los últimos 8 años.
Luego en la segunda publicación sobre los desaparecidos de Tehuacán, que se fundamentada en un reportaje escrito por el periodista Mario Galeana para el medio mexicano ladobe.com titulado «Las huellas que perdimos en el valle», se contó la historia de Karina Yazmín Alducin Rodríguez, una joven que presuntamente fue desaparecida por su novio, quien sigue en libertad.
Además, la historia de Karina también muestra otro lado oscuro que gira en torno al problema de los desaparecidos en México y como la gran mayoría de estos casos se convierten cangrejos judiciales e impunidad, un aspecto que deja ver todo el sombrío entramado que está enquistado en los distintos niveles de la fiscalía mexicana.
Esta tercera entrega servirá para narrar la tercera historia de este seriado, una que lamentablemente protagoniza otra mujer: Roxana Saraith Sánchez Olguín, otra de las víctimas que engrosa la lista de desaparecidos en Tehuacán.
El chip del teléfono de Roxana
Roxana nació el 27 de enero de 1987 en Tehuacán. Tiene 30 años y es de tez clara, cabello lacio, ojos café claro y cejas pobladas. Tiene un lunar pequeño en el borde izquierdo del labio inferior. Es de complexión media, estatura 1.52 metros.
Antes de entrar a la lista de desaparecidos, Roxana trabajaba como secretaria, también era vendedora de jugos, propietaria de una rosticería, edecán, promotora. Le decían Rox. Además, es madre de Leandro e hija de Rocío.
Después que desapareció sólo encontraron el chip de su teléfono. Y, después, ni siquiera el chip.
A las 7 de la tarde del 31 de enero de 2017 Roxana contestó su último mensaje. Pocas horas bastaron para que una voz autómata respondiera que el número no estaba disponible o se encontraba fuera del área de servicio.
Finalmente, a las 5:30 de la tarde del 1 de febrero, alguien contestó el celular. Era una mujer que decía haber encontrado un chip detrás de la iglesia del municipio de Esperanza, a 55 kilómetros de Tehuacán y a 20 kilómetros de Ciudad Serdán, adonde Roxana había acudido a trabajar aquella tarde.
La mujer dijo haber visto el chip refulgiendo entre tierra y piedras. Confesó haberlo levantado y luego insertado el chip en su teléfono para saber si era de alguien del pueblo.
Esa pieza minúscula pudo proporcionar una lista de los últimos números a los que Roxana llamó, o al menos explicar cómo terminó entre el montículo de piedras y tierra en el que fue encontrado.
Pero, en 2019, cuando la investigación fue atraída a la ciudad de Puebla por la Fiscalía especializada en búsqueda de personas, junto con el resto de todos los casos de desaparecidos en Tehuacán, el chip ya no estaba.
«El licenciado Calderón dijo que estaba en la carpeta de investigación, y en la carpeta no hay nada. ¿Dónde dejaron ese chip? No sé. Lo que sí le voy a decir es que en ningún momento lo subieron a la plataforma. Hasta apenas el 26 de noviembre de 2019 fue cuando me tomaron una prueba de ADN por si encontraban a mi hija».
Desaparecidos por doquier
Lo que ocurrió a partir de 2017 fue una réplica, un efecto espejo. Si antes sólo en Tehuacán se hablaba de desaparecidos, para ese año los reportes y las búsquedas se extendieron por el Valle y la Sierra Negra como quien arroja un puño de arroz sobre la mesa.
En los registros oficiales aparecieron, sobre todo, los municipios de la serranía: los olvidados, los pobres, los eslabones de la última esquina del estado de Puebla.
Ajalpan, Coxcatlán, Altepexi, Santiago Miahuatlán, San Miguel Eloxochitlán, Tlacotepec de Benito Juárez, Zoquitlán, Zinacatepec, Vicente Guerrero, Tepanco de López, Nicolás Bravo, Yehualtepec, San Antonio Cañada: el trazo geográfico de la desaparición, fuera de Tehuacán, abarcó otros 13 municipios, 65 de 471 denuncias en toda la zona.
El 27 de enero de 2017 en la casa de Rocío se celebró un cumpleaños. Pero también se celebró otra cosa, una reconciliación, el fin de una distancia. Rocío venía diciéndole a Roxana que no le gustaba la forma en la que vivía. No le gustaba su trabajo, ni las personas a las que conocía, ni lo que su nieto podría ver en todo eso.
Pero aquella tarde su hija, a la que ahora veía cumplir 30, le pedía perdón. Le decía que todo el tiempo había tenido razón, que no lo había entendido, que hasta ese instante comenzaba a entenderlo.
—Perdóname, madre. Perdóname, dijo Rox. —Perdóname tú a mí por meterme en tu vida, pero yo quiero lo mejor para ti y quiero lo mejor para tu hijo. Siempre lo he querido—, contestó Rocío.
No fueron sus últimas palabras, pero Rocío lo dice de ese modo: “Fueron sus últimas palabras”. Cuatro días después, Roxana le marcó por teléfono pidiéndole que cuidara al niño, que tenía trabajo en Ciudad Serdán como edecán, que volvería esa misma noche. Pero lo siguiente en ocurrir fue lo del teléfono sin contestar y el hallazgo del chip.
—Mi hija se fue con dos personas más y yo sé que ellas regresaron y mi hija ya no. En su momento lo hice saber a la Fiscalía, pero no me informaron nada. Lo único que me comentaron fue de una osamenta que encontraron en Zinacatepec, que si no era mi hija, preguntaron.
«Yo dije que no, porque la ropa era muy pequeña y los tres dientes del frente de mi hija eran postizos. Y ellos me insistían y yo seguía diciendo que no, que no era ella. ¿Cómo voy a reconocer algo que no es de ella?»
Las amenazas contra Rocío
Durante febrero Rocío intentó indagar con quiénes se reunía su hija, quién pudo habérsela llevado. Pero la espesura que bramaba al otro lado de su desaparición mostró los dientes.
Comenzó a recibir llamadas con amenazas hacia ella y su nieto. Una tarde, mientras caminaba hacia el trabajo, un muchacho desconocido la detuvo para decirle que parara: que los siguientes en desaparecer serían ellos. Y hubo que parar.
—Y mira, a lo mejor hay que ser realistas. Yo no tengo por qué arrastrar a mi nieto en lo que no es de él. De irme de Tehuacán, me iría. Pero con qué derecho lo privo de estar con su padre, de convivir con él. No tengo ningún derecho. Por eso me quedé aquí y ya no traté de buscar nada. Por lo mismo, porque no quiero que le pase algo a mi nieto, que es una persona inocente y no tiene nada que ver.
En los siguientes meses, cuando el último video de Karina recorrió los portales de noticias de Tehuacán, se volvió a hablar de Roxana. La prensa encontró una foto en la que salían ambas —Karina y Roxana— junto a otras chicas. Se llegó a decir que, días antes de su desaparición, Roxana había sido citada como testigo en la investigación de Karina.
La prensa hizo sus propias conjeturas y se habló de una red de trata de personas que cruzaba tres o cuatro municipios en la región. Pero como nunca hubo avances en las investigaciones, lo que se decía sólo podía ser eso: conjeturas, cotilleo.
¿Dónde están los desaparecidos?
Para Paloma y Rocío, que llevaban años esperando noticias sobre sus hijas, la respuesta que Higuera ofrecía a los medios —y no a ellas— era como una injuria. Al grupo se unió Oralia, la madre de Cristina, y a mediados de octubre dieron una conferencia de prensa en la que exigieron respuestas, avances, justicia. Paloma lo hizo a distancia, con el teléfono en altavoz.
«Hasta que dio la entrevista el fiscal general fue donde nos animamos» —dice Rocío, un mes después de esa conferencia—. «Si ellos saben que hay una red de trata en Tehuacán, ¿por qué no han hecho algo? Nada más es lo que yo pregunto. ¿Por qué no han hecho algo? Es lo único. Y que a nosotros, a los familiares, nos hagan saber. No sé si mi hija esté en esa red, si esté viva, si esté muerta, no lo sé».
Dentro y fuera de la ciudad de Tehuacán, entre los pueblos velados por las tolvaneras y la neblina, enclavados en la espina dorsal de la serranía y del desierto, hubo otras familias que tampoco supieron y que siguen sin saber donde están sus desaparecidos.
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