Desde algún tiempo, los días parecen insistir en mantenernos en la espera de tener que despedir a alguien, alguno de nuestros cercanos, familiares, amigos o aquella persona que por su obra, su bondad y espíritu de lucha, nos conmueven, nos emocionan y nos dejan perplejos, como el vacío que no alcanza a emocionarnos, sino sólo exclamar, tal vez, el mismo dolor de todas las partidas. Tal vez sea la época de vernos en torno a la muerte y no postergar su diálogo en una “fuerza moral” que nos hace seguir, como si nada hubiera pasado. No insistamos, como diría Kant, en una ética de la supervivencia.
Es ineludible no sentir dolor y perplejidad, en la hora de la muerte de Don Francisco Javier Gil. Su obra; un espíritu de lucha, de búsqueda perseverante en la justicia que ofrezca caminos de encuentro, justo ahí, donde los espacios se reducen y se cierran, para aquellos y aquellas que no tienen o que por el infortunio de ser “pobres y vulnerables”, no pueden estudiar en la educación superior. La creación de los Propedéuticos, el ranking de notas, que valora el trabajo y la trayectoria de cada estudiante en sus años de escuela fueron, en nuestros ex rector, la concreción de una ética que se forja desde vivencias, pues sólo quien vive en el ánimo de la justicia, del espíritu que lo confronta a sus propios desafíos y anhelos, puede caminar, en la serenidad del saber, en el horizonte de una vida auténtica.
La certeza de un Reino, la sabiduría que descubre en la soledad de sus oraciones, la conciencia de un dios que camina junto a él, que está en el rostro de quienes son su próximo, de un nosotros que se reúne para construir la misma justicia que asoma en sus búsquedas fueron quizás, las acciones que dieron a Don Francisco caminar con una sonrisa, como si se tratara siempre de estar enfrentado a esa autenticidad, que sólo la muerte nos regala. Tal vez fue la serenidad de su sabiduría, la que permitió hacerle frente a las duras fronteras que el neoliberalismo ha puesto en nuestro cotidiano, como forma natural de convivir. Sólo aquel que no se hace ajeno al dolor, a la muerte incluso, puede perseverar, aún, cuando sus detractores siguen insistiendo en la exclusividad o elitización de las universidades, del conocimiento y del saber.
Hay algo de razón en comprender que el poder, no es violencia, no es fragmentación, ni menos las estrategias de presión o coacción de unos por sobre otros. Pareciera ser que cuando el poder no existe o se desmorona, sobreviene la anarquía, la desidia e incluso las veladas formas de esclavitud. De algún modo, los sistemas conceptuales e incluso políticos requieren de cierta consistencia, perseverancia para buscar y concretar la anhelada idea, que permea incluso los espíritus, para poder atravesar el desierto del sin sentido. Pero hay más sabiduría, cuando el poder como experiencia, deja a un lado la autorreferencialidad y se abre a escuchar el mundo, las pequeñas cosas y los grandes desafíos que ellas mismas traen; a esa apertura se le llama amabilidad, pues se deja de escuchar uno, para abrirse a lo venidero, que habla. La amabilidad que escucha y traduce el desafío de construir y crear abre el pensar sobre qué es saber, conocer o inteligencia.
La justicia, la equidad, la democratización de la educación, son grandes temas, pero están ahí, en nuestros patios, en las calles, en cada rostro e incluso y sobre todo, de los que no vemos o no queremos ver. Toda la unidad del paisaje de esas grandes cosas, se alcanzan en aquella inteligencia, que se deja abordar por la brava sencillez, por la que toda vida, se nos vuelve gozo en el compartirla. Sea esa generosidad, la que hizo que nuestra UCSH fuera destacada por sus sistemas de inclusión, en varias ocasiones por gobiernos anteriores. La historia de esta casa de estudios se acrecentaba desde la figura del cardenal Silva Henríquez, como aquella sabiduría de hacernos amables en el desafío de la justicia. Don Francisco Javier Gil supo escuchar la historia de esta casa de estudios, sus principios y valores, para concretar en esa amabilidad inteligente de mirar y mirarse en la diversidad del paisaje y volverlo unidad.
Al académico, al maestro, al Doctor, al hombre sencillo y amable y de férreo compromiso por la justicia, Francisco Javier Gil; ¡Buen viaje!