Entre los miembros notables de la comunidad científica que perdieron la vida el año pasado, hay tres nombres que han llamado la atención de los medios conspiracionistas. Tres nombres que desde el año pasado han estado barajando en un póker narrativo para justificar su fijación con que la Covid-19 es en realidad un arma biológica. Estos nombres son Alexander Kagansky, Frank Plummer y Bing Liu. Pero, ¿quiénes fueron ellos, cómo murieron y en qué consiste la trama en la que están involucrados?
Alexander Kagansky, genetista e investigador botánico
En diciembre de 2020, un hombre barbado en ropa interior cae desde el piso 14 desde un complejo departamental en San Petesburgo, Rusia. El cuerpo que yace inerte y ensangrentado sobre el concreto también presenta heridas de cuchillo.
Se trata de Alexander «Sasha» Kagansky, científico de 45 años director del Centro de Genómica y Medicina Regenerativa en la Escuela de Biomedicina de la Universidad Estatal del Extremo Este de Vladivostok, en el corazón de la región Asia-Pacífico. En este centro de investigación se estudia la biodiversidad de la región, que aprovecharía para crear un banco de biomoléculas para nuevas drogas, además de introducir novedosas técnicas de diagnóstico y tratamiento.
Kagansky era uno de los principales expertos a nivel mundial en epigenética, que podría explicarse muy superficialmente como el estudio de las causas que controlan la expresión de los genes, pero sin que exista un cambio en la secuencia del ADN. Es importante recordar que el ADN no es un factor que determine por completo la fisiología de un ser vivo, pues al interactuar con moléculas más pequeñas con las que conviven en las células, pueden activar o desactivar genes.
Dos personas pueden nacer del mismo cigoto (gemelos monocigotos), compartir al arranque de sus vidas idénticas expresiones genéticas, pero desarrollar afecciones distintas a lo largo de sus vidas, derivadas de distintas alimentaciones y factores ambientales. Del mismo modo, expresiones genéticas que se han heredado durante varias generaciones pueden modificarse abruptamente en una sola generación que sea expuesta a ambientes muy distintos a las generaciones precedentes. Este era uno de los campos de estudio de Kagansky, entre los que también se incluía el cáncer cerebral.
Antes de laborar en Vladivostok, Kagansky trabajó durante 13 años, hasta 2017, para la Universidad de Edimburgo. Algunos sitios de veracidad cuestionable afirman que una de sus últimas investigaciones fue en torno a una vacuna contra la Covid-19, y que esta investigación la realizaba en Edimburgo… donde había dejado de laborar desde hacía tres años.
Frank Plummer: investigador del HIV, SARS y Ebola
Frank Plummer fue otro investigador importante que falleció en 2020. El canadiense realizó importantes descubrimientos sobre la epidemiología del VIH y en particular sobre la genética compartida por algunas trabajadoras sexuales de Nairobi que habían desarrollado inmunidad contra dicho virus. El infectólogo regresó a Canadá en 1999 y, como director del Centro de Control de Prevención de Enfermedades, y también como director del Laboratorio Nacional de Microbiología, coordinó la respuesta contra las pandemias del SARS y del H1N1, así como en el desarrollo de la vacuna contra el ébola VSB.EBOV.
Alcohólico notable que ya había requerido un trasplante de hígado, Plummer se sometió a una intervención experimental de cerebro para desactivar el área que controlaba la adicción.
En 2020, al regresar a Nairobi con motivo del 40 aniversario de su colaboración en la lucha contra el HIV, murió súbitamente de un ataque al corazón, según reportó la BBC. Tuiteros conspiracionistas lo reportaron como asesinado. Tenía 67 años.
Bing Liu
De los tres científicos que hemos mencionado, este es el único cuya investigación con el SARS-CoV-2 es posible que haya existido, aunque su institución no lo acreditó de forma contundente. Se trataba de un biólogo computacional, cuyo trabajo consistía en «el modelaje computacional y análisis de los sistemas biológicos, desarrollo de computación de alto rendimiento, verificación formal y técnicas de aprendizaje para máquinas para sistemas aplicados a la biología», de acuerdo a su ficha de la Universidad de Pittsburgh. En mayo de 2020 que se produjo su deceso se encontraba estudiando el SARS-CoV-2.
Fue asesinado a balazos en su domicilio por un personaje llamado Hao Gu, quien ingresó sin problemas pues la puerta estaba abierta. El asesino fue encontrado sin vida no lejos de la vivienda del científico; la causa de muerte que se dictaminó fue suicidio. Según dictaminó la policía, entre ambos hombres existía una enemistad añeja. Los investigadores a cargo del caso descartaron una correlación entre el trabajo del científico y su asesinato.
La teoría de la conspiración
El autor es nada menos que Francis Boyle, abogado especialista en derechos humanos y profesor de Derecho en la Universidad de Illinois. Abogado, sí; no genetista, ni cosa que se le parezca.
Fue este personaje quien montó una trama en la que un científico egipcio de apellido Zaki mandó en 2012 una muestra de coronoavirus desconocido hasta ese momento a un laboratorio en Rotterdam, donde otro biólogo de apellido Fouchier secuenció el virus mediante el mecanismo conocido como PCR. De ahí, el virus fue a dar a manos de Frank Plummer (el investigador alcohólico del HIV y el SARS), quien se lo llevó a Winnipeg, donde lo reprodujeron a gran escala, crearon mutaciones y vieron cuántos animales podían infectar con él.
En marzo de 2019, el Laboratorio Nacional de Microbiología de Winipeg habría mandado un embarque de muestras de hepanivirus a China. Cabe destacar que para ese entonces, el laboratorio canadiense con Nivel 4 de seguridad habría contando entre su personal a una pareja de biólogos chinos llamados Xiangguo Qiu y Kedding Cheng, que habían estado involucrados en la investigación del ébola. Ambos biólogos fueron relevados de sus puestos en el laboratorio canadiense debido a faltas administrativas no especificadas a los medios de comunicación.
Por supuesto que hay mil y un motivos por el que un científico puede ser relevado de su puesto en un laboratorio; no necesariamente participar en la remisión de muestras virales a China. Pero para los conspiracionistas, no cabe lugar a dudas de que fueron ellos quienes coordinaron este envío irregular y además fungieron como espías para el «programa de guerra biológica del gobierno chino». La Dra. Qiu hizo algunos viajes entre Winnipeg y Wuhan entre 2017 y 2018 y bueno, pues ahí está el eslabón para cerrar el cuento redondito.
En el Laboratorio de Bioseguridad de Wuhan, la historia continúa. Es posible consultar el culebrón completo aquí.
Los vectores de la infodemia, identificados
La verdadera conspiración que hay que analizar aquí son los agentes detrás de la infodemia. Por ello, Associated Press, en conjunción con el Atlantic Council’s Digital Research Lab identificaron a los principales dispersores de infodemia durante el primer año de la pandemia del coronavirus. Los resultados del exhaustivo análisis se pueden consultar aquí.
Entre los imputados están el ya mencionado Francis Boyle, quien redactó en 1989 una ley de prohibición de armas biológicas, pero que no tiene estudios en virología ni epidemiología, y por tanto cualquier tipo de investigación con agentes patógenos es para él sospechosa de propósitos militares. Tanto la fiebre porcina, como el Ébola, como la enfermedad de Lyme son para él enfermedades salidas de laboratorio. El SARS CoV-2 es, en su apreciación, un híbrido entre el primer SARS y el HIV, desarrollado en un laboratorio seguramente ambientado con música de Marilyn Manson. El 24 de enero, el abogado envió un correo con sus lucubraciones a diversos medios de información, y muchos se limitaron a repetir sus proclamas.
Los portales GreatGameIndia y The Centre for Research on Globalization dedicaron muchos esfuerzos a promover la agenda de que el SARS-CoV-2 era una creación humana; además promueven innumerables otras teorías de la conspiración.
¿Qué es una teoría de la conspiración y por qué goza de tanta popularidad?
El diccionario Cambridge provee una definición sencilla y clara: «La creencia de que un evento o situación es el resultado de un plan secreto ejecutado por gente poderosa».
¿Puede un evento o situación estar sujeto a un plan secreto ejecutado por gente poderosa? ¡Por supuesto! Ahí están los intereses de Odebrecht en Reforma Energética de Peña Nieto, la reunión secreta en la Isla Jekyll en 1910 para trazar los planos de la Reserva Federal Estadounidense; o los efectos carcinogénicos de los pesticidas de Monsanto, megacorporación que ha corrompido legislaciones a satisfacción.
Cuando esos eventos realmente toman lugar, el periodismo serio los documenta. Aparecen en varias fuentes que se han ganado una confiabilidad, y respaldan los dichos con la exhibición de documentos y entrevistas directas a los implicados, realizadas por profesionales de la información.
Las teorías de la conspiración nos gustan por su sencillez, a la vez que por su sensacionalismo; sin embargo, los hechos de grandes repercusiones suelen ser complejos y si el único respaldo detrás de aquellas historias viene de testimonios terciarios, información fragmentaria y giros a modo, entonces vale la pena cuestionarse la legitimidad de lo que se está leyendo.
La sobreabundancia de información en torno a un hecho determinado suele incluir historias poco confiables o concebidas con malicia. Este fenómeno se conoce como infodemia y ha merecido declaratorias por parte de la Organización Mundial de la Salud, toda vez que, entre otros males, socava los esfuerzos internacionales para atacar la pandemia que hoy azota al mundo.
El aumento en los crímenes de odio alrededor del globo contra personas asiáticas, la población que de antemano no piensa aplicarse la vacuna anticovídica por supuestamente contener un nanochip o algún otro agente que pudiera albergar «la marca de la bestia» están vinculadas directamente a estas teorías de la conspiración.