Entre las razones para exigir la renuncia de Piñera la represión es una de las principales, esta se ha recrudecido a niveles de la dictadura pinochetista. Demostrando así a un aislado Piñera, que mantiene más del 80% de rechazo en la ciudadanía, y que ha debido ceder frente a su brazo ultraderechista y neofascista de Kast y compañía.
Piñera enfrenta dos querellas que exigen su enjuiciamiento. Una presentada el 4 de diciembre de 2019 por 16 abogados ligados a los derechos humanos, cuya investigación duerme en la Fiscalía de Valparaíso. Y la otra, el 2 de abril de este año, por el delito de genocidio, presentada por las comunidades mapuches de Bío-Bío y la Araucanía (Wallmapu). La mantención de cientos de jóvenes, hombres y mujeres, aun en las cárceles, los más de 500 heridos con severos daños oculares y los más de 30 muertos amerita que los procesos se aceleren.
Por otro lado, la corrupción y los negociados en que se ve permanentemente involucrado -cuyo último capítulo ha sido el salvataje de sus negocios en los casinos Enjoy– reflejan una falta absoluta de patriotismo impropia de un mandatario. Esto, unido a la responsabilidad de su gobierno en el recrudecimiento de la pandemia al desoír a las autoridades del Colegio Médico y de las universidades chilenas, que ha costado la vida a cerca de 30 mil chilenas y chilenos, hace aconsejable su salida de la más alta magistratura de la Nación. Como si todo esto fuera poco Piñera se trató de transformar en el adalid de la causas democrática propiciando nada menos que un golpe de Estado en Venezuela.
Ante esta situación la oposición moderada, encerrada en el parlamento, se muestra errática y confundida, incapaz de contener y denunciar las permanentes violaciones a los derechos humanos, las mismas que ellos legitimaron apoyando las leyes represivas. Vejámenes sexuales a las mujeres el día 8 de marzo, allanamientos a poblaciones en la Región Metropolitana, Iquique y en Wallmapu, palizas propinadas por elementos del Ejército en Puente Alto y la reciente muerte de la joven Ángela González Aros en Colina muestran la decisión de las clases dominantes de imponer sus políticas, cueste lo que cueste.
Como una verdadera novela Kafkiana, mientras esto sucede, las franjas televisivas y las campañas electorales viven otro mundo. Los periódicos y programas de farándula se llenan de encuestas sobre las elecciones presidenciales, reemplazando de este modo los subterfugios para evadir la realidad de la época pinochetista -de los platillos voladores o de los Chupacabras-, que algunos escasos programas de televisión y medios alternativos valientemente no logran eclipsar.
Uno de los objetivos inequívocos de la derecha es ablandar a la oposición moderada –convertida en los hechos en la otra derecha-, con vistas a la futura convención constitucional e imponer una nueva constitución similar a la de Pinochet-Lagos. Los militares y carabineros represores se olvidan de Punta Peuco y de la Justicia Internacional, que tuvo preso al dictador por más de un año. Y los políticos de las dos derechas no miden las consecuencias en el agravamiento de la crisis y de nuevas rebeliones si las cosas siguen tal cual.
Todo este cuadro hace inviable la posibilidad que, a la renuncia de Piñera, asuma la presidencia del Senado o la vicepresidencia del actual gobierno. El desprestigio de la política y el manejo de las castas es tal, que se requiere la formación de un Gobierno Provisional de transición, que termine su mandato con el plebiscito de salida que sancione la nueva constitución. Las nuevas autoridades deben ser electas de acuerdo a las normas que dicte esa nueva Constitución.
Es impresentable que Piñera siga desgobernando el país. En este contexto también resulta aberrante las elecciones de parlamentarios y presidente en Noviembre de este año, cuando todo indica que la nueva constitución va a modificar el actual sistema político. La crisis en la gobernanza del país y la falta de confianza en sus instituciones genera un panorama desalentador, pero no está escrito en piedra. Y solo nosotros juntos, como ciudadanía, podemos hacer que cambie.
Eduardo Gutiérrez González.