Ha pasado un mes exacto desde el 8M, cuando miles de mujeres repletaron las calles, con crisis sanitaria incluida exigiendo más derechos e igualdad de género. Es que los problemas que enfrentamos son múltiples y de diversa índole, los que se han acrecentado y acentuado con la pandemia mundial, desde limitación de nuestras libertades –como la última polémica con el ISP sobre la restricción de venta de anticonceptivos sin receta– hasta otras desigualdades como la enorme brecha salarial entre hombres y mujeres.
Precisamente, hace un mes se entregaron los resultados de la encuesta internacional IPSOS, aplicada a 28 países 1 , y sorprende a nivel internacional que un 59% de las chilenas considere que eliminar la brecha salarial entre hombres y mujeres es una prioridad. Según el INE, desde el 2017 que las mujeres en Chile ganan en promedio aproximadamente un 27% menos que los hombres. Cifra muy alta, la cual no cambia si se analiza según edad ni el nivel de estudios, es más, esto último lo acrecienta, pues las mujeres con posgrados ganan un 32,3% menos.
Siempre en esta parte del análisis salen los incrédulo/as respondiendo que esto no puede ser, pues la ley dice que “el empleador deberá dar cumplimiento al principio de igualdad de remuneraciones entre hombres y mujeres que presten el mismo trabajo” aunque permite “diferencias objetivas fundadas en razones de idoneidad, responsabilidad o productividad”. Para ello/as vamos a hacer un ejercicio fácil: supongamos dos personas, un hombre y una mujer, de 30 años aproximadamente, ambos con un hijo de 6 años, que trabajan en lo mismo, y durante el año pasado teletrabajaron. Ambos tenían que cumplir cierta cantidad de horas conectados, y si se producían más, tenían remuneración extra.
Vamos a suponer que ambos se levantan en la mañana, levantan a su hijo en edad escolar, que tiene que conectarse a su clase virtual y toman desayuno juntos. El niño elige sentarse cerca de mamá y comienzan juntos con sus actividades. Mientras están conectados, al niño se le interrumpe la video llamada, la mamá lo vuelve a conectar. Durante la mañana recuerda poner ropa en la lavadora, y aprovecha de lavar la loza del desayuno. La mujer sigue trabajando, y al niño en recreo le toca colación, por lo que se levanta a pelar una fruta. Pasado un rato, ya es hora de preparar almuerzo.
Durante todo este tiempo el papá se ha tomado un café, y ha trabajado de corrido. Después de almorzar, ambos vuelven al trabajo, a media tarde la mujer recuerda la ropa de la lavadora, y la saca, el niño viendo televisión está aburrido, y no quiere hacer la tarea para el otro día. El papá, que ha trabajado toda la tarde, sin quererlo ha trabajado más horas, aunque se sentaron y pararon al mismo tiempo. Durante los meses, esta rutina se repite más o menos igual, así que siempre el sueldo de él es un poco más que el de ella. Al cabo del año, él gana más que ella, mismo trabajo, diferente sueldo. Todo legal, muy bien justificado.
La pandemia acrecentó las diferencias de género, las mujeres salieron en mayor medida del mercado laboral y se volvieron las principales responsables del cuidado. Las que permanecieron trabajando, duplicaron sus horas laborales al sumarle las labores domésticas -casi completamente invisibilizadas- y las escolares, ya que el apoyo en la educación de los hijos también recae en su mayoría sobre las mujeres. Además, el soporte a la educación de niñas y niños, que es a distancia pero sin el más mínimo apoyo estatal, trae consigo otras complicaciones que acrecientan la desigualdad, ya que muchas familias cuentan con acceso limitado de computador e internet.
Esto es lo que debemos cambiar, con una constitución que reconozca el trabajo reproductivo y que permita leyes que tomen en cuenta las diferentes realidades desde las cuales hombres y mujeres participan del mercado laboral. Esto implica reconocer y visibilizar el cuidado como una necesidad de quienes lo requieren, y que es una tarea que debe ser responsabilidad no sólo de las familias, sino que también del Estado y el mundo privado. Y esta debe ser compartida con igualdad por hombres y mujeres, para que de una vez por todas las demandas por equidad de género que alzamos año tras año, cada 8 de marzo, encuentren solución y no más dificultades.
por Libertad Méndez.