El capital, como un virus, es algo que no está verdaderamente vivo, que sólo vive porque se replica y se multiplica. También como un virus, el capital es algo que vive a costa de la vida ajena, la vida misma, la de verdad, la de los seres verdaderamente vivos. El capital es como un virus y es por esto que podemos hablar metafóricamente del virus del capital.
Sin embargo, más allá o más acá de cualquier metáfora, estamos padeciendo ahora mismo los efectos de un virus, el Covid-19, que es del capital porque el capitalismo ha hecho que sea lo que ha sido. El sistema capitalista destruyó el ecosistema en que estaba atrapado el coronavirus, derribó las barreras naturales que lo habrían detenido, ayudó a propagarlo al favorecer el hacinamiento urbano y la interconexión global. El capital ha impedido o retrasado la interrupción de actividades comerciales e industriales que han provocado millones de contagios.
El capitalismo ha empobrecido a los pobres, cuya mortalidad por coronavirus es aproximadamente dos veces mayor que la de los ricos. Esto quiere decir que al morir de Covid-19, la mitad de los pobres han muerto de pobreza y de capitalismo. Es el capitalismo el que los ha matado.
Es también el capital, específicamente el de la industria alimentaria, el que ha matado a muchas personas que estarían vivas de no ser por su obesidad o su diabetes artificialmente inducidas por la comida chatarra, tan venenosa como lucrativa. Hay también quienes han muerto por la falta de respiradores, camas y personal en hospitales arruinados por el capitalismo con sus ahorros neoliberales. El capital, que saqueó la salud pública para enriquecerse a sí mismo, ha matado a quienes han muerto de Covid por no haber sido atendidos en tiempo y forma.
Ahora mismo el capitalismo globalizado hace que las vacunas se repartan entre los países no según sus necesidades, sino en función de su poder económico. Los grandes capitales farmacéuticos triplican sus ganancias, al igual que los del comercio a distancia y muchos otros. Google, Microsoft, Zoom y otras compañías pueden avanzar, apoderarse de crecientes fracciones de nuestras vidas y lucrar con ellas. Descubrimos, atónitos, que las más grandes fortunas, las de los mayores capitalistas del mundo, se han incrementado como nunca gracias a la misma pandemia que ha sumido en la miseria a centenares de millones de trabajadores.
Es claro que el coronavirus es algo del capital. Si no lo fuera, ¿por qué beneficiaría tanto a los capitalistas a expensas de sus víctimas, de los trabajadores? Digamos que el virus no es neutro en la lucha de clases. Por eso es que mata más a los explotados que a sus explotadores. Por eso también es que enriquece y fortalece a los explotadores al empobrecer y debilitar a los explotados.
El coronavirus también le ha servido al capitalismo al interrumpir esa ola mundial de protestas masivas que recorrió Chile, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, Haití, Zimbabue, Argelia, Líbano, Irak, Estados Unidos, Francia y otros países. Las calles se vaciaron, pero los supermercados y los centros comerciales frecuentemente siguieron funcionando. Lo seguro es que la mayoría de las personas se obsesionaron con el virus y se confinaron, abandonaron las protestas en las calles, se distanciaron unas de otras y dejaron de pensar en la inflación, la corrupción, la precariedad, la desigualdad, la violencia del Estado, las privatizaciones, la devastación del planeta y otros efectos del sistema capitalista.
El coronavirus le ha servido al capitalismo para dividirnos, para distanciarnos a unos de otros, pero también para hacernos creer que los capitalistas y los trabajadores, los explotadores y los explotados, estamos unidos y debemos permanecer unidos contra la pandemia. Es la ficción ideológica de que el problema es el Covid-19. De lo que se trata es de que nos distraigamos con el coronavirus, con el síntoma, en lugar de luchar contra la enfermedad.
Hemos interrumpido nuestras movilizaciones contra el capitalismo. Los más jóvenes han dejado ya de manifestarse los viernes por el planeta. La devastación capitalista de la naturaleza parece cosa del pasado, pero es nuestro presente y nuestro futuro. Somos la primera generación que está viviendo el fin del mundo, que es el único desenlace posible de la historia del capital, del vampiro del capital que devora todo lo vivo para transformarlo en más y más dinero muerto.
Los últimos cincuenta años han bastado para que el capital devore la mitad de bosques, de suelo fértil y de poblaciones de animales del planeta. Nos queda la otra mitad que se está consumiendo a un ritmo aún más acelerado. El capital puede ocultar esta catástrofe, su catástrofe, con su otra catástrofe, la del coronavirus. Pero hay que guardar las proporciones.
Es verdad que la pandemia ha matado a unos tres millones de personas en un año, pero la Organización Mundial de Salud estima que las muertes por contaminación ambiental ascienden a siete millones el último año, más del doble que por Covid-19, y tienden a incrementarse cada vez más. Y si agregamos las muertes causadas por la desertificación y por otras consecuencias del calentamiento global, comenzamos a comprender que el coronavirus es una insignificancia en comparación con lo que está sucediendo en el mundo. Es un pequeño detalle del capitalismo, pero permite olvidar todo lo demás.
Por más grave que sea, el coronavirus es también algo del capital porque ha operado como un distractor del capital. Es un distractor ideológico muy refinado que forma parte de lo mismo que encubre, que nos distrae del capitalismo al obsesionarnos con un efecto del capitalismo, que nos hace pensar en un signo del fin del mundo para que no pensemos en el fin del mundo. La enfermedad, la del capital que devora todo lo vivo, desaparece detrás de uno de sus síntomas.
Digamos que un virus del capital ha servido para olvidar el virus del capital. Dejamos que el mundo exterior sea devorado por el sistema capitalista mientras que nosotros permanecemos confinados aquí en las pantallas de nuestras computadoras. Estamos bien resguardados en la matriz del capitalismo que se alimenta de nuestras vidas y de lo real cada vez más desertificado.
Por David Pavón Cuéllar
Presentación del libro Virus del capital (Buenos Aires, La Docta Ignorancia, 2021), realizada el jueves 22 de abril de 2021 con las participaciones de Tomás Pal, Agustín Palmieri, Nicol Barria Asenjo y el autor.
Publicado originalmente el 22 de abril de 2021 en el blog del autor.