Cuentan que a veces, cuando la ecuanimidad del rector Esparza Ortiz amenaza con desmoronarse como una torre de barajas, abandona su despacho, desciende por el elevador, monta una bicicleta y recorre los prados de Ciudad Universitaria.
Dicen que es un hábito al que le tomó cariño al aparecer en actos públicos de la universidad, pues la formalidad boomer deseable en un rector universitario la diluía en un desparpajo mesurado que podría granjearle el cariño de los universitarios de menos edad y corazones más tiernos. Corazones universitarios no contaminados por el modelo crítico que imperó antes de la imposición del Modelo Minerva. Corazones de lobezno.
Los pocos bedeles que permanecen en el campus lo saludan con reverencias y él les responde con una sonrisa casi paternal. El sol emana una luminiscencia que no hace hervir el aire, pero que confiere vivacidad al extraordinario paisaje que, cuando anda de buenas, le parece que nada demerita ante los jardines de Oxford ni de Columbia.
Sin embargo, a los pocos minutos recuerda que esa universidad que ha sido SU universidad durante ocho años (más 16 años en otros cargos) abandonará su potestad en unos pocos meses. Como Judas, alguna candidata o candidato posará sus labios sobre las mejillas del rector, sólo para traicionarlo una vez que sea ungida con la rectoría y deba entregar cuentas a la Auditoría Superior del Estado, ese órgano que lo ha estado asediando durante los últimos dos años, metiendo las narices, según considera él, en asuntos que poco le incumben.
A veces se reprocha por no haberse apuntado por algún partido a una diputación federal o a la alcaldía; pero sabe que hay mucho en juego y no puede arriesgarse a abandonar anticipadamente su torre, sólo para perder. Son tiempos de concentrarse y tapar huellas. Nada bueno podría surgir de confundir el momento del escape con el arrebato de brincar a una rama cuya solidez no está garantizada.
El sol se oculta súbitamente y un escalofrío le recorre la espalda cuando una mosca panteonera le roza la oreja. Las nubes se vuelven densas y mortecinas, como si estuvieran a punto de abrirse para dejar caer millones de hielos punzocortantes sobre la ciudadela.
“¿Qué no entienden?”, murmulla mientras pedalea con suavidad. “Ustedes están para auditar los organismos del gobierno del estado. La Benemérita es autónoma y nadie viene aquí a fiscalizar que no pase por mi visto bueno. Todos los días se los repiten mis muchachos a quienes les doy chamba en Radio BUAP y en TV BUAP, pero parece que no les queda claro a ustedes”.
En eso le parece ver, escondido entre las hierbas del lago de los moscos, un teleobjetivo apuntando hacia él, sacándolo con un sobresalto de su cavilación. Acelera el pedaleo y, durante un minuto batalla para recordar el camino de vuelta a su Torre. La ciudadela abarca una superficie formidable y es fácil hasta para un viejo lobo de la BUAP extraviarse en ella.
Cuando logra regresar a la Torre de Rectoría (la Torre de los Mil Millones, le llaman sus detractores, algunos de ellos en la ASE), que gobierna el poniente de CU como un enorme falo oscuro, alguien ya espera a la puerta del elevador para pulsar el botón al Despacho Mayor. En la recepción de su Despacho, su secretaria le proporciona una hoja impresa con los nombres y datos de contactos de personas que lo buscaron durante su paseo: 4 periodistas y dos funcionarios de la Auditoría Superior del Estado en un lapso de 30 minutos.
De esos 4 periodistas, 3 ya han llamado con anterioridad. Todos quieren saber algo sobre el desfalco de 52 millones, 307, 485 pesos que aparecen en aquella vieja denuncia (una de las cuatro), que ya creía olvidada (s) en la noche de los tiempos. Otro de ellos quiere saber sobre los 470 millones de pesos (ahora también investigados por la Fiscalía) tomados del presupuesto de la universidad para dárselos al equipo Lobos BUAP entre 2017 y 2019, cuando su hija Luza presidía como loba mayor de aquella jauría.
Y a pesar de que fue y vino de Ciudad de México, con dulces de leche en platos de talavera, así como muchas creativas soluciones en el portafolio, nada consiguió en las antecámaras de las más altas procuradurías.
El Rector Esparza se arrellana en su silla ergonómica y sube las piernas al escritorio, mientras un trueno cimbra la ventana, seguido de la percusión de pesadas y tupidas gotas. En su computadora, como protectores de pantalla, se intercalan las fotos de su hija Luz Andrea Esparza Vergara y de Chabelita Martínez Hermoso, su voz en la BUAP, acaso la más dulce de las voces que haya sonado en los altos despachos universitarios o al menos el más dulce aliento que ha susurrado en su oído. Son estas las dos mujeres cuyo recuerdo mantiene su corazón latiendo, a pesar de que entre ellas no medie parentesco natural.
Lo importante, por el momento, es pensar con la cabeza fría y percatarse de que, aunque todos aquellos números parecen formar un laberinto, se trata de un laberinto que nadie conoce mejor que él. Un laberinto formado por decenas de empresas fantasma con nombres rimbombantes como Constructora Alarraqui, S.A, de C.V. , Instituto Panamericano de Calidad y capacitación empresarial, S.C., Publicidad Para Causas y Argumentos en Redes Sociales S.A. de C.V., “Nibiru Marduk S.A. de CV” .
Sobre todo, se trata de un laberinto cuya salida está afuera del país; en esa salida, aguarda una recompensa portentosa siempre y cuando la salida se coordine a tiempo.
Al final, todos los caminos conducirán a Roma, muy ciertamente, pero los caminos estarán extraordinariamente retorcidos y el Roma en que él se encuentre cuando la ASE pueda probar algo será un lugar sin tratados de extradición con México.
Un lugar donde él y Chabelita puedan permanecer lejos del largo brazo de la Auditoría Superior del Estado, la Auditoría Superior de la Federación o incluso de la Unidad de Inteligencia Financiera. ¿Qué hará la Fiscalía General del Estado cuando Chabelita no pueda explicar los 52 millones de pesos ni echando mano de todas las artimañas aprendidas cuando despachó en el Servicio de Administración Tributaria?
Hay un proverbio que agrada mucho al Rector Esparza Ortiz: todo lo que falta es esperar. Esperar, sí, pero también oír, garantizar la audición incluso hasta el fondo de los cuarteles, fiscalías y auditorías del enemigo.
Esperar, con mucha fe, que la alcaldesa pueda remontar el largo trecho que le separa del puntero Eduardo en las pocas semanas que le quedan a la contienda electoral por la ciudad.
Y si no, esperar el momento del escape, esa noche en que en vez de dirigirse a casa, deba encontrarse con Chabela en el aeropuerto y cenar en su compañía en el Barón Rojo, revisando las últimas transferencias a lejanos bancos, antes de abordar un vuelo de una noche entera.
Sólo así podrá escapar del laberinto, siguiendo el delgado hilo que Chabelita le ha tendido rumbo a la salida.