Puedo sentir ese fuego que viaja por el estómago y pareciera ser una bola de autocompasión que sube y baja por el cuerpo. Alerta de spoiler: no es acidez.
Siempre comparo el tener ansiedad con haber usado extensiones de pelo. Las usé tantos años que tengo perfectamente afinado el súper poder de distinguir pelo real y de mentira. Igual, tengo perfectamente afinado el súper poder de percibir personas que no lo están pasando bien, o que tratan de hacer lo mejor con lo que tienen.
Yo por ejemplo, siempre quise ser una mujer inteligente, creativa, y obvio hermosa. Porque ese es el arriendo que pensamos que tenemos que pagar por existir. Y me ha costado harto. Tengo recuerdos y experiencias de mí misma, con eso que los gringos llaman crippling anxiety. O sea, experiencias de ansiedad paralizante, que me detuvieron de hacer cosas que quería hacer con todo mi corazón.
Como bailar pascuense cuando tenía 7. En ese tiempo no estaba tan preocupada de la apropiación cultural, como de entrar la guata. La coreografía no salió como lo habíamos ensayado porque me pusieron adelante y yo estaba tan acomplejada por tener que contener el aire. Lo pasé pésimo porque tenía la certeza de que todos iban a hablar de lo rara que era mi guatita. Aunque tenía 7 años, no lo pasé bien. Me gustaría adjuntarles una foto de ese magno evento, pero supuesto las rompí.
Bailar pascuense, conocer personas o lograr cosas que era perfectamente capaz de hacer eran realmente paralizantes para mí. Y, claro, ignorando lo que pasaba, sentía que la cabeza me comía el cuerpo, y que estaba sola, que no lo intentaba lo suficiente; les mentiría si no les dijera que hasta el día de hoy una parte de mí lo cree.
Contra todo pronóstico, todavía funciono. Eso porque tengo voluntad y porque me convenzo todos los días de que estos momentos difíciles pasarán y que todo lo que he aprendido hasta hoy podría servirme para algo. Eso y también porque no me da vergüenza decir que existen crisis. Es más, sobre todo para hablar de las crisis que son una forma tan honesta y desesperada de pedir ayuda. Incluso en los días en que el futuro se ve tan pequeño y pareciera que existir de esta forma es el único destino, sé que sirve para contarle a alguien que todo el mundo sangra por algún lado, que de cierta forma la del lado también sufre y sobre todo que no está sola. No estoy inventando:
Esta es, realmente la historia de Chile. La historia súper secreta de tantas gentes. Más de un millón de personas en este país tiene diagnosticado un trastorno de ansiedad (ahora en pandemia un millón cien mil) aunque la gravedad y expresión varíe. Me imagino que son muchísimos más, porque a mí, por ejemplo, nadie me ha entrevistado y hay muchísimos diagnósticos asociados, eso es lo que en salud mental se ve todos los días.
En contra de mi creencia primera, no necesariamente tengo que estar en crisis para sentirme ansiosa. Incluso en los momentos más felices de mi vida me aquejan pensamientos que no puedo controlar, sobre cosas que no puedo resolver. Los mantras y las frases que encuentro en Instagram la verdad no resuelven mucho, además ahora veo que en tik tok todos parecen estar tan resueltos y que se han dejado de usar los pitillos.
Con el tiempo, con muchísimo apoyo, con terapia y siendo psicóloga aprendí que no dejo de ser una mujer inteligente y creativa porque tenga ansiedad. De hecho, creo que mucha de mi creatividad viene desde ese lugar y que no la perderé cuando esa ansiedad se vaya. Esa es mi parte preferida.
Esa y por supuesto mis piernas (?)
Desde que salí un poco al mundo y he podido conversar con otras personas, me doy cuenta de que lo que me pasa a mí les pasa a otres. A muchos otres. Con la inversión en salud mental que hace el país, no puedo sugerirles a todes que vayan a terapia, o que busquen ayuda profesional de forma particular. Sé que algunos no pueden pagarla, a pesar de que el precio de convivir con una condición de salud mental sea en tantas oportunidades demasiado alto.
Así que por ahora sólo puedo ofrecerles comentarios basados únicamente en mi experiencia y que nadie me ha pedido, como éste:
* Trata de estar consciente de que tus pensamientos no son la realidad. Y si quieres ir más lejos, de que, en realidad no hay ninguna realidad que no pueda moverse, o modificarse.
* Intenta rastrear las cosas que te ponen mal. Ya sea seguir a una de las Kardashian en Instagram porque te hacen sentir gorda y pobre, o hablar con viejas personas que ya no están en tu vida. Haz algo al respecto, deja de seguirlas. Deja de comprometerte con personas que no te caen tan bien porque en algún momento de tu vida contaban chistes buenos.
* Comienza por comprender que muchos de los pensamientos que te aquejan son intentos desesperados de ti mismo por desviar la atención hacia cosas que realmente te molestan. Se honesto contigo. A veces lo que te tiene mal, no es que se te haya perdido un aro, es que nunca le has podido decir a tu mamá sobre eso que te pasó en quinto básico. Edúcate sobre ti. Edúcate sobre lo que te está pasando.
* Trata de hablar con tu familia. Si los vínculos con tu familia no te hacen sentir sana o protegida, busca tu familia en tus amigues. Construye redes. Habla de lo que te pasa, o de cómo te hacen sentir algunas de sus actitudes. Aprende a estar dispuesta a que ellos hablen contigo, permite que la gente te conozca.
* Finalmente, comprende que nada de esto es una competencia. Que ni tu cabeza ni tu cuerpo están contra ti. Olvidamos demasiado a menudo que somos animales y que los animales tienen mecanismos de defensa para que no se los coman y puedan vivir otro día. Nuestros mecanismos de defensa son mucho más invisibles y a veces por eso mucho más dolorosos pero cumplen la misma función: mantenerte con vida.
Háblate. Recuerda que no porque haya habido amenazas en el pasado, las hay todavía en el presente. Recuérdale a esa vocecita interna que ya no tiene que defenderte, que tú lo tomarás de aquí en adelante y si tenemos suerte, uno de estos días, todo va a estar bien.
Por Consuelo Hermosilla
Psicóloga clínica, magister en psicodiagnóstico e intervenciones terapéuticas. Encargada Equipo Móvil Cesam Illapel