Por Onel Ortíz Fragoso
@onelortiz
Después del 6 de junio, varios han visto en los resultados electorales la instalación del bipartidismo en el sistema político mexicano. En un polo estaría Morena, como el partido mayoritario, acompañado del Partido del Trabajo (PT) y del Partido Verde Ecologista de México (PVEM); en el otro polo, la Coalición PAN-PRI-PRD. Pregunta: ¿Esta forma de bipartidismo es suficiente para representar la pluralidad y la diversidad política mexicana?
Varias democracias europeas y americanas tienen sistemas bipartidistas. En Inglaterra, la disputa política desde hace siglos es entre el partido laborista y el conservador; en España, entre socialistas (PSOE) y populares (PP); en Estados Unidos, entre el partido Republicano y el partido Demócrata. En otras naciones americanas, aunque no existe formalmente dos partidos disputando el poder, desde hace décadas construyeron frentes electorales que agrupan a fuerzas políticas en torno a un partido o candidato principal.
En México es muy pronto para decretar el bipartidismo. Recuérdese que el país vivió por 71 años en un sistema de partido casi único y que a partir de 1988, avanzó hacia el pluripartidismo, con tres fuerzas importantes: PRI, PAN y PRD. En 2018, Morena irrumpió en el escenario político nacional modificando la geografía electoral. Debe esperarse un tiempo más largo y cumplir ciertas condiciones para saber si el futuro del sistema político mexicano está en el bipartidismo o sólo experimenta un accidente coyuntural.
La primera condición para un bipartidismo estable, es que las fuerzas que compiten quieran derrotarse, pero no aniquilarse. Es decir, que Morena deje de plantear como su objetivo desaparecer a los “conservadores”, encabezados por el PAN y que éstos a su vez no tengan como objetivo único el fracaso de AMLO y el aniquilamiento de Morena.
La segunda condición es el respeto de ambas fuerzas al juego democrático y a las instituciones del Estado. La lucha política se da por el destino del país y la transformación de las instituciones, pero las normas, las leyes y los órganos vigentes son respetados por ambas fuerzas dominantes. Esta condición es la que proporciona estabilidad a cualquier sistema político y partidario.
La tercera condición es la representatividad social y política. En las elecciones de 1976, el abanderado del PRI, José López Portillo, fue candidato único a la presidencia de la República. La derecha, el PAN, hundido en la crisis más profunda de su historia, no postuló candidato. Mientras, Valentín Campa fue candidato sin registro de una izquierda proscrita y reprimida por el Gobierno. Esta crisis de legitimidad hizo necesaria una reforma política que abrió las puertas a la representación y al reconocimiento de triunfos a la izquierda y a la derecha. ¿Será que Morena y su bloque y el PAN y aliados sean lo suficientemente amplios para representar al abanico social del México contemporáneo? Hay que esperar que corra más agua bajo el puente.
La trampa principal del bipartidismo es ver únicamente las necesidades propias y la urgencia de acabar con el adversario, pero no comprender la panorámica social. En política siempre se quiere construir una adversario a la medida, pero la realidad siempre se impone.