La conmemoración de los 40 años del golpe de Estado de 1973 da para muchos recuerdos y reflexiones, pero en especial para que la derecha insista en acomodar los hechos que provocaron dicho golpe, distorsionarlos o sencillamente mentirlos hasta el hartazgo


Autor: Sebastian Saá

La conmemoración de los 40 años del golpe de Estado de 1973 da para muchos recuerdos y reflexiones, pero en especial para que la derecha insista en acomodar los hechos que provocaron dicho golpe, distorsionarlos o sencillamente mentirlos hasta el hartazgo. Para llevar a buen puerto su embuste la derecha se apoya, entre otros argumentos falaces –como los de Hermógenes Pérez de Arce-, en los discursos de historiadores contumaces y cómplices de la dictadura, entre ellos Gonzalo Vial, Patricia Arancibia Clavel y Lucía Santa Cruz. Pero finalmente, lo que vale son los hechos concretos, las verdades sociales ampliamente demostradas desde las ciencias históricas, jurídicas y médicas.

Así como es la Tierra la que gira alrededor del Sol, verdad irrefutable, y no al revés, de la misma manera son irrefutables los acontecimientos históricos antes, durante y después del golpe de Estado. En esta hora las ambigüedades, los eclecticismos, el agnosticismo o la manida frase “es que desde mi punto de vista”, son sólo elementos litúrgicos que pretenden dar pie a una reconciliación espuria o pretender que todo se soluciona con perdones coyunturales. Verdad y justicia, no a medias, sino como corresponde, he ahí la única llave hacia el futuro. Veamos a una síntesis de los hechos:

Antes de ser electo presidente de Chile Salvador Allende, el gobierno estadounidense de Richard Nixon ya había comenzado su acción conspiradora para derrocarlo en caso de que ganara la elección de 1970. Entre los conspiradores chilenos el más entusiasta fue Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, que recibió miles de dólares a cambio de su traición a la patria. Edwards permanece impune gracias a las pleitesías que le brinda la Concertación, en particular sus ex mandatarios: Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet.

El programa de gobierno de Salvador Allende buscaba la justicia social, y la independencia económica y política del pueblo, para acabar con la explotación a la cual éste era sometido. Esto no pudo soportarlo la derecha ni sus socios extranjeros, entonces, promovieron y financiaron el desabastecimiento y a grupos paramilitares como Patria y Libertad y el Comando Rolando Matus. Entre los integrantes de este comando se contaban, para quienes no lo saben, Francisco Vidal Salinas y Carlos Larraín Peña.

Artificiosamente, con el dinero entregado por Nixon y la CIA, se creo un ambiente de fracaso del gobierno de la Unidad Popular y se promovió la idea de un golpe de Estado dentro de las FF.AA. También se financió a las “famosas” señoras de las cacerolas.

Los almaceneros y tiendas de derecha escondieron la comida y los camioneros se negaron a transportar alimentos, pues estaban financiados por la derecha, como quedó demostrado, posteriormente, para boicotear al gobierno. Tras el golpe de Estado aparecieron todos los alimentos escondidos, demostrando que el famoso desabastecimiento no fue culpa de la Unidad Popular sino de los conspiradores.

El gobierno de Salvador Allende fue totalmente legítimo y la Unidad Popular no tuvo culpa alguna en que se produjera el golpe de Estado, por el contrario, ella fue una víctima del complot de Nixon y la derecha chilena, oligárquica y latifundista, así como del fascismo entronizado en el alto mando de las fuerzas armadas.

El 11 de septiembre de 1973 los militares cometieron un acto de traición al gobierno y actuaron cobardemente, bombardeando La Moneda.

Que Allende se haya suicidado o no da lo mismo, ese no es el tema fundamental. Lo fundamental fue su actitud valerosa ante las FFAA, enfrentándose contra tanques, aviones y artillería tan sólo con una metralleta en sus manos, defendiendo el gobierno legítimo, la Constitución y las leyes. La consecuencia y valentía de Salvador Allende fue todo lo contrario que la miserable actitud de Pinochet, Merino, Leigh y Mendoza. Esto, en todo el mundo es reconocido. La muerte de Allende estuvo rodeada de dignidad, sin duda alguna.

Las FFAA, ya en el poder, dieron paso al genocidio: encarcelaron sin juicio, crearon campos de concentración, violaron, torturaron, ejecutaron, degollaron, quemaron gente viva, desaparecieron a cientos de cientos de chilenos, institucionalizando las violaciones de los derechos humanos llevadas a cabo por agentes del Estado.

El llamado quiebre de la democracia chilena en 1973, no tiene dos lecturas, los únicos culpables fueron la derecha y el gobierno de los Estados Unidos, la derecha y sus ambiciones depredadoras, su codicia, su afán explotador, su actitud de rapiña, su condición de clase. Sólo les importaba seguir manteniendo sus privilegios a costa de la clase trabajadora, obrera y campesina.

La inmensa mayoría de la dirigencia de la Democracia Cristiana fue golpista, apoyaron el golpe e incluso algunos de ellos trabajaron para los militares. Eduardo Frei Montalba, al igual que Patricio Aylwin, apoyó y justificó el golpe de Estado. Su conducta fue vil y traicionera con la democracia. Pero es de justicia decir que, entre los democratacristianos, hubo quienes sí rechazaron el golpe. De hecho 13 de ellos firmaron una carta pública de rechazo al golpe de Estado, estos son sus nombres: Bernardo Leighton, José Ignacio Palma, Renán Fuentealba, Sergio Saavedra, Claudio Huepe, Andrés Aylwin, Mariano Ruiz-Esquide, Jorge Cash, Jorge Donoso, Belisario Velasco, Ignacio Balbontín, Florencio Ceballos y Fernando Sanhueza. Seguramente muchos otros, que habrían firmado, no pudieron hacerlo por razones circunstanciales del momento, eso también hay que decirlo. En lo personal, me ha tocado conocer algunos militantes democratacristianos que me merecen todo el respeto del mundo, como, por ejemplo, Isabel Velasco y Alberto Zaldívar.

Nada justificaba –ni justificará jamás- el golpe de Estado y genocidio posterior. Nada.

La Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM), impulsada por el Partido Comunista de Chile en 1980 fue correcta, oportuna, legítima y bravía ante una tiranía cívico-militar genocida, no cabía otra determinación.

La creación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en 1983 fue, política y éticamente, una decisión digna, y su accionar se enmarcó dentro los parámetros de la legítima defensa propia ante la brutalidad de los militares golpistas. El FPMR merece el mismo reconocimiento que en Francia e Italia, respectivamente, se le reconoce a la Resistencia Francesa y a los Partisanos que lucharon contra los nazis. Defenderse, por todos los medios de luchas, de asesinos y torturadores, es un derecho universal. Por lo tanto, el mote de terroristas que la derecha da al FPMR es una falsedad histórica, los únicos terroristas fueron Pinochet y sus esbirros, cuestión demostrada rotundamente.

El triunfo del NO en el plebiscito de 1988 se debió a la presión y movilización social, canalizada a través de las protestas. No se debió, como pretenden algunos, a los efectos exclusivos de la franja del NO realizada en televisión antes del plebiscito. Afirmar eso es farandulizar la historia.

Durante los gobiernos de la Concertación, hay que reconocerlo, el Poder Judicial, antes cómplice de la dictadura, cambió su actitud y encarceló a oficiales culpables de violaciones a los derechos humanos. Pero aún quedan muchos delincuentes, civiles y militares, que sean juzgados para que haya verdad y justicia plenas. Por otro lado, es necesario que los condenados cumplan sus penas en cárceles comunes y corrientes y no en cárceles especiales, llenas de privilegios, como las que les construyeron Frei y Lagos a quienes actualmente se encuentran encarcelados. Eso debe acabar ya.

Llegada la Concertación a La Moneda, en 1990, dejó de lado su programa de gobierno y se dedicó a co-gobernar con la derecha. Los abusos que esta connivencia ha traído consigo para perjuicio del pueblo chileno son enormes y están a la vista, siendo cada día más notorios.

Así estamos a 40 años del golpe de Estado de 1973, a pocas semanas de una elección presidencial y parlamentaria que seguramente no cambiará nada. Pero nos queda la palabra, la libertad de decir, aunque a los apoltronados de siempre les moleste el lenguaje directo, las cosas por su nombre, al pan pan y al vino vino. La dignidad de decir la verdad no podrán arrebatárnosla jamás. Todos quienes piensan como yo no hemos matado a nadie, no hemos robado a nadie, no hemos torturado ni hecho desaparecer gente. No somos cómplices de nada turbio, sólo queremos justicia de verdad, en todos los sentidos; sólo eso, ni más ni menos. Pero parece que en un Chile acostumbrado a barrer bajo la alfombra y vivir de eufemismos, es pedir demasiado.

*A la memoria de mis amigos, del barrio Plaza Chacabuco, Ernesto Mardones (19 años), Jorge Pacheco (20 años) y Denrio Álvarez (17 años), torturados y ejecutados en el regimiento Buin, en diciembre de 1973, tan sólo por creer en una sociedad más justa. Para ellos, un abrazo gigantesco.

Fuente: Clarín


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