La librería se ubica en el primer piso de un mall, en una zona a la que denominan el boulevard, al lado de una cafetería. Tiene dos pisos: en el primero figuran los libros y en el segundo una bodega. No hay baño ni tampoco algún tipo de decoración. Sólo hay estantes y mesones y libros que nadie compra. Trabajamos cinco personas. La jefa: Michelle, que atiende la caja de lunes a viernes, de 10 a 17:30 horas. Y cuatro vendedores en distintos turnos: Susana, Ignacio, Diego —los tres egresados de literatura— y yo.
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El domingo, en la mañana, vino Diego Álamos. Susana estaba en la caja y le preguntó que quería. Diego Álamos se presentó. Dijo que era dueño de la editorial Chancacazo y le pidió a Susana si le podía poner unas huinchas promocionales a los ejemplares de «Geografía de lo inútil», de Matías Correa. Dijo que el libro se estaba transformando en una suerte de best seller y que las huinchas contenían comentarios positivos que habían aparecido en la prensa. Dijo que quería saber cuántas copias quedaban de cada uno de los libros de su editorial en la librería. Dijo que quería saber si podía organizar charlas de lectura y entrevistas con los escritores de su editorial en la librería. Dijo que quería saber si podían poner los libros de su editorial en un lugar más visible de la librería.
Susana le dijo que nada de eso era posible.
Diego Álamos dijo que quería saber qué tipo de personas preguntaban por los libros de su editorial en la librería.
Susana dijo que no podía decirle eso.
Diego Álamos dijo si le podían pasar una copia de “Qué sabe Peter Holder de amor”, otro libro de su editorial.
Lo busqué y le pasé el libro. Le pregunté de qué trataba.
Diego Álamos dijo que era sobre el sur, con Nirvana de fondo.
Me devolvió el libro. Le eché una mirada y me di cuenta que en las primeras páginas figuraba una cita en que estaba mal escrito el apellido del autor: «Neil Gainman».
Le indiqué el error y Diego Álamos arqueó las cejas. Luego se despidió y se fue de la librería. Cuando fui a ordenar la vitrina vi a Diego Álamos corriendo por el boulevard del mall.
Por: Ignacio Molina
Cuando volvimos a hablar, luego de un par de años de silencio, prometí no volver a alejarme de ti. Y aún no lo hago… del todo. Pero no podía verte en mis redes, ver tus labios delgados y marrones. Ver tus ojos pardos jaspeados. Te deseaba en amor y fuego desde que nos conocimos púberes y yo te escribía poemas de príncipes y castillos. De cuando íbamos juntos a los albergues en invierno, y yo veía tu encanto por el trabajo social, y sentía que eramos como Berkman y Emma. Y cuando volví a verte, luego de tantos días de silencio, volvieron mis noches de suspiros. La ilusión estaba viva, ¡la llama no se había apagado! Y te lo dije en un poema, de los nuevos, pero sólo lo presumiste en tus historias, mas no lo comprendiste.
Me encantó recibirte aquí en el Sur ¡y pasar juntos Año Nuevo! Las chelas artesas y la comida gurmét que te preparé, la buena musiquita y los caños. Y no esperaba nada a cambio, pero sabías que me derretía en vida por ti. Y después de esas tertulias por videollamada, y de los poemas que te recitaba, me tuviste en bandeja de plata, y pasaste de largo… Y pusiste Bridgerton y me carcomías por dentro en cada escena erótica, donde te quería comer a besos como Simon a Daphne. Estaba ilusionado, y mi táctica de ser franco no me funcionó como a Benedetti: me vendiste un simulacro.
Allí comprendí que lo nuestro, perdón, lo mío, siempre fue una ilusión de niño. Y como un niño me desilucionaste. Adiós.
Atentamente, Ratatouille
Cuando recién partí en la Industria era el año 2014. Venía de trabajar como cleaner, y después en esa fábrica de lentes ópticos en Sydney, donde era la runner. Contraria a mi experiencia en Estados Unidos, no había sentido discriminacion en Australia. Pienso que fui afortunada porque Australia sí que es un país racista (sobre todo con sus propios aborígenes), pero extrañamente no con los latinos. Creo además que mi condición de latina trigueña me protegía, pasaba piola.
Una vez un conductor de micro me dijo “speak english” cuando le pregunté si pasaba por cierta calle. Después el viejo argentino dueño de la empresa de cleaners que me dijo “¡Chilena! ¡Chilena, inmunda! ¡Chilena tenía que ser!” mientras yo renunciaba por teléfono. Y eso fue todo.
En mi segunda semana como stripper, recién aprendiendo los trucos del caño, un irlandés se sentó en mi podio y me dijo, curao, “oye, hazme un truco”. Yo hice los dos únicos que había aprendido, y él me dijo “¿y eso es todo?, vas a tener que hacer algo más impresionante para ganarte ESTO”, sacudiendo un billete de cinco dólares en su cara. Yo le dije juguetona, «amigo, son cinco dólares nomás, no pidas tanto”. El me respondió, “¿ah sí?, ¿y tú de dónde eres?”. «De Chile», le dije yo. “AHH. ¡¡DEBERÍAS ESTAR AGRADECIDA!!, ¿CUÁNTO SON CINCO DÓLARES EN TU FOKIN PAÍS TERCERMUNDISTA?». Entonces le di una patada en la cara con mi taco. El tipo cayó de la silla agarrándose la cara. «BITCH! FUCKING BITCH!», me gritaba. Yo pensé que le había sacado un ojo con el taco aguja. Cuando le vi los dos, le dije «ÁNDATE DE MI PODIO, RACISTA DE MIERDA». Por el escándalo llegaron los guardias.
“¿Qué pasó?”, me preguntaron, y antes de que él pudiera hablar yo les dije “Me tocó el culo. Este hueón me tocó el culo, así que le pegué una cachetada. Échenlo”.
En los años siguientes contaba esta historia a mis clientes. Notaba que los irlandeses se ponían más generosos después de saber que un compatriota me había insultado, así que empecé a cambiar la nacionalidad del hombre de acuerdo a la de quien me escuchaba. No hay mal que por bien no venga.
Por: Romina Pistolas
Hoy te miré con más detención. Tu cabello está más blanco y tu piel menos firme que hace unos años, pero se mantiene suave. Me detengo en la cicatriz que nos hizo madre y la acaricio con ternura.
Hoy me desnudé para mirarte y disculparme contigo por las hechuras odiosas con las que intenté modelarte. Diseños serviles a intereses que nada tenían que ver con tu naturaleza. Cuánta política, moda y religión has soportado…
Cuánta violencia.
Si agradamos mucho o poco, qué importa a estas alturas. Sigues aquí y a través de ti experimento placeres que solo puedo agradecer. Nunca fuiste una cárcel, porque sin ti tampoco soy.
No te quiero objeto de estudio; No te quiero rechazado por quien debe cuidarte. Por eso te cuido, porque por ti pienso, grito, huelo, toco, beso, muerdo, amo.
Por: Gabriela Arias
Voy a reflexionar, de manera bastante breve y quizás poco nutrida teóricamente, acerca de las amistades decepcionantes y/o abusivas que las mujeres han tenido con algunos amigos-hombres-cis hetero (amigos, de aquí en adelante) y señalo «algunos» para, ya saben, evitar el no todos bla bla. Y si digo que es breve y poco nutrida es porque no pretendo citar a nadie más que la experiencia personal/social de las mujeres y sus amigos hombres. Y esta es válida. Y es suficiente. Y no requiere de más testigos que nosotras mismas, pues bien sabido es que las mujeres, a través de estas, han comenzado a desarrollar una nutrida teoría feminista.
Todas las mujeres hemos sostenido alguna relación, que creíamos fraternal, con algún amigo que nos ha decepcionado. Y por supuesto no me refiero a la decepción que surge a partir de desacuerdos entre criterios disímiles, sino a aquella que advertimos proveniente de la coerción masculina. Sea esta para obtener una recompensa sexual de nosotras, que, en la mayoría de los casos, me parece que es la protagonista incluso en aquellas relaciones que perduraron durante varios años o sea para ejercer cualquier otro tipo de poder moral, económico, amoroso, etc.
La coerción masculina en el plano amistoso es lamentablemente poderosa, porque es histórica y atraviesa la herencia del cuerpo mujer a través de una autoridad difícil de desarticular, debido a que la relación que se establece entre los participantes de lo amistoso es aparentemente simétrica, puesto que se establece entre dos personas que ofrecen su amistad, generalmente en las mismas posiciones sociales y/o culturales y que comparten ciertos supuestos sobre el mundo. Es entonces complejo advertir la asimetría de poder entre un hombre y una mujer que suponen tal lazo de confianza, pues se dan por sentado ciertos criterios que, por lo general, eximen las relaciones sexuales y la demanda de afecto físico entre ambas partes.
Entonces, cuando se está en una relación amistosa en la que el amigo pretende ejercer una coerción por sobre la amiga, bastan declaraciones del tipo «tú no eres así», «debes hacer tal cosa», «debes buscarte este tipo de hombres» para que se transformen, en realidad, en un ejercicio de poder, pues preexiste un control sobre el comportamiento proyectado a través de su visión sobre el cuerpo, las decisiones y maneras de pensar de las mujeres. Esta coerción es dañina, pues comienza a ejercer control sobre los dominios de la autoestima y la autopercepción, puesto que se interpretan como genuinas dado que provienen desde el lugar del amor, pues preexiste una lógica amistosa amorosa.
Común es conocer, al menos, una mala experiencia de alguna mujer con ese amigo que, mientras las «cuidaba» intentó darles un beso en la calle, rellenarles el vaso de alcohol a lo largo de la fiesta, tocarlas mientras dormían a su lado o, lisa y llanamente, violarlas, traspasando, con violencia, todas las barreras de la amistad. ¿Qué pasa luego de la experiencia traumática?, ¿Cómo se enfrentan las mujeres a tales amigos?, ¿Cómo les ven la cara a esos depredadores sexuales, pero amigos que pierden la memoria sobre sus abusos? y hago estas preguntas porque son precisamente las mujeres quienes se enfrentan a ellos luego de experiencias que no tienen nombre, pero que existieron y quedaron en la nebulosa del disfraz de la amistad, tras la cortina de humo patriarcal que oculta el abuso. Sea sexual o no. ¿Y ellos?, ¿Qué pasa con ellos? como si nada ocurriese, preparan el desayuno al otro día, prestan apuntes de la clase y siguen tranquilos por la calle, porque no hicieron nada malo.
A partir de estas experiencias más o menos traumáticas, se devela al sistema patriarcal operando bajo sus lógicas de impunidad y goce del poder de un cuerpo, afecto y tiempo femenino, aspecto también de raigambre neoliberal, puesto que el consumo de un cuerpo es más valioso para la satisfacción propia que el consentimiento, respeto y cuidado por un historial amistoso que queda al descuido de un deseo masculino aparentemente incontrolable que tiene no solo cabida, sino explicación en el engranaje patriarcal, puesto que un amigo es también un hombre con sus garantías de comportamiento bien ganadas en el patriarcado y la tiranía de su propio placer.
Así, sea la coerción ejercida en el plano de lo sexual o no, el poder y la soberbia del comportamiento del amigo va a quedar en nuestra experiencia común de ser mujeres, mas no en las suyas de ser hombres, porque ser un amigo aprovechador implica, por defecto, la impunidad de sus acciones abusivas dado el sistema en el que operan. Incluso aquellos amigos conscientes del patriarcado cometen actos de chantaje, mansplaining y diversos abusos de poder relacionados con aquellos elementos relevantes para la cultura patriarcal y, es que sea o no el dinero, sea o no la clase, sea o no la posición económica, siempre, existirá el abrigo que cubre acciones deshonestas en contra de las mujeres. Quienes se creen conscientes de sus privilegios sienten que con ello basta, como si comportarse respetuosamente con las mujeres fuese razón para aplaudirles en la calle y tenderles alfombras rojas a las entradas de sus moradas. Como siempre, la experiencia traumática es mochila de las mujeres, cuando son ellos quienes debiesen cargar con sus abusos históricamente registrados en las huellas del ser mujer y dejar de disponer de cuerpos ajenos para su propio consumo.
Por: Viviana Ávila