Por: Alex Moya
A ocho metros de altura, Carlos Camus, un experimentado trapecista de 52 años de edad y sus cuatro hijas, también trapecistas, Madison, Giselly, Valentina y María, se preparan para comenzar su danza de acrobacias en la carpa del Circo Di Carlo en la localidad rural de Copihue, región del Maule, cuna de grandes familias circenses. Han transcurrido casi dos años desde que en diciembre de 2019 surgiera la pandemia en China -país donde trabajaban como grandes estrellas del trapecio- que trajo de regreso a Chile a esta familia de artistas circenses.
Tras quedarse sin trabajo, Carlos Camus y su yerno Fabián Miquel, nieto del famoso payaso Tarugo, un inmigrante turco, juntaron sus fuerzas y los ahorros ganados en los circos de China para cumplir un viejo sueño: tener su propio circo. Así, desde su llegada en febrero de 2020, trabajaron durante meses confeccionando la carpa de 50 metros de largo por 34 de ancho y 15 metros de alto, que ahora cobija sus esperanzas de volver a la actividad que ha sido la pasión de su vida y también la de sus padres y abuelos, todos artistas circenses.
Carlos Camus, el trapecista activo más longevo del mundo
Carlos, que ha trabajado desde que era un niño en circos tanto modestos como famosos, y ha recorrido toda Sudamérica y varios países de Asia, siente un nerviosismo especial, pues es la primera vez que subirá al trapecio con sus cuatro hijas y su nieta de sólo 7 años, Alison. Él quiso que sus hijas estudiaran y fueran profesionales, algo que él no pudo por su vida itinerante, y ellas cumplieron en parte, puesto que si bien terminaron su enseñanza media gracias a un decreto ley del Ministerio de Educación que les permitía ir a distintas escuelas de Chile a medida que viajaban de pueblo en pueblo, las hermanas Camus eligieron seguir a su padre. La tradición familiar del trapecio fue más fuerte.
Esta es una disciplina dentro del circo que exige una gran condición física y un entrenamiento constante de los trapecistas, por lo que el doble salto mortal que intentará hacer Carlos es un gran desafío y a la vez un riesgo evidente a su edad. Una caída podría significar el fin de su dilatada y exitosa carrera.
En Chile existen alrededor de 120 circos, unos 5 mil trabajadores aproximadamente, que han tenido que reinventarse realizando distintos “pololitos” ante la imposibilidad de llevar público a sus funciones y la falta de ayuda del Estado a los artistas del circo.
Los Camus, que descienden de otra familia de circenses de Copihue, Los Pereira, tuvieron que trabajar estos meses recolectando arándanos, haciendo limpieza en casas, o barriendo las calles para el municipio. Así como ellas, otras familias de trabajadores del circo también han vivido días muy complejos, incluso, muchas sin tener un lugar donde vivir o donde colocar sus “casillas” (casas rodantes) para sobrevivir. Pero los artistas del circo siempre han sido personas sencillas y solidarias, y aunque suelen vivir el día a día sin certidumbre sobre el futuro, Carlos Camus tuvo la sabia idea de comprar hace unos años una parcela en las afueras del pueblo de Copihue. Así fue que comenzaron a llegar procedentes de distintos puntos del país, familias circenses que habían quedado varadas. Así fue cómo la parcela de Carlos comenzó a llenarse de casas rodantes.
“Fueron quedando botados por varias partes de Chile y yo les ofrecí venirse para acá, y aquí hemos estado sobreviviendo todos juntos, ayudándonos unos a otros, preparando la función (online) de hoy que surgió por la idea de mis hijas. Somos seis familias que hemos preparado este show que transmitirá el canal local Tele2web a través una red social y en la que se pide un aporte voluntario”, explica Carlos.
El show comienza a las seis de la tarde y la ausencia de público hace que el frío de junio en el valle central se sienta más intenso en la carpa del Circo Di Carlo. El dúo Mondiglio inicia el espectáculo con un show de malabarimo, enseguida llegan los payasos Chorizo (70 años) quien fuera parte del elenco “Los bochincheros” del antiguo Canal 11, y Salchichón (27), luego, las hermanas Miquel realizan un hermoso número aéreo, seguido de danza, hula-hula y tela.
El Doble Salto Mortal
Por fin llega la hora del trapecio, el acto principal de la jornada. Carlos se empolva con yeso las palmas de sus manos, calcula la distancia, sube un peldaño más en la torre de salto, toma el trapecio, recibe las palabras de ánimo de sus hijas, y le hace una seña a su compañero Fabián, -que también es su yerno- que está en el otro trapecio llamado “el fuerte”. Él tiene la misión de atraparlo en el aire cuando vaya cayendo tras hacer el segundo giro. Carlos respira profundo, brinca y se lanza hacia delante con fuerza para coger la mayor altura posible en el primer vuelo, y como un péndulo, vuelve atrás, pasa más alto todavía de la base sin detenerse en ella, se suspende en el aire con elegancia y echando las piernas por delante, vuelve a aventarse con nuevos bríos -pareciera llevar ansias de volar- y cuando se encumbra a una altura entre 10 y 12 metros, Carlos se suelta del trapecio, y comienza a caer dando dos vueltas completas, hasta que Fabián, que ha estado balanceándose “en el fuerte” colgando de sus piernas, lo atrapa de las manos en el momento exacto, es una sincronización milimétricamente perfecta. Tras agarrarlo, Fabián lleva a Carlos hasta su zona, y en el balanceo de retorno lo devuelve a su trapecio. La familia Camus celebra la acrobacia.
Luego, Carlos y su hija mayor, Madison, realizan unos vuelos conocidos como “palomas” y giros en el trapecio. Gisely, como si fuera la mujer maravilla, realiza un bello salto denominado doble fuerte, siendo tomada en el aire, en primera instancia por Fabián que está boca abajo, y luego éste la lanza a un trapecio que está más alto, donde la sostiene la menor de las hermanas Camus, María, a casi 12 metros de altura, para luego soltarla en el tiempo justo para que Giselly logre alcanzar de regreso el trapecio y así volver a la base. Brillante. Pero no hay aplausos en la carpa sin público.
El plato de fondo se llama “el cruce de la muerte”. Madison y Valentina se cruzan en el aire desde un trapecio al otro, pasan rozándose, parece que no alcanzarán a tomarse del trapecio, y el tiempo parece eterno. Fabián –en el fuerte- logra atrapar a Madison, y Valentina, casi con los dedos alcanza el trapecio. Al unísono sueltan un grito de júbilo, han sido meses de encierro, de no poder hacer lo que aman, volar por sus sueños de libertad, dignidad y reconocimiento. Sus rostros lucen felices. Carlos sonríe emocionado.
Madison Camus, triunfando en las alturas
“Nosotros estábamos trabajando muy bien en China, pero cuando empezó la pandemia quedamos encerrados en el hotel; un militar custodiaba la puerta para que no saliéramos; fue muy difícil regresar a Chile, los aeropuertos estaban cerrados, el contraste fue grande, allá nos alojaban en hoteles lujosos, pero nosotros amamos vivir en nuestras casillas (casas rodantes) y llevar esta tradición por todo Chile sobre ruedas, pero volver y no poder trabajar en lo que amamos, que es actuar para el público sobre el trapecio o haciendo equilibrismo, es muy frustrante, vivimos de los aplausos, del público, necesitamos que nos permitan poder abrir, veo que abren los grandes centros comerciales, los malls, pero los circos siguen cerrados. Sentimos que somos parte de la cultura nacional pero al mismo tiempo, no nos sentimos valorados. No existimos para las autoridades”, acusa Madison Camus, trapecista y vocera del “Di Carlo Circus”.
Fabián, el trapecista payaso
Fabián Miquel, es trapecista y desempeña un papel fundamental en el circo, ya que él trabaja en lo que los entendidos llaman “el fuerte”, es decir, es el encargado de atrapar en el aire a su compañero en el trapecio que realiza el doble o el triple salto mortal, por lo tanto, es poseedor de una gran fuerza y habilidad para agarrarlo cuando va cayendo a una gran velocidad. Carlos Camus, su suegro, confía plenamente en él a la hora de hacer su salto. Han trabajado juntos en distintos países, entre ellos China, y ahora son socios en el Circo Di Carlo. Fabián es nieto del famoso Payaso Tarugo, inmigrante turco que se quedó en Chile tras enamorarse de la hija trapecista del dueño del circo Valencia en los años 50 donde aprendió el oficio de hacer reír al publico sin saber hablar español.
“Yo soy tercera generación de familia circense, soy trapecista, hago malabares y también me ha tocado ser payaso, como en China cuando el circo se quedó sin ellos. Ser payaso es el oficio más difícil del circo, yo aprendí cuando era niño, mis tíos siempre me decían que tenía que ser payaso, pero a mí no me gusta, lo mío es el trapecio. Mi hija Alison, que tiene 7 años, sueña con llegar a ser payasita, aunque es difícil, porque en Chile solo los hombres hacen este oficio, no como en Europa donde sí hay mujeres payasos, pero quizás, en el futuro haya más apertura y mi hija sea la primera payaso de Chile”, cuenta Fabián, quien invirtió sus ahorros ganados en Asia en la carpa donde hoy entrenan y esperan actuar cuando al fin pase la pandemia.
La familia Camus, así como Los Miquel, Los Henríquez, Los Pereira, Los Maluenda, y otras familias circenses asentados en Copihue, esperan que pronto el Gobierno se acuerde de los artistas del circo chileno, y les permita trabajar, ya que todos ellos están atravesando una dura crisis económica, y también motivacional al no poder actuar para su público.
Mientras, las luces del circo chileno se mantienen apagadas, estos brillantes trapecistas, payasos, malabaristas y grandes artistas de circo, pasan sus días en el campo, buscando cómo ganarse la vida, entrenando, y aferrados a una idea siempre clara en sus mentes y en sus corazones, la función debe continuar.