“Y va a caer, y va a caer, la Educación de Pinochet”. Todos quienes han asistido a alguna marcha estudiantil han emitido ese grito con tremenda convicción. No es antojadizo: en este aniversario de los 40 años del Golpe, los estudiantes somos conscientes que nos estamos movilizando precisamente contra el legado de Pinochet. Recordamos las mayores víctimas de la dictadura y su horror, pero nos reconocemos también como víctimas, pues nuestro endeudamiento, los títulos muchas veces inútiles, el lucro ilegal, son también consecuencia de la Dictadura y de las políticas de los gobiernos que la sucedieron.
El Golpe truncó un proceso cuya culminación fue el gobierno popular, pero que comenzó mucho antes. Un proceso en el que el pueblo chileno fue conquistando sucesivos derechos, donde la educación fue siendo para todos, pero asimismo el campo y el cobre.
Desde 1973, nuestra educación fue convirtiéndose en un negocio, cada vez con más dueños repartiéndose la torta que significaban los bolsillos de los estudiantes chilenos. La ley de 1981 cercenó las Universidades públicas y permitió que poner una Universidad fuera el mejor negocio posible. La LOCE consolidó una serie de reformas que le restaron al Gobierno su rol garante en educación.
La Concertación no lo hizo muy distinto. La introducción del Financiamiento Compartido durante el gobierno de Aylwin permitió que cada cual pudiera “comprar” la educación más adecuada para su bolsillo. El gobierno de Ricardo Lagos, el 2005, invitó a los banqueros a hacerse parte del festín con el Crédito con Aval del Estado. Finalmente, Michelle Bachelet al parecer se confundió, y pensó que la demanda de fin a la LOCE era porque no nos gustaba su nombre y le cambió el nombre a la LGE, dejando pasar una oportunidad única para comenzar a reescribir la historia. Para comenzar a despercudirnos de Pinochet y su presencia en nuestro sistema educativo.
Pero no. Los protagonistas del pacto de la transición, la política tradicional, se acomodaron con este modelo. Se convencieron algunos, se enriquecieron otros, se conformaron muchos, con un país sin Pinochet pero lleno de pinochetismo.
Por eso no es coincidencia lo que ha ocurrido desde el 2006 y 2011 con la juventud, con nuestra generación. Porque somos una generación que no le tiene miedo a la política, a los disensos. Porque nos tocó crecer en un país desigual, injusto, segregado, gobernado por unos supuestos consensos que fueron consensuados entre poquitos, muy poquitos, y los intereses mayoritarios estuvieron siempre excluidos en nombre de la “gobernabilidad” y del “crecimiento”.
40 años después, hemos decidido decir basta. Queremos construir un país diferente, queremos erradicar el legado de la Dictadura de cada rincón de Chile, partiendo por la educación. Hace pocos días presentamos “Demandas por una Nueva Educación”, una recopilación histórica de las demandas que nos han movilizado y que permitirán que nuestra educación sea un derecho garantizado para todos.
Sabemos que no lo haremos solos, y por ello el mensaje principal es una invitación. Una invitación a adherir a nuestras demandas, pero por sobre todo y a través de ellas, una invitación a entre todos construir un país diferente, un país que reconozca nuestros derechos, un país donde volvamos a ser soberanos sobre nuestras vidas. Es también una invitación a profundizar el debate educativo, para tomarlo con la seriedad que Chile se merece: hemos visto candidaturas que recogen nuestras consignas, sabiendo que dan votos, pero que omiten transparentar el contenido de tales consignas. Educación gratuita no es cualquier cosa, no es este mismo sistema pero sin pagar. No queremos más becas y créditos, así como no queremos bonos: queremos derechos, que el Estado financie directamente a los establecimientos para garantizar la gratuidad.
El nuevo Chile, el Chile postdictadura, solamente llegará de mano de transformaciones que deben ser protagonizadas, desde un comienzo, por quienes hemos puesto los temas sobre la mesa. No volvamos a delegar. Más temprano que tarde dejaremos de anunciar la caída de la educación de Pinochet, y empezaremos a celebrar la llegada de la nueva educación construida por los estudiantes y por el pueblo de Chile.
Por Andrés Fielbaum