Por Alfredo Serrano Mancilla, Doctor en Economía, Director Celag.
En geopolítica la distancia física no siempre es el mejor indicador de la verdadera distancia que existe entre dos ciudades. Lima y Puebla, hoy en día, están separadas por mucho más de los 4.165 kilómetros que índica cualquier mapa. Ambos enclaves representan simbólicamente dos visiones diametralmente opuestas en la manera de concebir las relaciones políticas en América Latina.
En edad, el Grupo de Lima (GL) es mayor que el de Puebla (GP), en casi dos años. El primero fue creado el 8 de agosto del 2017, mientras que el segundo nació un 12 de julio de 2019. Sin embargo, no por mucho madrugar amanece más temprano. Este “empezar antes” del GL no ha supuesto de ningún modo una ventaja comparativa respecto al GP. En verdad, lo relevante no es el momento de nacer. La clave siempre está en cómo se evoluciona en el camino. El GL empezó con gran ímpetu, pero progresivamente fue evaporándose. Justo lo contrario de lo que le sucede al GP, que inició su periplo inadvertidamente, pero a medida que transcurren los meses se va transformando en un pivote geopolítico cada vez más sólido a nivel regional.
¿Por qué el GL fue de más a menos y el GP de menos a más? ¿Por qué el GL parece haber envejecido tan rápido y, por el contrario, al GP no se le encuentra su fecha de caducidad? He aquí algunas razones, tanto de lo uno como de lo otro.
En relación al GL, su precoz obsolescencia se explica porque:
- fue fabricado para un único objetivo: acabar con el Gobierno de Nicolás Maduro. El propósito no se ha logrado, y por tanto, se diluye su razón de existir.
- tiene un asidero estrictamente coyuntural, es decir, dependía excesivamente de una correlación de fuerzas en un determinando momento de la Historia sin prever que en Democracia hay elecciones y no siempre ganan los presidentes conservadores/neoliberales (véase Macri en Argentina, el caso boliviano y peruano).
- nació bajo la tutela de Trump, pensando que sus demencias antidemocráticas podrían llegar a ser hegemónicas en América Latina. Y no lo fue ni en la región ni en Estados Unidos, donde no consiguió revalidar su mandato.
- su composición genética se encuentra alejada de todo aquello que le preocupa cotidianamente a la ciudadanía. Jamás el Grupo de Lima habló de políticas sociales o de iniciativas económicas; ni siquiera de qué hacer frente al Covid.
- la matriz neoliberal ha entrado en una profunda crisis, sin respuestas ni expectativas. Tanto es así que está en un punto de bifurcación en relación a qué hacer con la democracia: si respetarla o violarla cuando no se obtiene victoria electoral.
Por su parte, en dirección opuesta, el GP continúa yendo a más porque:
- nace por fuera de los gobiernos, es decir, es un espacio que aglutina a expresidentes, presidentes y ministros, pero también a otros representantes políticos que son alternativa en algunos países; además de académicos, intelectuales y periodistas. Así, el GP conforma su solidez muy por encima de una victoria o una derrota electoral.
- se caracteriza por la amplitud del universo progresista, lo que precisamente contrasta con el modo de cohesionarse en el GL. Está diseñado con una premisa básica: el disenso en matices al interior del progresismo no es visto como falta de unidad sino como fortaleza.
- se dedica a múltiples tareas que sí son de interés público latinoamericano: buscan mejorar la economía con gran variedad de iniciativas, demandan respuestas frente al Covid (como es el caso de la liberalización de patentes), acompañan procesos electorales, alzan la voz contra los bloqueos, etc.
- tiene una mirada de largo plazo, pero con un virtuoso don de la ubicuidad en el corto plazo. Es seguramente una de sus mayores virtudes: saber combinar qué hacer cuando se le necesita en un hecho concreto (por ejemplo, qué hacer en medio del golpe de Estado en Bolivia) con el diseño de una estrategia más de corte estructural (procurar que la OEA de Almagro deje de existir).
- no tiene tutela externa ni un dominador interno. Es evidente que hay rostros muy visibles (Marco Enríquez-Ominami en su rol de articulador, Alberto Fernández y Luis Arce como presidentes, ahora también Pedro Castillo, la presencia del Gobierno de México, expresidentes como Zapatero, Evo, Correa, Dilma, Lula y Samper), pero ninguno tiene más poder que otro. El equilibrio reside en la heterogeneidad.
En política no hay casi nada que permanezca estático. El GL pensó que sí, y creyó que el contexto en el que nació persistiría para siempre. Y no. Eso ya fue. Su autoprofecía del “fin del ciclo progresista” les falló. Su obsesión contra el Gobierno de Venezuela les cegó. Y, para colmo, están sin su Norte fundacional, o sea, gobierna Biden en vez de Trump. Y aunque tienen mucho en común no son lo mismo.
En ese marco, el GP ha sabido dar pasos, poco a poco, con firmeza construyendo cimientos y una red de confianza; y, a partir de ahí, haciendo camino al andar. Y lo que es más importante: sintonizando con la evolución de los sentidos comunes latinoamericanos en cuanto a la necesidad de un Estado protagónico en las políticas sociales, un modelo económico más justo e inclusivo, a favor del impuesto a las grandes fortunas, más integración regional, más multilateralidad y más democracia.