¡Cineasta tenías que ser!

En el gobierno del presidente socialista, Salvador Allende, es nombrado como responsable de la empresa estatal de cine, Chile films

¡Cineasta tenías que ser!

Autor: El Ciudadano México

Por Flor Coca Santillana

Filmar una película es una aventura. Pero filmar treinta y dos mil metros de película en su país, del que había sido desterrado doce años atrás por la dictadura militar y al que tenía prohibido regresar, era la mayor aventura de su vida.

Él nació en Palmillas, una pequeña comunidad en la zona central de Chile, que pertenece a la provincia de Colchagua. Un lugar, en el que a los 5 años y viendo proyectarse en una sábana, en medio de dos árboles, sentado en las piernas de su abuela, la película Genoveva de Bravante, quedó maravillado por el cine. El pequeño no podía explicarse muchas cosas, pero esa curiosidad por saberlo, le hizo, años después convertirse en cineasta.

Miguel Littin Cucumides, hijo de griega y árabe, estudió Arte dramático en la Universidad de Chile y comenzó su carrera como director de televisión en el canal de su universidad. Los años 60 fueron clave para él como director de cine. Su primera película, en 1965, fue Por la tierra ajena.

Fue con la cinta El chacal de Nahueltoro, que Littin fue reconocido por su talento, ya que ésta causó un fuerte impacto en la sociedad.

En el gobierno del presidente socialista, Salvador Allende, es nombrado como responsable de la empresa estatal de cine, Chile films, reconociendo el trabajo de filmación realizado por Miguel Littin en sus películas, principalmente en el Chacal de Nahueltoro, que muestra la miseria del campesinado en su país y los graves problemas a los que se enfrentan los marginados.

Después del sangriento golpe militar en contra del presidente Allende, de la masacre en contra del pueblo chileno, el cineasta se va al exilio forzado. Llega a México y filma Actas de Marusia, que trata del exterminio, por la represión, en 1925 de los obreros chilenos que trabajan en las minas en un pueblo salitrero de Chile. La película fue seleccionada para competir por el Oscar a la mejor película extranjera, representando a México y fue la primera película que Littin dirige en el exilio.

Ya en España, el director de cine no deja de pensar en cómo volver a Chile y darse cuenta de cómo viven quienes se quedan en el país. Esa idea se vuelve cada día más importante en su vida. Finalmente, en 1985, comienza su aventura. La preparación de su viaje no fue nada fácil, pero todos los obstáculos fueron superados gracias a la gran ayuda de su familia, sobre todo de Elizabeth Menz, su compañera de vida, “la Eli”, en la vida familiar, de sus hijos, de la resistencia chilena y sus amigos en diferentes partes del mundo.

El primer gran reto era transformar al director chileno de barba, melena crecida, pantalones vaqueros y camiseta, en un hombre de negocios. Nadie, ni sus familiares más cercanos, debían reconocerlo al verlo. Littin, muy a su pesar y por la profunda emoción de volver a caminar por las calles de su país, acepta la transformación. Sus modales debían ser mesurados, su acento diferente, su ropa sería el lado opuesto de su forma de vestir. Su pelo recortado y unos lentes que le darían el aire de seriedad necesario. Verse en un espejo, lo dejó mudo. No, no podría llevar esa carga encima. Después de muchas horas de pensarlo, el empresario uruguayo, con una esposa postiza, documentos verdaderos, pero que no le pertenecían y una sonrisa fingida, vuela hacia su sueño: su patria, Chile. Había una prohibición terminante, nadie debía reconocerlo, por lo tanto, tenía prohibido reírse. “Si te ríes, te mueres”, le advirtieron.

Tres equipos de filmación, cada uno por su lado y sin saber nada, solo el responsable de ellos, filmarían la vida cotidiana en Chile, dirigidos por Miguel Littin, clandestino en Chile, que es el título del libro de Gabriel García Márquez sobre esta aventura.

Al llegar a su patria, esperaba ver la capital devastada, la tristeza, la oscuridad. No fue así y fue su primera decepción. Los chilenos seguían viviendo, los niños iban a las escuelas, la gente tenía su vida. Miguel quería recuperar a su país, quería ver otra realidad. Y en ese primer momento, no la veía, qué decepción. No había fuerza pública. No puede ser. Poco a poco se dejaba ver la realidad. “A toda hora hay patrullas de choque escondidas en las estaciones principales del tren subterráneo, y camiones provistos de agua a alta presión en las calles laterales, listos para reprimir con una saña brutal cualquier brote de protesta de los tantos intempestivos que surgen diario”. Entonces, se da cuenta de que el régimen militar tiene todo totalmente controlado, aunque la resistencia está organizada y lo respalda.

La filmación se lleva a cabo según los términos acordados. Una parte del corazón de Littin está en la filmación, otro, en su país, el que había dejado doce años atrás, y al que quería regresar a toda costa. Volver a ver a su madre, a los amigos, tomar el vino, vivir.

Lo hizo, llegó con un equipo de filmación y vio a Pinochet en el mismo Palacio de la Moneda, en el mismo lugar en el que el presidente Salvador Allende fue asesinado. Pasó sin darse siquiera cuenta de quienes estaban filmando. Littin, tuvo un cúmulo de emociones encontradas. Y lo vio pasar sin demostrar su repudio.

Ese viaje fue para el cineasta regresar a la vida, ver su país, ver a los chilenos, saber cómo estaban después del golpe militar. Y descubre que Allende sigue siendo un hombre admirado y ejemplo de los jóvenes de la resistencia chilena. 

“El nombre de Salvador Allende es el que sostiene el pasado, y el culto de su memoria alcanza un tamaño mítico en las poblaciones”

Miguel Littin Cucumides
Cineasta

Un día que no pueden regresar al hotel antes de que comience el toque de queda, Littin llega a Palmillas a casa de su madre. Ella no lo reconoce de inmediato, después de abrazarlo, él se lleva la sorpresa de su vida, su estudio, con cámaras, documentos, cables, estaba en casa de su madre, intacto, nunca lo hubiera creído. Ella lo hizo con la ayuda de familiares y amigos Littin tenía su estudio otra vez, no lo había destruido la dictadura.

El resultado fue una película premiada Acta general de Chile, y su aventura fue narrada magistralmente por Gabriel García Márquez. Es Miguel Littin, el cineasta que le puso a Pinochet, una cola de 30,000 metros grabados en su país, al que regresó el cineasta rodeado de solidaridad y coraje.

Verano de 2021

Ilustración: Alexia Stuebing

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