A 139 años del natalicio de Práxedis Guerrero, poeta, obrero, pensador y periodista mexicano

El Ciudadano rememora esta mente en combustión perpetua que siempre desembocaba en la acción consciente y revolucionaria

A 139 años del natalicio de Práxedis  Guerrero, poeta, obrero, pensador y periodista mexicano

Autor: Daniel Carpinteyro

Al pedagogo y periodista Gabriel Díaz, hombre de acción a quien se extrañará en esta casa editorial

Hubo un tiempo en el ecosistema periodístico mexicano en que tuvieron fuerza personajes de la talla de los hermanos Flores Magón, quienes fueron a la vez periodistas, activistas y políticos, quienes tras inspirarse en las ideas anarcocomunismo de Piotr Krotpkin,  fundaron frentes políticos incómodos al poder, como lo fue el Partido Liberal Mexicano.

Hombres con una perpetua combustión interna, que estremecieron los rieles de la Historia, que ofrendaron su potencia intelectual y su virtud moral al servicio del bienestar de las mayorías, esa multitud de seres zarrapastrosos y oprimidos que son los únicos y verdaderos motores de la historia, a pesar de los pulcros parásitos que no cesan de sangrarlos.

La época de los Flores Magón fue una época extraña y prodigiosa: era tiempo donde los periodistas, en vez de templar su voz al gustillo del Gran Oído en turno o parafrasear boletines oficiales mientras sueñan con acomodarse en uno de los puestos de control de los magnetófonos del Estado, fundaban organizaciones políticas como el Partido Liberal Mexicano para contrarrestar y defenestrar al gobierno de Don Porfirio Díaz.

Dicho partido, fundado por periodistas, tuvo la osadía de postular la jornada laboral de ocho horas, el reconocimiento del salario mínimo, la expropiación de las grandes extensiones de tierra improductivas, la prohibición del trabajo infantil, de las tiendas de raya. Estas propuestas en su momento levantaron más de una ceja, bien protegida del sol bajo su sombrero de copa. Y las alarmas no tardaron en sonar.

Programa del Partido Liberal Mexicano, publicado el 1 de junio de 1906 por la Junta Organizadora de San Luis Missouri en el periódico ‘Regeneración’

Tan eminentes eran las propuestas del Partido Liberal Mexicano que sirvieron de inspiración, más de un siglo después, al Plan Nacional de Desarrollo, itinerario de navegación de la Cuarta Transformación, pues como lo marca el propio portal del Gobierno de México:

«El Programa del PLM fue un documento que buscó terminar con la estructura del estado oligárquico porfirista y los cimientos que lo apuntalaban —el ejército, los gobiernos estatales, los poderes de la unión, los terratenientes y los banqueros— para crear un poder democrático. Proponía realizar una revolución democrática, justiciera en materia social, nacionalista y antiimperialista, para llevar a cabo las transformaciones que el país requería. La democratización del sistema político, la participación inclusiva, desde abajo, de la población en los asuntos del gobierno, así como una serie de mejoras en el sector obrero y campesino, fueron las metas proclamadas en el documento».

Entre las personalidades que integraron la primera plana del Partido Liberal Mexicano, además de los propios hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón, estuvo un periodista obrero de quien ya pocos se acuerdan: Práxedis G. Guerrero, cuyo natalicio se celebra este 28 de agosto.

Práxedis Guerrero fue editor del controversial periódico «Punto rojo«, publicado desde El Paso Texas, en cuyas páginas se atacaba frontalmente el régimen porfirista y se incitaba a la clase trabajadora a abrazar la huelga revolucionaria que lo desestabilizaría de forma definitiva.

Oriundo de San Felipe, Guanajuato, Práxedis sólo culminó la educación secundaria a pesar de ser vástago de una familia con recursos.  Sin embargo, nunca dejó de leer, lo que le atrajo una sólida formación humanística, tal como puede comprobarse en sus numerosos artículos, en los que se puede aprender teoría política revolucionaria, historia, filosofía moral y pedagogía.

En sus letras palpitaba el llamado al encuadre racional de los fenómenos naturales, pero sobre todo a materializar en la acción el fruto de la intelección. Así lo expresó en la siguiente parábola:

«Sin mí, las concepciones del cerebro humano serían unos cuántos fósforos humedecidos en una cerillera mohosa.

Sin mí, el fuego no habría calentado el hogar de los hombres, ni el vapor habría lanzado sobre dos líneas de acero la rápida locomotora.

Sin mí, la casa del hombre sería el bosque o la caverna.

Sin mí, las estrellas y los soles serían todavía los parches brillantes que Jehová pegó al cielo para deleite de las pupilas de su pueblo.

Sin mí, Colón hubiera sido un loco; Bernardo Palissy, un demente; Kepler, Copérnico, Galileo, Newton, Galileo y Giordano Bruno, embusteros; Fulton, Franklin, Roentgen, Mongolfier, Marconi, Edison y Pasteur, sofiadores.

Sin mí, la rebeldía de las conciencias sería una nube de humo encerrada en el hueco de una nuez; y las ansias de libertad, los aleteos inútiles de un águila encadenada y presa.

Sin mí, todas las aspiraciones y los ideales rodarían en la mente de los hombres como hojarasca arremolinada por el cierzo;

El Progreso y la Libertad no pueden ser sin mí.

Soy la Acción».

Particular fascinación ejerció sobre Práxedis Guerrero la literatura del Siglo de las Luces, cuyas enciclopedias devoró con voracidad, y a partir de las cuales desarrolló una sólida adherencia al racionalismo, como puede constatarse en su artículo «Impulsemos la enseñanza racionalista», escrito en 1910,  un año después de la muerte del pedagogo anarquista Francisco Ferrer, y un dos meses antes de su propio deceso, a los 28 años, durante una confrontación armada en Chihuahua entre guerrilleros libertarios y soldados federales.

El mismo pedagogo Francisco Ferrer Guardia, a quien Praxédis admiraba tanto, principal arquitecto de la Escuela Moderna de Barcelona, murió igualmente ejecutado por un gobierno conservador, que en alianza con la Iglesia Católica y las buenas conciencias de alta alcurnia, le cercenó la vida como castigo por sustituir las enseñanzas religiosas por las explicaciones científicas y humanísticas del mundo.

Para Praxédis Guerrero, la enseñanza racionalista era tan importante para la constitución de una sociedad libre que  consideró pertinente la implementación de pequeñas bibliotecas racionalistas a lo largo del territorio nacional, que sirvieran a la niñez mexicana como un oasis cognitivo donde pudiera desembarazarse de las telarañas supersticiosas de la educación religiosa.

Práxedis ya percibía que la lucha por las mentes de la niñez, en particular de la niñez perteneciente a las clases oprimidas, es un terreno que siempre estará en disputa, pues la iluminación racional del proletariado y el campesinado, el cultivo de sus mentes en la interpretación sistemática del mundo y los métodos para su transformación, constituyen una ruta a su emancipación, cuya inhibición es la razón de existir de los aparatos ideológicos del Estado Capitalista.

Reflexiona Práxedis en torno al aniversario luctuoso de Ferrer Guardia en México y Estados Unidos:

«¿Por qué no celebramos los trabajadores mexicanos ese aniversario haciendo un esfuerzo en pro de las escuelas modernas?  Esa sería la mejor protesta, la más consciente, la más lógica, la más efectiva . No se necesitan ni gritos ni amenazas; simplemente acción, acción inmediata, constante, para que nuestra protesta llegue al corazón del despotismo y sea en él veneno saludable que le acorte los días (…)».

Tan medular en la remoción de regímenes putrefactos era para Práxedis el estilo de educación que se eligiera para El Pueblo. En cuanto al financiamiento de la Escuela Moderna en este lado del Atlántico, el periodista y pensador proponía el siguiente razonamiento.

«¿Por qué no fundar y sostener escuelas nuestras donde aprendan los niños a ser buenos y libres al mismo tiempo que saborean los deleites de la Ciencia? Con lo mismo que se paga al Gobierno para escuelas que muy poco enseñan, lo que se gasta en las escuelas particulares establecidas con el antiguo régimen y, si es necesario, con un pequeño sacrificio más puede hacerse una nueva edición de las obras editadas por La Escuela Moderna de Barcelona, y traerse unos educadores de los que la persecución ha hecho salir de España, y así quedarán vencidas las dos dificultades principales para la enseñanza racionalista en América».

Quien esto escribe no duda de que si Práxedis hubiera vivido unas décadas más para conocer la labor del pedagogo progresista francés Célestin Freinet, su entusiasmo hubiera sido ilimitado. Si tan sólo hubiera vivido lo suficiente para leer «La imprenta en la escuela», de Herminio Almendros, inspirado en el Método Freinet, Práxedis hubiera delirado con hacer de cada niña o niño mexicano un impresor, editor, reportero o las tres cosas a la vez y… ¿quién sabe? Acaso la escuela de William Randolph Hearst no hubiera terminando dominando el paisaje periodístico mexicano.

Sin embargo, cuando Práxedis murió, aún faltaban tres décadas para que desembarcara en Coatzacoalcos Patricio Redondo, quien huía del franquismo y según cuenta la leyenda había tenido que arrojar al mar una prensa escolar y sus propias traducciones de Freinet al español.  Fue él quien, en un patio de San Andrés Tuxtla, empezó en 1940 la historia de esta tradición educativa, viva hasta nuestros días y presente en la ciudad de Puebla en las aulas del Centro Freinet Prometeo, donde Práxedis Guerrero se hubiera sentido como pez en el agua impartiendo clases de Literatura, Periodismo o Historia.

De la ética de trabajo de Práxedis, Ricardo Flores Magón escribió en su necrológica:

«Trabajador incasable era Práxedis. Nunca oí de sus labios una queja ocasionada por la fatiga de sus pesadas labores. Siempre se le veía inclinado ante su mesa de trabajo escribiendo, escribiendo, escribiendo esos artículos luminosos con que se honra la literatura revolucionaria de México; artículos empapados de sinceridad, artículos bellísimos por su forma y por su fondo (…)».

Y es ahí, en el armonioso balance entre el fondo y la forma del artículo periodístico, donde el comunicador contemporáneo deberá discernir y asimilar la técnica que engalane su propio trabajo, para deleite y provecho, moral, intelectual y estético, de sus lectores. DE SUS LECTORES y no del algoritmo que prejuzga lo que es capaz de comprender la mente humana

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