Por Mauro Salazar J.
La imaginación popular que abrió la revuelta chilena (2019) activó una escisión («grieta dicen los argentinos») entre el formato institucional de la transición chilena y la imaginación plebeya que ha puesto en entredicho el orden visual, la hegemonía cultural (politología, sociologicismo) del mainstream. Los nuevos espacios obligan revisitar la re-escenificación de la categoría «pueblo» que recae en la Lista del Pueblo. Tal termino fue radicalmente expulsado de los pactos simbólicos de la transición a favor de una masa anodina de subjetividades dóciles de la gobernabilidad (1990-2010) exaltando la ficción del «pueblo republicano», aunque también excluido desde la épica del realismo. Esto último hay que admitirlo, decir Pueblo en los años 90′, en la década del largo bostezo, era una de esas palabras marcadas por el fuego, como diría Octavio Paz. Un término glotón, grasoso, vocinglero, pecaminoso, y upeliento que nos lanzaba a las «memorias del trauma». Pero luego de la revuelta (2019) apareció el significante «pueblo», tan neutralizado por los tecnólogos y gerentes salvajes de la Concertación. Pese a todos los empeños de los eriazos de la resistencia, lo anterior tampoco hace admisible -sin más- un uso absolutista-monumentalizador que venga a cultivar en torno a tal categoría un registro dogmático y excluyente. Nos debemos a la reivindicación de lo «plural discordante» y la Lista del Pueblo entre sus tantas fracturas se autoproclamó -al riesgo de una generalización como el «medium» del pueblo esencial. Contra toda canonización los pueblos concitan ese lugar siempre ausente donde parpadean subjetividades nómades con sus «tumultos de sentido» (desterrando lo regional, el colonialismo ancestral, las tecnologías metropolitanas del progreso) y no se dejan secuestrar ni por la pasión triste de la negatividad, ni por el texto Napoleónico de la modernización chilena y sus «contratos de lenguajes» centrados en un pueblo pedagógico-destinal.
Dicho esto vamos a nuestro Rojas Vade quien cometió un error innombrable que copará agendas y contribuirá a la épica restauradora del nuevo pacto juristrocrático (léase cultura institucional) donde el grupo Sahie y los «sicarios del orden» restituirán silogismos del orden, liturgias, civismos, realismos y narrativas de la mesura. El partido del orden hará valer los realismos sesgados y las militancias serviles para terminar de aplacar la mundanidad indigesta de La Lista del Pueblo. En medio de la espectacularización nuestro mayordomía transicional dirá «¡Y Ustedes no eran quienes pregonaban, hasta que la dignidad se haga costumbre, que el pelao Vade pone en entredicho porque en medio de los montajes abre un forado de cuestionamientos al entramado de calle que hizo posible al mismo sujeto de marras»¡ Los especuladores del orden y los sicarios de la palabra harán sentir el oportunismo con que la izquierda urdió personajes como Rojas Vade y eso será un golpe a la legitimidad del movimiento octubrista (2019). Esta vez la impugnación puede llegar hasta cuestionar demandas dramáticas, a saber, el acceso veraz a la salud pública. La ralea neo-conservadora, y sus consorcios mediáticos, arremeterán invocando años de trabajo insurgente, exhumaran los discursos de la desigualdad cognitiva, imputaran los activistas de las funas. El maintream recusará la manipulación de calle contra la simbolicidad de los oprimidos, denigrará la victimización de los sectores desposeídos. También será juzgada la romantización de la lucha urbana, y se pondrá en cuestión la injusticia cotidiana que padece el mundo de los desdentados; ese será el pedestal que el mainstream le otorgará a Rojas Vade.
Con todo la perfidia de Rojas Vade demuestra que la Lista del Pueblo es un Scanner -una muestra- de las precariedades de la sociedad chilena y los Rectorados del orden deberían fijar la mirada en miles de chilenos que padecen la enfermedad que realmente afecta al Convencionalista del distrito 13. De otro modo, no podemos comprender ese afán corporativo por desestimar el discurso poblacional que hereda el dolor del inquilinaje, el sometimiento de las planchadoras, la demanda ancestral por la vivienda, los dilemas del bajo-pueblo analizado por la historiografía “underground” de Gabriel Salazar. La necesidad vital que Mario Garcés les asigna a los movimientos sociales. El «pelao Vade» -sin ser víctima de nadie, salvo de la dominante neoliberal- conoce las penurias de la “olla flaca”, la pobreza franciscana, el frío, el hambre, la húmeda de los patios de tierra, los maltratos, el bajo fondo de las adicciones, el tesón de la indignidad, etc. Cuál será el malestar que provoca ese aroma petrificado del hacinamiento que da lugar a reacciones solapadas de quienes administran el relato progresista y cultivan compromisos mediáticos. Debemos reconocer que la cobertura comunicacional –disfrazada de empatía– no logra ocultar ese gesto burlón hacia una “voz” que se alza desde los márgenes.
Y sí, el «Chile de huachos» se mantiene en vilo: «a veces Zamudio, otras gemita bueno», y ahora Rojas Vade -«el pelao»- refleja nuestra lepra arribista y su personaje deviene en una especie de Pinochet de la izquierda insurgente, pero el fraude naturalizado por las elites comprende costos. Ello nos demuestra que la «mentira» de un representante del pueblo será inscrita en la coreografía del espectáculo político para acumular bonos morales. Volvemos a los simulacros del «choclo delano». Y en un país donde todos hemos devenido matinal, bien vale recordar nuestros labios difuntos. La Expo Sevilla en 1992 con un Iceberg embustero y viscoso intentaba erradicar nuestros traumas y desató los febriles coloquios manageriales y un capitalismo alegre de acceso, disciplina, deuda y consumo. Ese Chile dio lugar a un paisaje compuesto por lacayos cognitivos. Adustos y aciagos, guionistas de lo grotesco, especuladores del orden. Los lóbregos, los mercenarios del dolor, los proxenetas de las estafas piramidales, los lacayos de la pluma, los ominosos de las carteras vencidas, los explotadores del raitil, los expertos indiferentes, los sodomizadores de los matinales. ¡Y todos ellos en Santa Jauría edificaron el actual manicomio linguistico que ciertamente encontró lugar en las fragilidades de la Lista del Pueblo !
Y todo por la vía del montaje. Cómo olvidar a Sebastián Piñera tras un sueño que se debía hacer realidad para dejar atrás un “Chile de huachos”. Un “Mapocho navegable”, vaya osadía, fue la consigna de su primer mandato. Un Mapocho similar al Sena de París era la tarea de aquel entonces. Por esa época nuestro estadista siniestrado nos decía rebosante en imaginación, “…el Río Mapocho y las islas, los espejos de agua, el parque, las ciclovías, las zonas para picnic, las zonas para ejercicios y deportes, el anfiteatro que va a tener este parque, para que pueda haber música, espectáculos artísticos…y hacer de Santiago una ciudad más humana”. Todo muy esotérico. Pero hay más. Joaquín Lavín -eterno resurrecto- fue un lector avanzando de una modernización nihilista cuando administró un conjunto de “objetos psiquiátricos” para una ciudad de simulacros y montajes. Un mago del tiempo de los semáforos en el centro de Santiago. Tardes de verano en los “café con pierna”, y meses donde mágicamente caía lluvia, agua de mar y nevaba en Santiago centro. Todo bajo la aprobación de un mestizaje mediático que anticipó el travestismo de nuestra política institucional. La Lista del Pueblo no fue una maquina institucional, sino el resultado -no victimizable- de las patologías de la (post) transición en Chile que no obliga a pensar desde un paradigma psicopolitíco. Tras la década de los 90′ transitamos del cáncer marxista al sida neoliberal como metáfora que ha hecho estallar la vida cotidiana y ha obrado como una plaga de violencia en el campo de las relaciones sociales -ex antes de la revuelta-. En las próximas horas los periodistas de Vitacura y sus clasismos mediáticos nos hablaran a nombre de un «pueblo pedagógico» en tono paternalista o familiar. Y así expondrán sus semánticas republicanas. El mensaje de los político será: «Ni pueblo digno, ni política sin esquirlas». Ese será el refrán bajo la democracia de los canallas.
Es cierto, el Constituyente Rojas Vade representaba el mundo de la ira, la rabia erotizada y la eticidad de calle -que es siempre un abismo-. Luego vinieron los individualismos neoliberales que impidieron la articulación política de una Lista que leía los vicios de la maquina partidaria, pero que no supo darse una institucionalidad. El honor del Servel, con sus agentes politológicos, hizo lo que siempre pudimos predecir. Con todo hubo verdor porque pese a todo la Lista del Pueblo vino a desarmar -al menos por algunos meses- la «ficción del espectral pueblo republicano» que nos vendió un progresismo viscoso y adultero. No es el momento para victimizar, ni infantilizar esta Lista que se alzó desde los territorios emplazando matinales, reyezuelos de la edición y corporaciones mediáticas. El universo de la pos-transición nos llenó de simulacros: hoy es la hora de Rojas Vade. El movimiento de la restauración busca organizar los «contratos de lenguaje» esquilmando al infinito las lenguas discrepantes. Y lo puede hacer con ese tono educativo-formativo al estilo Mónica González que no registra contradicción alguna entre los Sahie y un campo de concentración o la misma Operación Albania. Iván Valenzuela, antes vestido de alternativo, hoy de voto de las pedagogías, está librado a las interminables defensas corporativas del mundo neo-conservador -al precio de negociar lo inimaginable-. Por fin Julito Cesar con su moral de la sífilis en un Chile donde la solidaridad solo existe en fosas comunes. Todo se desplaza entre Debord y Baudrillard. Pero todos representan un epitafio a la glorias de la transición chilena y el anhelado pueblo pedagógico/oligarquizante.
La (post)transición fue un simulacro a perpetuidad: luego Penta, SQM, los cheques de Ponce Lerou, Caburga, Dávalos, y el bacheletismo instruyendo a Jorrat (Director del SII) en tiempos de Nueva Mayoría, para que cesará en sus acciones contra políticos devenidos en cuatreros ideológicos. Ese fue el momento en donde la clase política reventó el sistema institucional.
Ya el «Pelao Vade» fue exiliado. Hoy la casta farisea de los periodistas de Vitacura con su arribismo mediático, ya no tendrán que lidiar con una «lista grasosa». La post-concertación obrará entre opinólogos y «expertos indiferentes» apelando a una conocida racionalidad cínica con distintos mitos morales para administrar «concertacionismos múltiples» del presente suicida que nos legaron.
Mauro Salazar J.
Universidad de la Frontera