Por Guillermo Garcés Parada, militante Partido Humanista
Si se pone atención a los economistas expertos nacionales, que esta semana inundan los noticieros comentando las medidas del Banco Central, y que al unísono, nos alertan de los peligros del “recalentamiento de la economía nacional”, y el inminente desequilibrio macroeconómico que forzará la inflación en los precios del mercado, como efecto de que la ciudadanía cuenta (de su ahorro forzado en las AFP) con dinero en sus bolsillos o cuentas a la vista, es válido preguntarse ¿para qué sostener un modelo que deja de funcionar correctamente en tal escenario?
Quiere decir esto que tal modelo no es viable cuando la ciudadanía está en situación de pleno empleo, con sueldos dignos (es decir que, por trabajar todo un mes, el salario es capaz de cubrir sus costos de la vida y deja algo para un ahorro para imprevistos), ya que tal situación de bonanza del pueblo atentaría contra su equilibrio y correcto funcionamiento.
O, dicho de otro modo, tal modelo sólo puede funcionar “equilibrada y perfectamente” en un escenario en dónde sólo un porcentaje de la población tiene acceso a la bonanza descrita anteriormente, y necesariamente, una mayoría debe aceptar que su perspectiva vital es la miseria eterna, en pos de no perjudicar el bien mayor, a saber, de que Chile cuente con una sana macroeconomía, que ostentará en el concierto de países de la región, de la OCDE, y del mundo.
A estas alturas, irrumpe la incógnita acerca de cómo representa esta elite a esa mayoría de la ciudadanía sin expectativas dentro de su modelo económico. ¿Qué creen que son? Definitivamente no sus iguales, ni sus congéneres, ni sus compatriotas. En tal contexto, se entienden las mesas de trabajo que sufrimos gobierno tras gobierno para definir “alzas de un sueldo mínimo”, con cifras de hambre dignas del humor negro.
En esta falta de perspectivas de la mayoría, qué interés puede tener la ciudadanía en las medidas de políticas económicas del Banco Central, sean estas expansivas (las aplicadas hace 16 meses) o contractivas (aplicadas en los últimos 45 días, con una triplicación de la tasa de interés de referencia, para la operación de la banca). Según los expertos que venimos escuchando, tales medidas “preventivas” son un “llamado de atención” a Piñera, que está osando atender la crisis económica de las mayorías por las cuarentenas del Covid 19, colocando en marcha la entrega de un Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), aumentando innecesariamente el gasto fiscal.
Para los expertos, lo que hemos descrito es muy incidente en esta amenaza inflacionaria y no la “sana competencia de precios” la que de ningún modo podríamos caracterizar como especulación de precios. Porque si fuera el caso, nos dicen, ellos cuentan con medidas para castigar precios abusivos. Si tales afirmaciones, fuera de la realidad, no causaran tanto dolor y desmoralización, podrían sacarnos una sonrisa socarrona.
Entonces, si les entendemos bien, por el aumento de la cantidad de dinero que hoy cuenta la ciudadanía, se está provocando que aumente la demanda de productos y ello lleva mecánicamente, por “las leyes económicas” (que son de la misma cualidad que las leyes naturales) a que aumenten los precios de la mayor parte de los productos de la canasta familiar (productos que más consumen las familias, incluyendo alimentos, transporte, vestimenta, salud, educación y otros).
Si ante esta descripción, y fruto de nuestra ignorancia, consultáramos sobre la posibilidad de fijar una banda de precios máximos de estos productos de la canasta familiar, para prevenir que quienes venden estos productos y servicios no puedan especular con los precios, obteniendo sobreutilidades a costa de sus “clientes”, escucharemos un fuerte grito destemplado, pero profundamente experto, que nos dirá que esa es la respuesta de irresponsables y populistas que ocasionaría como consecuencia inmediata la escasez (seguramente la gente comerá bastante más platos de comida que los habituales, tomará muchas más veces de lo necesario el metro, buses o colectivos, tal vez usen taxi, usarán doble camisa y pantalón, incluso concreten su visita postergada al médico, quizás atiendan caries de dientes y muelas, y varias excentricidades más como estas). Y luego, continuarán, surgirá el acaparamiento de los bienes cuyos precios han sido fijados, surgiendo el problema del mercado negro. Existiendo precios artificialmente bajos y un incentivo a la demanda desproporcionada, surge un incentivo perverso para que ciertos oportunistas compren los productos a bajo precio y los revendan al precio que ellos deseen (no se equivoque el lector desprevenido creyendo que los expertos aluden a la bullada colusión de las farmacias, de los productores de pollo faenado, del papel tissue sanitario, etc.; aclaremos que no es así).
Resumiendo, cero posibilidades para las mayorías dentro de este modelo. O se resignan a su “naturaleza de pobres eternos”, o si logran a través de la presión y movilización, mejoras en sus ingresos, tendrán que asumir la inflación o la hiperinflación, el desabastecimiento (colas para comprar) y el sobre precio en el mercado negro. Todo por apoyar populismos que desatienden la macroeconomía.
Nos dicen que los expertos nos acusan de colocar en su boca contenidos inexactos y mal intencionados, ya que su modelo sí tiene un acceso para que las mayorías alcancen los beneficios y las bonanzas de ingresos dignos, y que la clave es simple: formación superior, técnica y profesional, lo que hará la diferencia en nuestra “diversificada economía”, que como caracterizara Cayuqueo, gran intelectual mapuche, se basa en la venta de piedras, palos y pescados. No necesitamos discutir este punto, la situación de cientos de miles de jóvenes, primeras generaciones de su clase, que, siguiendo esa clave tan simple, hoy están mayoritariamente endeudados, y quienes no, están cesantes, se encuentran laborando en oficios mal pagados, muy lejanos a lo que reza su diploma.
Finalizando, quiero agradecer el esclarecimiento de los expertos economistas del país. Y también, a nuestro pueblo, que avanza en el descreimiento acerca de que la institucionalidad tiene algún interés en resolver sus necesidades, y que no busca el mantenimiento y proyección de los privilegios de la elite, y paralelamente, levanta una nueva esperanza y reconocimiento fundamental en la organización ciudadana y sus múltiples, diversas y distintas actividades de protesta, inspirando una naciente creencia en que el cambio es posible, rechazando verdades absolutas, con una energía gregaria que pulsa la necesaria acción transformadora por un nuevo Chile.