La desaparición del segundo lago más grande de Bolivia cambió el ecosistema, también la economía y los modos de vida de cientos de indígenas del pueblo Uru, que vivió junto al Poopó incluso desde antes del Imperio inca. ¿Cómo perciben su futuro?
«Cuando se fue el lago, me volvía a mi casa arrastrando mi bote. Pero la comunidad estaba muy lejos. Así que lo dejé ahí, le dije: ‘Botecito: cuando vuelva el agua te voy a reparar y otra vez vamos a pescar karachis y cazar pariguanas’. Y ya nunca más lo vi», se lamentó Abdón Choque Flores, un joven del pueblo Uru, que ancestralmente vivió junto al lago Poopó, en el departamento de Oruro. Era el segundo más grande de Bolivia, pero acaba de secarse.
Para contar la historia del lago Poopó es necesario empezar por la del Tauca: el paleolago que ocupó lo que hoy son los departamentos de Oruro y Potosí. Tuvo su máxima extensión hace 16.000 años, pero 2.000 más tarde se había secado. De su paso por el Altiplano hoy quedan el lago Uru Uru, junto a la ciudad de Oruro —233 kilómetros al sur de La Paz—, los salares de Coipasa, de Uyuni. Y el desaparecido Poopó.
La actividad humana también puso su parte para eliminar el lago. Varios de los ríos que lo alimentaban fueron desviados para llenar campos de cultivo o para que beba el ganado. En paralelo, la actividad minera en la región andina contamina todos los recorridos fluviales.
Por si fuera poco, está el cambio climático. La humedad que generan los árboles de la Amazonía chocaba con las montañas frías de los Andes y generaban lluvia. Pero la deforestación provoca que no haya humedad, entonces no hay precipitaciones y los lagos se secan.
Los urus
El pueblo Uru es uno de los más antiguos de Sudamérica. Aunque no está determinada su fecha de llegada, se sabe que son anteriores a los pueblos quechua, aymara, incluso a los incas. Hay varias versiones: que vienen de la Polinesia, que son una fracción del pueblo Huarpe, de la actual Argentina, o —quizás la más razonable— que llegaron de la Amazonía.
Durante cientos de años vivieron en el lago, en una relación armónica y equilibrada. Los urus son pescadores y cazadores. Cuando había agua, crecían las totoras, una planta acuática con la cual construían balsas, sombreros y varios elementos de uso diario.
Cuando había agua la zona estaba repleta de aves, que ponían huevos esenciales para la dieta de este pueblo, que también tiene comunidades en Perú y en Chile. En Bolivia, quedan tres poblaciones. Una de ellas es Puñaka.
«Para cazar hay que ser un atleta», contó Choque Flores. Atrapar las pesadas aves del lago exigía meterse en el agua hasta la cintura y correr tras ellas durante dos kilómetros. Hasta que se cansaban y se dejaban agarrar.
El joven, de 23 años, estaba sin dormir. Fiel al estilo uru, se pasó toda la noche junto al río Desaguadero, distante a una hora en moto de su comunidad. Volvió con una mochila repleta de karachis y con una pariguana, que es como se llama al flamenco andino.
Choque contó que atraparlas es fácil. Solamente hay que alumbrarles con la linterna a la cara y se quedan inmóviles. Tata Rufino, padre de Abdón y alcalde comunal de Puñaka, comentó que la carne de esa ave es similar a la de pollo. Además, extraen su grasa para usarlas en tratamientos contra el reumatismo. Y utilizan sus plumas rosáceas para tramar vestimentas.
En Puñaka, los Choque cuentan con un museo de aves del lago, que tienen disecadas. Durante el recorrido, Abdón contó que muchas de ellas ya no están. Se mudaron a un sitio con agua, la mayoría al lago Titicaca, en La Paz.
Cementerio de botes
«He crecido aquí desde pequeño, desde mis seis años. El lago era nuestra fuente de trabajo. Era muy lindo venir con mis tíos, mis primos, a pescar por este lugar», contó Abdón. El sitio, que puede ser cualquier otro en medio del otrora lago, es perfectamente reconocible para él. Hasta este punto condujo su moto durante una hora desde Puñaka, para mostrar el blanco cementerio de botes.
«Ver que año tras año se iba secando… Lamentablemente duele», dijo el joven. Ancestralmente, los urus vivieron de la caza y de la pesca. Sin el lago, su cultura peligra. «Era nuestra fuente de trabajo. Pero viendo esta situación nos da tristeza. No tenemos trabajo ni adónde ir», agregó.
Años atrás, en ese mismo sitio había cuatro metros de agua. «En este lugar donde estamos sabíamos pescar pejerreyes, karachi. Pero ahora no se puede, solo es tierra donde podemos pisar. Es doloroso», aseguró.
«Abuelo tras abuelo, hijos, nietos: todos hemos sido cazador-pescador. Pero ahora que no hay lago, buscamos otras alternativas para poder trabajar. Eso sí: sin dejar de lado nuestra historia, que está aquí», dijo sobre el recién inaugurado desierto salitroso.
Invariablemente, si se conversa con cualquier uru no pasará mucho tiempo hasta que comience a quejarse de sus vecinos, los aymaras. Se sienten invadidos por las comunidades cercanas de este pueblo, mayoritario en el Altiplano.
«Los urus hemos venido del lago y este lago es también nuestro territorio. Pero ahicito están los aymaras, los quechuas, que se quieren adueñar del lago aunque esté seco, porque es tierra también», evidenció Abdón. Y comentó que entre los urus existe el plan de hacer ladrillos con la greda disponible en ciertos sectores de donde estaba el agua.
También participa de un emprendimiento de turismo comunitario en esta zona. Pero la pandemia de COVID-19 y el cierre de las fronteras afectaron a este sector en todo el mundo.
Ríos cortados, lago seco
«Este era el segundo lago de Bolivia. Pero las autoridades departamentales y municipales no hacen nada. También está el efecto de los riegos: se cortan los ríos para dar a los cultivos y al ganado. Entonces el lago Poopó ¿en qué queda?», dijo el joven del pueblo Uru.
En la zona del lago persisten tres comunidades uru: Puñaka en el municipio Poopó, Villa Ñeque en el municipio de Challapata y Llapallapani, en Huari. La falta de agua, por consiguiente de futuro, obligó a cientos de jóvenes de estas poblaciones a emigrar a las ciudades o a centros mineros.
«Por trabajar vamos a donde sea. Vamos a otros departamentos, así la cultura se va dejando. De tanta población que éramos los urus, la gente se ha ido y ya no vuelve», dijo Choque Flores.
Pero él no quiere irse: «Siempre he sido de aquí y no quiero dejar. Mi meta es dar trabajo aquí en la comunidad para los urus. Tener un circuito turístico, que los urus vendan sus productos de aquí», se esperanzó el joven.
Aunque la realidad es bastante más dura y muchos de estos formidables cazadores-pescadores terminan trabajando en las minas, que abundan en esta zona.
«De los campos se han ido a los centros mineros, tanto urus como aymaras. Ven que en la minería ganan más rápido, pero es un trabajo explotador», consideró Abdón.
Además, «la minería dura un tiempo. Se acaba el metal y ahí la dejan, también contaminan al lago Poopó», fundamentalmente al Desaguadero, que fuera su principal afluente. De este mismo río Abdón había traído los peces y la pariguana de la mañana. Por consiguiente, los karachi estaban también contaminados. Pero sea como sea, hay que alimentarse.
Cortesía de Sebastián Ochoa Sputnik
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