Olas de calor, inundaciones y sequías, mares que suben de nivel, mientras los polos se derriten y las especies pagan con su vida. Ya no es teórico, es visible y aunque todos dicen que les importa, pocos hacen algo para frenar la catástrofe. Paradójicamente, varios hablan del “cambio climático”, evento que suena menos intimidante que a la crisis que conlleva el calentamiento global.
Algunos reclaman que no pueden increpar a los culpables. No es un familiar y su chimenea, sería la agricultura, la minería o quizás las generadoras eléctricas. Es China, India y Estados Unidos, que en medio de discusiones bizantinas suman márgenes a las emisiones, porfiando en inexistentes derechos morales y saturando la industrialización. Recientemente, el Panel de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU, responsabilizó a la humanidad por el calentamiento global; ya no hay discusión que valga, el planeta aumentará en 1.5ºC su temperatura promedio, llevando al límite a los seres de la Tierra.
Es tiempo de llamar las cosas por su nombre. Basta de hablar de cambio climático, porque esta es la peor crisis que vino a poner en riesgo a la especie. El calentamiento global y la consiguiente “emergencia climática” -como siempre debimos llamarle- nos sitúa hoy en un momento límite.
Esta es la hora de la verdad. Somos nosotros los que estamos en riesgo de perder lo que más nos importa y apreciamos. Pues, más temprano que tarde, dejarán de ser los osos polares del Ártico y será la misma escena en la que nuestros hijos y su descendencia, dejarán la Tierra ante la angustia de no haber hecho nada cuando aún había tiempo.
Felipe Palma
Docente Escuela de Comunicaciones
Universidad de Las Américas