Por Flor Coca Santillana
El corazón humano guarda muchos secretos, muchos de ellos se van a la tumba con quienes los guardan. Es por eso por lo que se escriben muchas historias y un buen número de ellas, tienen que ver con la vida de los autores. El hombre del que hablaremos hoy tenía una extraordinaria sensibilidad, pero nunca llegó a tener el amor de las personas a quienes amó.
Hans Christian Andersen nació en Dinamarca, en el pueblo de Odense, en la isla de Fionia en el lejano 1805, un 2 de abril. Fue el hijo de una familia muy pobre, al grado de que algunas veces tuvo que dormir en la calle y pedir limosna. Su padre era un muy pobre zapatero y cuando el cumple 11 años, quién le contaba historias y dejaba volar su imaginación junto a su hijo, muere. No era un hombre instruido, como tampoco lo fue Hans, quien dejó la escuela al morir su padre. El sueño del niño era convertirse en cantante y actor. Para lograrlo, toma camino a la capital, Copenhague para hacer realidad su sueño. Tenía entonces 14 años. Su ilusión de ser actor y cantante no se cumplió, sin embargo, encontró en el camino a personas que se hicieron cargo de su educación, como Jonas Collin, director del Teatro Real de Copenhague. Entonces Hans Christian comienza a escribir y sí, sería un gran escritor, aunque aún no lo sabía.
Su primer poema es un niño moribundo. Escribe teatro y después de regresar de un viaje por Italia, su primera novela; El Improvisador, en la que su personaje principal Antonio, sufre de las mismas penalidades que Andersen en su niñez y su juventud. Pobre, rechazado por las mujeres, soñando con el éxito que le predice una vieja gitana, llegará.
Hans seguía escribiendo novelas cortas, poemas y obras de teatro, y aunque ya era un escritor reconocido, no cosechaba el éxito que había pensado tendrían sus obras. Andersen era un viajero incansable, decía: “viajar es vivir” y después de algunos de esos viajes escribía libros fascinantes sobre ellos, por ejemplo: el bazar de un poeta que se conoce después de un largo viaje por varios países, entre ellos Italia, Grecia y Constantinopla. Este libro ha sido considerado como uno de sus mejores escritos.
Aunque era un escritor reconocido, su vida estaba llena de soledad. Él intentó relacionarse amorosamente con algunas mujeres, solo una tuvo un romance con él, que terminó debido a que ella estaba comprometida con otro hombre y Andersen no quiso involucrarse más con Riborg Voigt, como se llamaba ella. También se enamoró de algunos hombres, uno de ellos hijo de su benefactor, el joven Edvard Colin, a quien escribió “Languidezco por ti como por una joven calabresa… mis sentimientos por ti son como los de una mujer. La feminidad de mi naturaleza y nuestra amistad deben permanecer en secreto”. Edvar no acepta esa relación, pero fue uno de sus mejores amigos durante su vida. En su diario, que contenía sus pensamientos se puede leer una súplica a Dios para que la vida no siga como hasta ahora y encuentre compañía: “Todopoderoso Dios, tú eres lo único que tengo, tú que gobiernas mi sino, ¡debo rendirme a ti! ¡Dame una forma de vida! ¡Dame una novia! ¡Mi sangre quiere amor, como lo quiere mi corazón!”. Ese era uno de los deseos más fervientes del escritor.
Hacia 1857, Hans conoce en un viaje que realiza a Paría a un bailarín del Teatro Real de Copenhague, llamado Harald Sharff, con el que inicia una relación amorosa en 1861, que duró casi dos años y que dejó deprimido y solitario nuevamente al escritor al terminar dos años después. Sin duda era un gran escritor, pero su obra por la que ha sido reconocido mundialmente, son los cuentos para niños.
El patito feo, en el que se reflejan los sentimientos de quien no se sentía un hombre apuesto. La tristeza del patito, que no lo era y que por ser diferente es despreciado por quienes están cerca de él. La vendedora de cerillas, dedicada a su madre, quien, de niña al igual que Hans, pedía limosna en las calles.
La hermosa y trágica historia de la sirenita que por amor es capaz de soportar el mayor dolor y acaba integrándose al mar y al cielo espiritualmente, para siempre.
O la hermosa historia del ruiseñor que es llevado al jardín del emperador para diariamente embelesarlo con su canto y que tiempo después es sustituido por un pájaro de cuerda que con el paso del tiempo deja de servir, y al ver la tristeza del emperador, el ruiseñor regresa para curarla y nuevamente entonar sus cantos.
La historia del soldadito de plomo, a quien le falta una pierna, y que después de una serie de aventuras al caer hacia la calle, regresa en la panza de un pescado a la casa en la que vivía el dueño del regimiento. El soldado de plomo vuelve a ver a la bailarina de la que se había enamorado. Juntos caen a la chimenea y al otro día, en las cenizas, solo se encuentran un corazón de plomo y una rosa de lentejuela.
Son estos los cuentos de uno de los escritores más reconocidos en todo el mundo y del que en varios países existen monumentos recordándolo. No sabremos por qué, pero al morir Hans Christian Andersen el 4 de agosto de 1875, después de una caída que lo dañó seriamente, tenía entre sus manos una carta que le escribió Riborg Voigt, la única mujer que con la que vivió amorosamente.
Murió, pero no estaba solo, lo acompañaban el patito feo, el ruiseñor cantando y un corazón de plomo junto a su cama.
Otoño de 2021