«La autonomía no será el paraíso… pero debe superar este infierno»

Escrito del historiador mapuche, docente e investigador, Pablo Marimán Quemenado

«La autonomía no será el paraíso… pero debe superar este infierno»

Autor: Seguel Alfredo

Ver también presentación de Pablo Marimán: “Situación histórica y contemporánea del Wallmapu” (Inauguración año académico Escuela Superior Campesina – Curaco de Vélez).

Publicación del año 2013/2014, sin embargo, por sus contenidos, se encuentra plenamente vigente considerando los desafíos constituyentes en el presente.

LA AUTONOMÍA NO SERÁ EL PARAÍSO

PERO DEBE SUPERAR ESTE INFIERNO

Pablo Marimán Quemenado

Por estos tiempos se escucha mucho hablar sobre autodeterminación y autonomía. Es más, estos conceptos tienen sus respectivas definiciones desde lo académico, como desde lo político y lo social. Lo relevante, para mi, es que también los mapuche le damos sus significaciones y lo hemos puesto en circulación nacional desde ya hace unas décadas. Si tuviera que definirla diría que la autonomía no puede confundirse tan solo con una estructura de organización del poder, cuotas parlamentarias ni menos con un ministerio indígena.

La autonomía debe ser vivida, es decir, sentir que en el espacio donde estamos, criamos, laboramos, etc., están las condiciones para seguir existiendo de la manera que queremos (incidiendo y decidiendo), sin que nadie condicione esa existencia a la proyección de sus intereses mezquinos y egoístas, solo por tener mas dinero o poder, como sucede en Chile y la Argentina.

Si eso significa, en lo práctico, que exista un parlamento autónomo regional, tengamos cuotas en el parlamento nacional o nuestros propios consejos de autonomía territorial, bienvenido sea. Pero si el día de mañana vemos que esos mismos mecanismos se anquilosan y no representan nuestros intereses, sino tan solo la de quienes viven por esa estructura, entonces debemos superarlos de manera tal que el concepto, la autonomía, que puede ser un valor y a su vez una situación, vaya siempre en provecho de nuestra humanidad, entendida no en si misma, sino en relación a todo lo que la sostiene, como el territorio y la gente.

Considero que estas ideas están en tierra fértil especialmente porque se mantiene entre los mapuche un sector opuesto o cuestionador de la legitimidad de la autoridad winka, y no porque sean grupos anarcos o tribales como se nos ha estereotipado, sino porque han insistido en mantenerse en los patrones socio-económicos que su cultura e historia le han proporcionado, son soberanos alimentariamente. Como se dice, y con orgullo, “no somos apatronados”. En esa frase se resumen ideas y contrastes que es bueno poderlas comprender sin ánimos mesiánicos ni soberbios. Ese sector no es cualquier sector, ha sido insuflado como mantenedor de tradiciones culturales e idioma, pero creo que es estratégico –aún mutando su tradición e idioma-, pues son ellos quienes protagonizan y han protagonizado (en horario laboral, en los campos y ciudades desde antes como ahora) masivas y tácticas movilizaciones, que han dejado en jaque no tan solo a la represión policial, sino también a la iniciativa política de la autoridad winka.

Entonces, la autonomía no es solo una definición ni una declaración, ésta es también un sujeto (con necesidades, carencias y potencialidades) y un discurso (que justifica, explica sus visiones e intereses concretos). La existencia de estos dos elementos es fundamental. Creo que esto lo intuye transversalmente la clase política chilena, por eso vemos como a través de cada tipo de gobierno se incentivan las cooptaciones, el servilismo político y el asistencialismo, si es que no la exclusión más miserable. La gran intención ha sido sacar la base social a las autoridades mapuche, e imponerles otros representantes que hablen los códigos oficiales (decodifiquen y reproduzcan sus símbolos) y se muevan en sus lógicas (paradigmas de pobreza-desarrollo articulado en planes-programas-proyectos) siempre coloniales.

Encontrándome en Saskatchewan (Canadá) hace algún tiempo, visité universidades indígenas, así como sus gobiernos locales y provinciales. Fue como llegar al futuro, si es que lo comparamos con la prehistoria política que vivimos en Chile. Comprendí que en ese país los tratados entre las primeras naciones con la Corona Británica, se hicieron efectivos al mantener autoridades, costumbres e idiomas, como también fueron burlados por los gobiernos canadienses posteriores y su acta india durante el siglo XX, especialmente al transgredir sus territorios[1]. Sin embargo, a pesar de aquello las comunidades indígenas de Norteamérica, y aquí involucro a los Estados Unidos, no han despegado de la manera colectiva que uno pudiera imaginar. Por más casinos, hoteles o fondos de desarrollo, igual mantienen altos índices de vulnerabilidad socio-económica, así como violencia intrafamiliar, consumo de alcohol y drogas, y un alto porcentaje de población penal. En fin, lo que quiero decir es que existiendo políticas y fondos que atienden las necesidades indígenas, hay ciertas cuestiones de tipo estructural que no necesariamente se transforman de la noche a la mañana. A decir de algunos de ellos, hay una dimensión espiritual que no se repara con más bienes o con más participación política[2].

Es cierto, los mapuche no podemos compararnos con los Blackfoot, ni los Cree, tampoco podemos igualar una situación colonial con otra (la realidad norteamericana con la que vivimos en wallmapu, sea en Chile o Argentina). Lo que me interesa transmitir es que no debiéramos transformar en un paraíso nuestra utopía, la autonomía, ya que ésta de llegar, tendrá las cicatrices que deja la historia, así como un componente de tradición y modernidad que quién sabe cómo actuará, pero del cual ya podemos observar ciertos destellos.

La autonomía ante todo es una cuestión de poder, pero este –el poder- no es un asunto tan solo palaciego, sino que cultural y con esto quiero decir social, por lo tanto sistémico. Desde ya hace un tiempo, y entre gallos y medianoche, se están tirando los dados para ver que combinación en las relaciones de poder puede dar o alejar del espíritu de la autonomía. Quienes están en el poder estado, se dividen entre los que nos niegan la sal y el agua en esta materia y aquellos que comprenden que es mejor tenernos dentro que en la vereda de enfrente increpándolos. Considero que ambos extremos del lazo winka, están interesados en que nosotros continuemos subordinados (quizás con mejores condiciones políticas, aunque sean cosméticas) y alejemos todo impulso por reconstruirnos como nación, como sucede y es la consigna del movimiento indígena americano[3].

Para los mapuche, el tema del poder y las relaciones que engendra y reproduce, tiene múltiples expresiones. Desde unas bien siniestras hasta otras muy nobles[4] Esto hace que cada cual le asigne una connotación diferente al término autonomía y por extensión al de autodeterminación. Si son opuestas o complementarias estas expresiones depende del grado de conciencia y el estado de ánimo en que nos encontremos[5].

Me he dado cuenta que hay sujetos cuya vivencia o situación, así como su particular relación con las estructuras de poder los hacen creer que efectivamente compartiendo los controles de la estructura poder –sea en su dimensión local como nacional-, podrán establecer los cambios, de ahí sus interés por montar partidos algunos y engancharse en las coyunturas electorales, o bien de entenderse y hasta confundirse con los intereses del estado por otros (como funcionarios de gobierno o de organismos que implementan política pública, etc.). Para ellos la manifestación del poder, sus oficinas, estructuras, agentes, etc. son los objetivos de los cuales empoderarse.

Para otros el poder está en el dominio y control de los procesos económicos tanto propios (ganaderos, agrícolas, forestales, comerciales, etc.) como de los que operan sobre el territorio de manera privada como pública (qué y dónde invertir o no invertir). En este pensamiento la clave está en retomar y acrecentar la soberanía alimentaria de la que goza aún el pueblo mapuche, reafirmándolo como sujeto económico aún bajo relaciones capitalistas de producción. En muchos está la creencia en que una autonomía difícilmente se sostendrá si es que no tiene una base económica sólida y si bien hay normativas para que los estados plurinacionales destinen recursos para pagar los gobiernos autonómicos, un contexto de crisis política (guerra, dictadura, golpes) o cataclísmica (terre/maremotos, erupciones), no puede poner en aprietos a una sociedad porque desarmó una de sus partes, como la cabeza.

Como vemos, hoy hay mucho que hablar en cuanto a autonomía, las definiciones de apoco van dando lugar a sujetos políticos, sujetos económicos que desde sus particularidades nos ayudan a comprenderla y a prepararnos desde ya para ese momento, reconociendo de antemano la existencia de espacios con esas características que están circunscritos espacialmente por efectos del modelo económico o la represión política. Lo claro es que nadie nos puede negar ese derecho, menos ahora que el convenio nº 169 es ley de la república y sobre nosotros operan los derechos que las Naciones Unidas (ONU) atribuyen a los pueblos indígenas de todo el Mundo. Esa es la norma, ese es el estado de derecho. En nosotros, nuestra juventud y las generaciones venideras, deben estar también las capacidades para dar salida a los inconvenientes que genere la convivencia regulada por un estado de derecho no colonial, sino autonómico y libredeterminista.


[1] Un aspecto muy relevante de la relación de ellos con el estado y el mundo privado -y que contrasta con nuestra realidad-, es que al ser sus territorios reconocidos tanto en propiedad como en uso, las empresas que se proponen hacer megaproyectos, luego y si es que se las acepta, deben dejar sobre el 50% de sus utilidades para las comunidades locales. Esto es inconcebible para el empresariado chilensis que actúa como sus antepasados encomenderos, creyéndose dueños de hacer y deshacer no sólo con los recursos naturales, sino también con la población.

[2] Los casinos y hoteles que conocimos si bien estaban bajo control de las bandas (denominación homologable a comunidad), eran sólo algunas familias las que se lucraban, mientras otras quedaban fuera de la distribución de la riqueza. Debe haber existido más de alguna explicación al caso concreto que observé, pero por otro lado algo me dice que al ser parte de la humanidad también portamos sus “pifias”. Una relación estrictamente de negocios (capitalista), termina tarde o temprano descomponiendo al grupo inicial que no proviene de esa tradición. Si eso pasa en países “ricos” en que el sistema democrático no se ha visto interrumpido, que queda para países como estos en los que “fuimos a caer” que más parecen fundos con oligarquías chupasangre de sus pueblos y serviles al orden mundial hegemonizado por criterios comerciales y financieros.

[3] El lector captará que incorporo en el bando winka al estado y la clase política, no menciono a la sociedad civil, pues hasta ahora no la veo tan nítida, menos beligerante al respecto de este tema. Más fácil seria decir que no existe, pero me traicionaría mi tiempo.

[4] Me recuerdo de un destacado líder que nos acusaba –entre bambalinas- ante los agentes de gobierno de Ricardo Lagos de obstaculizar el desempeño de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato. Me imagino a ese mismo sujeto el día de mañana con poder, desde el estado o en un parlamento autonómico, simplemente… ¡nos revienta! Esa actitud política tiene raíces históricas, sólo recuerden a destacados pulonko del siglo XIX que hicieron causa común con los invasores para sacar ventaja ante sus adversarios (de raza) políticos y económicos. A este tipo de liderazgos e intereses hay que controlarlos, por lo tanto, levantar estructuras asociadas a la autonomía o empoderar las que incubamos, no debe transformarse tan sólo en un acto de formalidad institucional (gobernabilidad), sino en un pacto que consagre una gobernanza que deposite en el pueblo (localidades, comunidades) la soberanía y en las particularidades territoriales en que este se organiza.

[5] Componen también el Movimiento Mapuche algunos que de seguro tienen una formación judeo-cristiana y/o estalinista, que creen portar la verdad, saber el camino y llegar a la salvación. Para ellos lo diferente –en materias tácticas o estratégicas y hasta identitaria- es malo y si está en su convencimiento y actitud, simplemente lo combaten con más ganas que enfrentar al enemigo. Imaginarme a estos grupos empoderados el día de mañana, me lleva sino a la Camboya de los jemeres rojos, al mesianismo evangélico que en América y en nuestros campos nos suprime e impone en la más absoluta impunidad.


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano