a Nelson Ronda, al pálido luto
Qué decir sobre los arabescos mediáticos de José Antonio Kast en los últimos días. Hay muchas cosas que decir. Por de pronto el líder del Partido Republicano ha sido mordaz en restituir el agotado «principio de autoridad» que ha envilecido a instituciones, elites y la casta política en general. Mediante un rudo expediente que entremezcla el flagelo de la plebe, y los padecimientos de los menesterosos, la operatoria se funda en administrar el terror el “porvenir pobre”. Y así, el miedo se centra en sostener que la ausencia de horizonte para los pobres es que “los otros sí gozan de un futuro posible”. El origen de la tragedia fue “Paz Ciudadana” (“años 90”) con ese clamor por territorializar los afectos del terror como un dispositivo prevalente, capaz de auscultar diversos dominios de afecciones bajo la modernización. Hoy la gestualidad de Kast asume la securitización del territorio, captura las emotividades del sentido común, y ahí reside la eventual gobernanza que el movimiento octubrista (2019) no pudo destituir. Y sin duda, hay lenguajes e imágenes -«sin fisuras»- a nombre del goce que provee el orden securitario. De un lado, la kastización de la política ha consistido en interpelar (ficcionar) a los sectores que rechazan nuestra inclemente modernización, pero que han profitado vorazmente de la misma durante casi tres decenios (progresismo) y, de otro, fustiga de cuando en vez, a los heraldos de la misma por cuanto han corrompido la probidad de las instituciones mediante el travestismo aliancista.En suma, frente al «decadentismo institucional» no basta con un tropel de indicadores. Todo ello en medio de una trama mordaz, digna de audiencias que degustan el placer de la jauría verbal. Y ello merced a las estocadas de un Kast incontinente, ácido y sin concesiones, a la hora de soltar dardos contra aquel populismo que habría desdibujado las bases doctrinales de la UDI. El actual fascismo capilar designa, pues, una técnica de poder orientada a la producción de identitarismos salvajes: el “migrante” versus el “nacionalismo”; “subversivos” versus “demócratas”; “chavistas versus libertarios”, “anómicos versus sistémicos”; “feministas versus familia”, entre otras dicotomías policiales.
Con todo el quid no es “solamente” que Kast se convierta en una amenaza Presidencial, aunque ello es cada vez más alarmante, sino la agraviante kastización de los contenidos retóricos, estéticos, visuales y las metáforas tánaticas del fascismo neolibeal. Por fin «modernización, orden y autoridad» es el lema del Partido Republicano. De paso, Kast ha sentenciado discretamente a las «élite de curules», cuestionando a los grupos de poder apotingados en oficinas y círculos elitarios. Y emulando un gesto que hace recordar el proyecto fundacional de la UDI popular -liderado por Jaime Guzmán- llama a ir a terreno. La consigna aquí es, “mientras ustedes discuten temas valóricos, yo estoy en Antofagasta y en la calle con su energía popular anti violencia”. En Lo Hormida, Maipú, Conchalí y en La Pintana. En los territorios anti-migrantes abandonados por una izquierda que vistió de técnica el programa de impunidad durante los años 90’.
En algún sentido Kast representa el final definitivo de la transición para la derecha de anhelos liberales y sus Think Tank anoréxicos. El líder de Republicano imputa frontalmente el pacto transicional restituyendo la autenticidad del «milagro chileno» cincelado en los años 80′, bajo las coordenadas genuinas del verdadero legado de Jaime Guzmán. Aquí el sujeto de marras deja off side a la derecha transitológica, la misma que lagrimeo con el final del Laguismo. En suma, ha sonado la campana de la última hora, y ya es inadmisible una transición para consumar cualquier política neoliberal. En medio del carnaval consumista Kast ha logrado generar un «efecto de identificación» con la cólera del «chileno medio» y la «rabia autoritaria» de la población que ha padecido los procesos inestables de la modernización y su presentismo agobiante. Sin duda, la Kastización de la política tiene una dimensión erotizante donde el «principio de autoridad» provee abundante placer sensorial al desamparado “mundo popular”. El discurso del kastismo sólo es posible cuando el goce de la «violencia institucionalizada» no da abasto para restituir una «figura de autoridad» frente a imaginarios narcotizantes. De allí que aparezca un Kast doloroso y gozoso ante la masificación del abuso. Una vez destruidas las leyes del obrar humano aparece un Dios sádico. Y ya lo sabemos: «sin autoridad no hay modernización posible».
Aquí irrumpe la parte masoquista del deseo: «¡Todos deseamos un Kast!». Y a no dudar; ¡Qué chileno endeudado o bajo la amenaza de Narcos en el vecindario no reclama su José Antonio! Por su parte un segmento de la izquierda siniestrada insistirá: Y qué Alemán endeudado con el capitalismo bancario no esperaba su Tercer Reich.
Hojarascas de la Calle Trizano
Temuco
Mauro Salazar J.
Investigador de la Universidad de la Frontera.
Observatorio de Comunicación Política (OBCS).
Doctorado de Comunicación UFRO/UACH.