Investigadores del departamento de Mejora Vegetal del Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea La Mayora de Málaga han creado un bioplástico obtenido a partir de residuos del tomate para recubrir el interior de productos no perecederos, como las latas de bebidas y conservas del maíz o el atún.
¿Sabías que cada año en España se producen alrededor de 60.000 toneladas de tomates? ¿Y que la industria conservera está obligada a desechar su piel en las conservas? Un día, preparando su tesis doctoral, Alejandro Heredia (actualmente el principal investigador del estudio de La Mayora), se puso a reflexionar sobre ello y pensó que esa gran cantidad de piel de tomate que se desperdiciaba podría ser utilizada para crear una especie de plástico, pero mucho más sostenible y biodegradable que el tradicional.
«Cambiamos un material que procede de una fuente de materia prima no renovable, procedente del petróleo, y la cambiamos por otra que sí es renovable y que además nadie utiliza. Esa resina interior lo que hace es evitar que el metal se corroa de la acidez de los alimentos» afirma Alejandro Heredia Investigador del grupo de Mejora Vegetal del Instituto La Mayora de Málaga
«Aunque parece que España produce mucho tomate, realmente no es tanto», afirma. Su consideración viene motivada por el consumo de plástico en el mundo: 350 millones de toneladas. «Estamos muy lejos de llegar a esa cifra», asegura Heredia, quien ve difícil poder competir actualmente con la demanda de plástico, que proviene del petróleo.
A pesar de ello, Heredia pensó que era una lástima desperdiciar tanto excedente de producto. «La piel del tomate es el envase natural del fruto, es el envase que ha creado la naturaleza para protegerlo. De hecho, la piel del tomate parece un plastiquito», sostiene. «Es impermeable, protege al tomate de los virus y de los rayos de sol que son demasiado nocivos». Fue entonces cuando pensaron en generar un bioplástico que fuera muy parecido al convencional pero emulando a la naturaleza.
«Se nos ocurrió lo de las latas porque se necesita muy poca cantidad de piel de tomate y se podría producir muchas latas para optimizar la cantidad de tomate que tenemos», explica José Alejandro Heredia, investigador responsable del estudio del bioplástico de tomate.
Heredia y su equipo utilizaron los desechos que «literalmente no quería nadie», para darles una segunda vida. En lugar de hacer bolsas, por ejemplo, decidieron producir envases que requirieran menos cantidad de piel de tomate pero que fueran funcionales y desde hace una década, el equipo de La Mayora está investigando la piel de tomate como bioplástico.
Una de las líneas de investigación en las que está centrado el equipo es en la sustitución del recubrimiento de las latas, como las de atún o maíz. Sin embargo, también desarrollan diferentes tecnologías para sustituir resinas más contaminantes, no solo con la piel del tomate, sino con otras como la cáscara del cacao, los residuos de la espinaca o la cáscara del arroz, entre otros.
La cáscara de cacao, otro bioplástico
El Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea La Mayora de Málaga fue quien introdujo por primera vez el cultivo del cacao en Europa. Normalmente, el árbol del cacao —que es originario de la Amazonía—, es una especie adaptada a climas tropicales. Para evitar los problemas causados por el frío en invierno en Europa, se cultiva en invernaderos. «Aunque en Málaga normalmente hace mucho calor, de vez en cuando bajamos de los 15º C y la planta sufre mucho», comenta Heredia entre risas.
Lo interesante del cacao es la semilla para poder producir chocolate. «Nosotros utilizamos la vaina, la cáscara de la mazorca del cacao con el fin de hacer bioplástico», explica. «La ventaja de la cáscara del cacao frente a la piel del tomate es que es mucho más rica en antioxidantes e impide el paso del oxígeno en el aire mucho mejor». Según explica Heredia, la cáscara de cacao hace que los alimentos duren más y neutralice el efecto del oxígeno del aire sobre la comida para que no se ponga rancia durante cierto tiempo. Este material sería especialmente útil en aquellas comidas que llevan lípidos, como grasas, aceites o mantequillas.
«Recubriendo las galletas por ejemplo, sería muy rentable», ejemplifica Heredia. «Por ahora en Málaga tenemos poco. Lo ideal sería utilizar esta tecnología en países donde sí que se produce mucho cacao como África o Latinoamérica».
Sus bioplásticos pueden sustituir al polietileno (lo que todos conocen como el film transparente de las cocinas). Aunque se trata de un material ventajoso por su resistencia e impermeabilidad, la desventaja es que se fabrica a raíz del petróleo y no se biodegrada. Acaba en el mar durante cientos de años. No obstante, sus materiales fabricados en el laboratorio tardan un mes en degradarse. «Una vez que acaban en el mar, ya no habría residuos», recalca.
A pesar de los numerosos avances en el terreno, Heredia cree que su aplicación comercial aún está lejos de llegar. «Mi laboratorio es chiquito y la industria del plástico a nivel mundial se produce a escalas enormes, de ahí la reducción del precio». Sin embargo, no pierde la esperanza. «Si esto se pensara a mayor escala con ingenieros, se podría llegar a tener algo competitivo, pero habría que invertir tiempo y recursos».