“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”
Antonio Gramsci
El populismo de Parisi parece igual o más nazi que el de Kast, en términos formales. Precisamente, al hacer una síntesis del contenido histórico de las ideas del fascismo, del tipo de emergencia que representa Parisi es más similar al nacional-socialismo histórico que José Antonio Kast (fascinación de las capas medias con un líder al que se le perdonan todas sus faltas; crítica destructiva y persistente del establishment, los partidos políticos y ciertas fuerzas ocultas como la masonería; desprecio absoluto por las normas de conducta democrática; suposición de un nuevo paraíso capitalista abierto por la mentalidad cuentacorrentista, etc.). Kast es un reaccionario católico. Representa la promesa de un soberano que viene a ordenar y recomponer la patria. Parisi no entra en ese esquema de nacionalismos añejos, y por eso representa una novedad, un arcano político que tiene rasgos siniestros—en el sentido de aquello que no reconocemos. Recurre menos a la pirotecnia mitológica del viejo Chile—“la historia del huaso tirándose a la china en la tranquera”, como decía Patricio Manns—y a la mentalidad de la fronda aristocrática, pero engancha con una retórica de los “ninguneados” que deben tomarse la escena política. Controla a sus votantes como acreedores, regulándolos.
Dos libros de Fernández de la Mora circularon con cierta intensidad en la dictadura: “La partitocracia” y “El crepúsculo de las ideologías”. El primero ofrecía una lectura de los partidos como “stasis”, promotores de la guerra, y por tanto dignos de ser eliminados; y el segundo hacía la gran Fukuyama varios años antes del fin de la historia. Sociedad postideológica y postpartitocrática, un perfecto sueño corporativo. Kast, conservador y reaccionario, puede rendir ese ideal y virar hacia el centro. Parisi puede convertirse en el árbitro neoliberal de las actuales elecciones, y ese poder sólo aumenta la fascinación que ha generado en capas de la población que quieren ascender, y olvidar la inestabilidad y el miedo. Circula como un deseo virtual de la chilenidad arribista: su casa en Estados Unidos es un museo del futuro que el esfuerzo individual del régimen capitalista podría producir.
Parisi no tiene conexiones con la derecha nacional tradicional, pero abraza un neoliberalismo ultraflexible y es directamente heredero del conservadurismo free-style de la era Trump. La obscenidad de su figura, deudor de alimentos y baneado por sexual harassment de una universidad gringa, consiste no sólo en ser un delincuente imputado, escondido de la justicia chilena en una mansión en Alabama—estado redneck por excelencia—sino también en su forma de describir enemigos, o inventarlos. Ha sido correctamente caracterizado por la psicoanalista chilena Constanza Michelson como el “candidato porno”. No hay duda de que el popurrí que magnifica como base social podría acurrucar todas las teorías conspiranoicas.
Emprende una lucha procaz contra los canales de televisión y una serie de fuerzas ocultas, que no se dejan ver, y que Parisi pone al descubierto. Su enfrentamiento estrafalario con la masonería—viejo enemigo del fascismo histórico—y el modo en que interactúa con su audiencia, dan cuenta de un peligro para la institucionalidad democrática tanto o más complejo que el representado por Kast.
Tratándolo con guante de seda, puede que se consigan sus votantes, pero él funciona muy a la Perón, diciendo que los votos son de él, y su gente lo sigue—es contemplado como una especie de dios financiero, que escribe el futuro desde un paraíso telemático. “Felices y forrados” son las Freikorps de un proyecto político que tiene mucho más attachment psicosocial y mucha más cohesión que el kastismo, que todavía huele demasiado a hacienda y “subordinación ascética” (Bengoa), Huasos Quincheros y racismo eugenésico. La viabilidad de Kast es ahora, la viabilidad de la vieja derecha. Una derecha que puede hacer transacciones. Lo más probable, por esa viabilidad institucional que sin embargo abre el camino del desaliento social y la desesperanza de los explotados, es que a Parisi le convenga un período presidencial del cristianismo reaccionario y la vieja derecha. El fascismo es algo más complicado que el pinochetismo y lo excede—puede incluso que no se haga en su nombre.
Cuando Parisi dice que no es político efectúa un elemento outsider que ha tenido efectos devastadores en la cultura democrática: baste con mencionar el caso de Javier Milei y el tono hitleriano con el que, casi echando fuego, condena al Estado en nombre de un nuevo anarcocapitalismo en Argentina. Parisi horada el rasgo autonómico de la ciudadanía porque establece un tipo de anclaje con sus audiencias, microproductores, emprendedores y tecnócratas de primera generación, un tipo de identificación ideal, un enganche de horda. Soy “profe”, no soy “político”, esconde un elemento que se asocia inconscientemente con su poder castrador—y por eso es votado mayoritariamente por hombres. Como profesor, ha sido acusado de abuso: Parisi es un ganador de la cultura falocéntrica. Al repetir su confrontación con los medios de comunicación de masas completa otros rasgos de la mentalidad fascista histórica—falta el componente antiliberal anti-woke que ha adquirido el conservadurismo norteamericano en la última década, y del que está probablemente enterado en la Alabama, donde alguna vez el Partido Comunista de los Estados Unidos poseyó una base social que hizo temblar a las autoridades sociales. Hoy Alabama es tierra de Parisi, el estado más conservador del imperio.
En todo caso este doble juego de la política reciente en Chile, entre estos dos nombres, Kast y Parisi, da cuenta de un tipo de trabazón social e institucional peligrosa. Mientras que Kast encarna lo que [Étienne] Balibar llamaba necesidad de la rebelión en el fascismo, es decir, la posibilidad de una violencia insólita contra el movimiento social, de una violencia en todo caso burguesa, de una venganza del pinochetismo contra el ascenso reciente de las fuerzas de izquierda y la ciudadanía movilizada en Chile, Parisi provee los elementos de una nueva ideología de las clases medias. Un fascismo lumpen nunca ha sido sustentable.
El universo electoral de Trump lo muestra: contrario a lo que se dice, son sectores medios, medios altos y la parte de la gran burguesía, los que se comprometieron en su atolladero antiliberal. El peligro coyuntural al que nos vemos enfrentados es el de legitimar a Parisi como el árbitro de la política chilena. El reaccionarismo proto-fascista de Kast le pavimenta el camino a un auténtico nazismo chileno, con un rey de Wall Street a su cabeza. Sus votantes no son las víctimas de un engaño, sino la fuerza activa de un movimiento de reocupación y saturación capitalista de la potencia democrática abierta en octubre. Persistir en esa potencia y en la necesidad de una izquierda de vocación anticapitalista, parecen cuestiones de primera necesidad.
Por Claudio Aguayo