La larga caminata bajo los rayos del sol ya desgastó la ropa de José Luis Valera López, quien, desde la noche del lunes, pisó territorio poblano para buscar el anhelado sueño americano. Tras pernoctar en las inmediaciones de la caseta de Amozoc, siguió el rumbo hasta encontrar un mejor lugar.
«De aquí (la ciudad de Puebla) para atrás ha sido una odisea horrible. Hemos tenido que lidiar con Migración, la Guardia Nacional y la policía. En la calle nos han visto como delincuentes, como bichos raros», dice el joven en una entrevista a El Ciudadano México, en la que pidió no grabar su rostro.
Han pasado 46 días y más de mil kilómetros, donde José Luis ha caminado con sus paisanos, amigos y personas a quienes les dice “familia”. Una maleta, mochilas escolares, carriolas y hasta bolsas negras sirven para cargar un par de cobijas para la temporada de invierno con dirección a la Ciudad de México.
La Caravana Migrante salió de Tapachula, Chiapas, y arribó el lunes al estado de Puebla. El contingente se dividió en tres grupos, que se instalaron en el Parque San José, la Iglesia de San Juan de los Lagos y en el Polideportivo de Xonaca. Mientras que, otros pasaron la noche en albergues que habilitó la Arquidiócesis de Puebla.
En medio de casas de campaña, cobijas y cartones, los migrantes vieron la luz del sol y con ella la señal idónea para partir. Mientras se entretenían con la vista del Popocatépetl, como si quisieran guardar esa postal en su mente, algunas personas se acercaron para ofrecerles de comer, ropa y botellas de agua.
Miedo al retén
Lo que en un inicio fue señal de alarma, ante el miedo de ser detenidos y deportados, se convirtió en sonrisas y suspiros. Los oficiales les indicaron que serían trasladados a la autopista, a la altura de La María, sólo tenían que abordar de manera ordenada y esperando su turno para salir.
Alguien que ha esperado más de un mes en la incertidumbre, puede esperar cinco minutos más para poder aliviar un poco su andar y quitar el peso que llevan a cuestas.
Los motivos por los que deciden dejar sus países de origen son multifactoriales; sin embargo, las causas en las que varios coinciden son: violencia, inseguridad, la falta de oportunidad laboral, pobreza, y sobre todo la búsqueda de un mejor futuro para ellos y sus familias.
“Nos salimos porque tenemos ganas de venir, nosotros teníamos una casa, pero ahora es un desierto”, lamentó José Luis mientras se formaba para poder abordar el tercer vehículo.
En su espera, comentó que, a diferencia de Puebla, en otros estados la suerte no les sonrió de la misma forma. Algunos migrantes han estado por más de dos años en Tapachula esperando tener la documentación que les permita quedarse en el país o avanzar sin ser deportados.
Además, durante su paso por el poblado de la Tinaja, Veracruz, fueron víctimas de agresión por parte de las autoridades, pues justifica el miedo que tienen al escuchar una sirena o ver a algún uniformado.
“En Veracruz nos empezaron a cazar. Nos ofrecieron una visa humanitaria que no servía, a los que aceptaron, a los tres días los detenían y deportaban. Anoche la Guardia Nacional atacó a un grupo de mujeres y niños, ellos se quedaron. Esperamos que lleguen al punto de reunión”, comentó con la voz entrecortada al pensar por un instante en quienes, tal vez, no podrán seguir caminando a su lado.
En el lugar también se encontraban visitadores de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla (CDH) para cuidar que, en todo momento, se respetara su integridad. Verónica Polaco Flores, segunda visitadora general de la CDH, señaló que el organismo cuenta con un programa llamado «Atención a Migrantes», mismo que se implementó desde el día domingo.
Nadie viene a quitarles nada
Del otro lado del parque, Leslie Mejía alistó a sus niños y acomodó algunos juguetes en una mochila diminuta. En su carriola verde tiene algunos pañales y un par de biberones. Con un embarazo de cuatro meses, la caminata se vuelve cada día más difícil, pero con el apoyo de su esposo sabe que podrá seguir “hasta dónde Dios les permita llegar”.
Sus pequeños, de dos y siete años, juegan un poco y observan con intriga a los policías, luego de un par de minutos vuelven con sus padres y esperan en familia su turno para abordar alguna camioneta.
Con tristeza, Leslie Mejía reveló que el personal del Instituto Nacional de Migración los ha tratado mal, pero lo que más les afecta son las personas que no entienden los motivos que los orillan a buscar una oportunidad en Estados Unidos.
“No queremos ofenderlos, nadie viene a quitarles nada, sólo pedimos que nos apoyen. Sólo venimos de paso. Duele que nos hagan gestos, que nos traten mal. No tenemos más que la esperanza de llegar, y ni siquiera sabemos si estaremos mejor”, pidió Leslie mientras ayudaba a su esposo a subir la carriola a la camioneta. Con preocupación les ruega a los oficiales no detenerlos y con la mano en el corazón espera que cumplan con la promesa de apoyarlos en su viaje.
Foto: Humberto Aguirre