Al odio momio se le llamaba fascismo, nazismo o franquismo y se define, hasta nuestros días, por el brutal anti comunismo y racismo; ese odio se tradujo, históricamente, en la aniquilación de sus enemigos. La hiel de la derecha fascista chilena se ha vuelto manifiesta en la persona del primer Presidente de derecha, elegido después del retorno a la democracia.
En el entierro de Odlanier Mena, los pinochetistas le gritaban “gusano, democratacristiano” a Piñera; otros se querellan contra él acusándolo de torturador psicológico contra unos “militares honorables” y que nunca han atentado contra nadie, “verdaderos padres de la patria”; tampoco falta quien lo salpique con la sangre del Odlalier Mena, a causa de su suicidio. En la iglesia de Santa Helena asistimos a un verdadero carnaval representado en la forma en que la derecha aborrece a quienes considera traidores a sus convicciones e intereses.
Desgraciadamente, los demócratas suelen olvidar que el odio de la derecha no se extingue sino hasta la extinción de sus enemigos: no en vano tuvimos que pasar por 17 años de tiranía para saber que los grafitis que decían “Yacarta viene, el único comunista bueno es el comunista muerto”, eslóganes que se aplicarían de manera tan cruel y sanguinaria que ninguna imaginación podría entrever. Poco aprendimos los ciudadanos del asesinato de Hernán Mery – cruelmente masacrado durante la expropiación de un fundo, en el proceso de la Reforma Agraria – también, muy rápido se nos olvidó que la “hazaña” derechista, que pudo llegar al asesinato del comandante en jefe del Ejército, René Schneider, para provocar un golpe de Estado en ciernes, a fin de evitar que Salvador Allende asumiera el mando de la nación.
A pesar de la historia de masacres contra distintos movimientos sociales, aún no nos damos cuenta cabal de lo que es capaz el odio de los momios, sobre todo, cuando ven en peligro la sacrosanta propiedad privada y la hegemonía del poder político y económico que detentan.
El personaje Piñera es muy impredecible: un hábil especulador, cuyos manejos, a veces, eran geniales – por ejemplo, fue el principal accionista de LAN y de Colo Colo que, en su tiempo daba muy buenos rendimientos, pero apenas vendió las acciones, muy a su pesar, ambas empresas, actualmente están en crisis, (Colo Colo en una virtual “guerra civil”) -, en la mezcla entre el dinero y la política, nuestro Mandatario es de una amoralidad virginal.
Sebastián Piñera, si bien es brillante en las finanzas personales, tiene muy poco olfato político: es un democratacristiano de tomo y lomo, muy mal ubicado en la fascista derecha chilena, cuya mayoría es seguidora – y aún añora – de los “éxitos” de la dictadura cívico-militar. Sus sueños de una derecha liberal sólo representan a una ínfima minoría de la derecha chilena, por consiguiente, siempre va a ser “el patito feo” entre sus fuerzas de apoyo.
Rodrigo Hinzpeter, dilecto amigo de Piñera, dio en el clavo al definir la debilidad ética de la derecha en el inconmensurable amor al tirano Pinochet y a la dictadura. En el fondo, el liberal ministro de Defensa intenta colocar una barrera entre la derecha fascista dictatorial y la supuesta utopía de una derecha democrática y liberal, a la cual él adhiere. Sus expresiones acerca de “la debilidad ética” de su sector, por lógica, han suscitado una seguidilla de ataques hasta tal punto de que la directiva de Renovación Nacional emitiera un comunicado, reclamando ante La Moneda por los dichos del ministro, militante de su Partido.
El Presidente de la República – a quien se le atribuye “los maquiavélicos propósitos de reelección”, en 2017, con las expresiones hirientes para la mayoría de la derecha, “los cómplices pasivos”, algunos de ellos funcionarios de su gobierno – y, posteriormente, las frases de “delincuentes y criminales” para los sabios gerontes, albergados en la Colonia de Vacaciones Cordillera, han provocado una verdadera “guerra civil” que, por el momento, la única víctima es la pésima candidata Evelyn Matthei quien, de seguro, podría llegar en tercer lugar en las próximas elecciones presidenciales.
No creo que la derecha dictatorial de los Büchi, de los Novoa, de Larraín Peña y de otros, desaparezcan de la historia o que sean absorbidos por una supuesta derecha democrática. Este país anormal ha sido, es y será un semillero de fascistas y nazis mientras no ocurra, como en Alemania, donde se aplican leyes que los proscriben políticamente e impiden su difusión.
La única derecha democrática que pudiera existir en Chile sería la alianza entre ínfimos sectores liberales de Renovación Nacional con los sectores más de derecha de la Democracia Cristiana y que proclamaran, como su candidato, (2018-2022), al mismísimo Sebastián Piñera, ¡el sueño de pibe!, pero tendrían que darse varias condiciones copulativas: 1) que se desfondara el eventual gobierno de la “Nueva Pillería”; 2) que se aprobara una nueva ley electoral que instaurara el sistema proporcional; 3) que se prohibieran los pactos entre los Partidos; 4) que se redujera, a su mínima expresión, el partido dictatorial de la UDI.
Si la Democracia Cristiana representara a la derecha, el escenario político chileno se homologaría más al europeo, abriendo una posibilidad de alianza con los socialistas-neoliberales – tan como ocurre en Alemania – dando paso a gobiernos que garanticen la permanencia de un capitalismo neoliberal.
La imagen de “las señoras” que dicen formar parte de la familia militar, nos recuerda el resentimiento y odio que anida la derecha cívico-militar en su corazón, y que unida a la fuerza de las armas de algunos de los “los valientes soldados”, sólo conduce a propiciar aventuras fascistas, al menos en la mente del desconformado cerebral.
Por Rafael Luis Gumucio Rivas