Por Felipe Portales
Roberto Garretón ha partido; pero nos ha dejado un gran ejemplo, sobre todo para las nuevas generaciones que tienen tan pocos referentes éticos con quienes sentirse estimulados para desarrollar sus nobles vocaciones. Roberto fue, sin duda, un abogado y político (en el profundo sentido de la expresión) de una valentía y eficacia notables; pero, sobre todo, un cristiano que practicó con una consecuencia pocas veces vista las enseñanzas del Sermón de la Montaña: la búsqueda de la verdad y la justicia con total radicalidad y sin importar los sacrificios que ello podría causarle.
Y estamos hablando de asumir ¡en todos los aciagos años de la dictadura! la defensa “en primera línea” de las decenas o centenares de miles de personas perseguidas directamente por el terror del régimen. Su labor en el Comité pro Paz y luego en la Vicaría de la Solidaridad –que compartió con muchos otros profesionales y funcionarios- fue de un valor incalculable. Particularmente las defensas ante los criminales consejos de guerra de comienzos de la dictadura (¡justificados explícitamente por un diputado de derecha recientemente electo!); la asistencia para la protección o el asilo de miles de personas amenazadas o perseguidas, particularmente en los primeros años del régimen; la presentación de innumerables recursos de amparo, vergonzosa y sistemáticamente rechazados por nuestros tribunales de “justicia”; y la elaboración de documentos para que el cardenal Silva Henríquez y buena parte de los obispos y altos dignatarios de otras iglesias pudiesen luchar con la mayor y más rigurosa información posible en favor de los derechos humanos tan gravemente vulnerados, y también para que la comunidad internacional pudiese desarrollar efectivamente su solidaridad con el pueblo chileno.
¿Cuántos chilenos y chilenas deberán su vida, su integridad física, su seguridad personal, su satisfacción de necesidades básicas y su acompañamiento sicológico y espiritual a la labor que prodigó el Comité y la Vicaría; y en que tanta importancia tuvo la permanente acción de Roberto Garretón? También, por cierto, la Vicaría desempeñó un gran papel de acogida de las agrupaciones de familiares de las víctimas, particularmente de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Y se constituyó en un referente moral indiscutible para el conjunto de la sociedad chilena, más allá de las creencias religiosas o filosóficas de cada cual.
Posteriormente, gracias a la total confianza depositada en él por Patricio Aylwin, Roberto Garretón dirigió, entre 1990 y 1994, una política exterior de derechos humanos que convirtió a Chile –luego de haber sido el Estado más acusado en dictadura por la comunidad internacional- en el país que más abogaba en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas por su respeto. Ello le significó ser elegido vicepresidente de la Comisión en 1993 y que ese mismo año las ONG de derechos humanos con sede en Ginebra le confirieran el Premio Ruth Pierce -dado al diplomático de la Comisión considerado más promotor de dichos derechos- el cual fue concedido por primera vez a un diplomático latinoamericano. Además –en 1993 y bajo su dirección- la delegación chilena cumplió una labor protagónica en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos efectuada en Viena. A tal punto, que recibió elogios en tal sentido de la prensa internacional. Y particularmente, por el rol que desempeñó Chile en la creación del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Luego, Roberto Garretón desempeñó cargos muy relevantes en el sistema internacional de protección de derechos humanos. Entre ellos, fue miembro del Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria de la ONU; un órgano del sistema conformado por cinco expertos de relevancia internacional que atendía las denuncias que llegaban al organismo mundial en la materia. Fue también Relator Especial sobre la situación de los Derechos Humanos en Zaire (República Democrática del Congo) entre 1994 y 2001. Y, en la década del 2000, fue representante para América Latina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
También en todos esos años se destacó por ser profesor de derechos humanos en numerosas instancias internacionales intergubernamentales y no gubernamentales: Acnur; Instituto Interamericano de Derechos Humanos; Comisión Andina de Juristas; Servicio Internacional de Derechos Humanos (Ginebra); Centro de Estudios Legales y Sociales (Argentina) y Universidad Europea (Madrid), entre otros. Asimismo participó en el directorio de diversas ONG de derechos humanos internacionales y chilenas, como la Comisión Internacional de Juristas, la Comisión Chilena de Derechos Humanos, el Capítulo Chileno del Ombudsman y el Instituto de la Mujer (Chile). Y entre 2010 y 2016 fue consejero del Instituto Nacional de Derechos Humanos designado por consenso por la Cámara de Diputados.
Además, Roberto Garretón desempeñó un papel protagónico en la búsqueda de justicia en el caso de Pinochet, encabezando un documentado informe de abogados presentado a la Cámara de los Lores -a través de Human Rights Watch- donde se fundamentaba la imposibilidad, por las leyes y la jurisprudencia sistemática que a la fecha desarrollaba la Corte Suprema en la aplicación del decreto-ley de amnistía, de juzgar efectivamente a Pinochet en Chile. Y si bien –como es sabido- las presiones políticas de los gobiernos de Frei y Lagos lograron la impunidad de Pinochet, tanto en Europa como en Chile; la detención y el proceso del ex dictador en Londres generó un cambio positivo de los tribunales chilenos que ha significado la obtención de justicia en numerosos casos de crímenes de lesa humanidad.
Por otro lado, se sumó tempranamente a las organizaciones que reclamaron una Asamblea Constituyente que sustituyera la Constitución del 80, refrendada por Lagos y todos sus ministros en 2005. De este modo, tuvo activa participación –junto con el juez Juan Guzmán, entre otros- en el Movimiento por una Asamblea Constituyente, fundado en 2007 por Gustavo Ruz y diversos intelectuales y líderes estudiantiles, sindicales y mapuches. Especialmente destacado fue su rol en la Campaña Marca tu Voto, promovida por dicho movimiento, y que se repitió en diversas elecciones para que cada votante agregase la denominación AC (de Asamblea Constituyente) en su sufragio; lo que fue aumentando la conciencia ciudadana de la necesidad de obtener una Constitución democrática para nuestro país.
Tuve la suerte de conocerlo y de trabajar varios años junto con él en la Asesoría de Derechos Humanos del Ministerio de Relaciones Exteriores. Allí, además de constatar su extraordinaria dedicación, excelencia profesional e inclaudicable compromiso con los derechos humanos; pude valorar su afabilidad y don de gentes. Se constituyó en un jefe de espíritu democrático –algo desgraciadamente tan excepcional en nuestra cultura autoritaria- que estimulaba las iniciativas y responsabilidades de quienes trabajaban con él; y que estaba abierto a los consejos y críticas que pudiesen perfeccionar la labor institucional.
En definitiva, fue un luchador incansable por la vigencia universal de la democracia y los derechos humanos. Un gran ejemplo para nuestro país en una época en que se ha sucumbido crecientemente –luego del “fin de las ideologías”- a las tentaciones de la adquisición de poder y riquezas; del acomodamiento al status e incluso de la corrupción ideológica, política y económica. Deber de todos nosotros será tenerlo presente lo más posible en la memoria colectiva nacional.