Por Mauro Salazar J.
Transcurría el año 1989 y nuestro valle se preparaba para ingresar a la «democracia pactada». Los sucesos son conocidos. En Brasil, en el contexto de una eliminatoria para el mundial de Italia 90′, la selección chilena incurrió en una profecía vulgar; el bullado «maracanazo (1989). Un autogolpe fue la herida infligida por un futbolista que dejó al descubierto la memoria hiperactiva que impulsó la Dictadura como vanguardia especulativa del capital. La confabulación derivó en mutuas transgresiones: sofistas de ocasión, relatos obsecuentes, lenguajes corporativos y personajes lúgubres. Las complicidades del equipo y los grupos de presión, las traiciones del cuerpo técnico y los silencios de las cupulas directivas. En suma, todas las omisiones impensadas se dieron cita. Pero lo más relevante fue la racionalidad cínica de los dirigentes de turno. Desde Sergio Stopper a Guillermo Weisnteam, pasando por Alfredo Ásfura, y un elenco de periodistas -estipendio narrativo- con distintos grados de complicidad hacia el régimen, fueron arrastrados hacia el inconsciente transicional. Los sucesos estuvieron teñidos de vileza y el corolario fue lanzar piedras a la embajada de Brasil en Santiago. Las formas bizarras de procesar el nacionalismo, adulterar información, ofrecer protección e inocular xebonofias, son la huella del Chile glorificante en indicadores, impunidades y consumos conspicuos. Ello, a modo de jingle, solo podía ser retratado por formatos hiper-mediáticos de pacificación y creatividad mercantil. Luego, como quien hace lavado de dineros, se desató la liturgia histérizante de asistir al oráculo de la FIFA en interminables caravanas que revelaban una pasión primermundista. En suma, el accidente del futbol, «con aquella herida que aún no cesa de sangrar», fue el «mito fundante» -y por antonomasia la perversión mediática- que bautizó la postransición chilena. Éste resulto el pivote para desmasificar grupos medios de alta conectividad que henchidos en la promesa del acceso asumieron entusiastamente la paternidad de los mercados: aunque años más tarde marcharon a favor y en contra de Piñera. Con todo, por esos días se comenzaba a fraguar el más eficiente mecanismo soft para un «chile dócil» -higienizante, post-ideológico y post-crítico- expandiendo la fuerza del emergente «Partido Matinal».
Lo anterior supone dos momentos de simulacro. De un lado, la «operación Albania» que prefiguró el trato testimonial de los DDHH durante la “transición pactada” (1990-2011) y el “maracanazo” que develó el clasismo cognitivo, la bendición populista de las élites en su afán de masificar accesos de gobernabilidad. Luego acaeció un descontrol exitista que décadas más tarde fue emplazado por la revuelta octubrista (2019). La trampa visual del Chile glonacal (los Piñera-Dávalos-Lerou) se hizo evidente, desplegando una legión de emprendedores, arribismos mediáticos y memorias fugitivas para los años dorados de post-Dictadura. De este modo se perpetuaba un imaginario tele-comunicacional que buscaba reponer una nueva vigilancia fluida y eficiente sobre la vida cotidiana. A poco andar, y con nuestra parroquia castigada ante la comunidad internacional, se agudizó el aislamiento, la frustración popular, el estupor elitario, y un incontrolable deseo de legitimación que implicó pasar de la FIFA al imaginario OCDE exaltando religiosamente el «milagro chileno». La consigna fue erradicar la «pobreza paria», reflejada en el «Chile de Huachos», y terminar por la vía crediticia con las poblaciones callampas, recreando nuevas formas de indigencia simbólica y bancarización de la vida cotidiana. Antes fuimos testigos del Iceberg de la Expo-Sevilla que terminó de retratar el Chile embustero que a toda costa buscaba erradicar nuestra condición pordiosera, moderar las expectativas políticas y desplegar el consumo como escenificación de emprendimientos fugaces.
De aquí en más, el Matinal en tanto terapia de gobernabilidad, dejó de ser un programa marginal al estilo «Cocinando con Mónica» y se consagró a disciplinar la vida cotidiana. Atrás quedaban los nombres de Jorge Rencoret o Pepe Guixé -rostros de los años 80′- como emblemas de un mundo gris y misógino. Y así transitamos hacia figuras de alta mediatización. El «matinal transitólogico» devino en el relato cognitivo más flexible y fluido para cincelar la vida cotidiana, erradicar los antagonismos, ambientar la acumulación descontrolada de capital, escenificando aquello que la transición debía estetizar: un historial de complicidades entre militares, animadores, modelos, empresarios, políticos de derecha y funcionarios civiles de la Dictadura que cincelaron una posición privilegiada para administrar una narrativa de la vida cotidiana. A decir verdad, hablamos de los tráficos de una “gobernanza visual” que nos permite explicar la capacidad de escándalo de nuestro actual Parlamento. Cabe admitirlo, el Matinal que consolidó el logro y no el proyecto, ha resultado el más eficiente control de la cotidianidad que incluso alcanzó los discursos dominicales de Carlos Peña. Un rectorado dominical esmerado en restituir el núcleo cognitivo para élites sin retrato de futuro. Con todo el Matinal ha logrado sobrevivir al viejo mundo que el mismo ayudó a construir mediante un nuevo «pastorado visual» que aún controla el campo de las subjetividades, sobreviviendo a la propia revuelta (2019) que lo derogó. Y cabe remarcar el punto; hablamos de un territorio virtual donde el neoliberalismo derrotó a la política. Un mecanismo totalizador de la experiencia que goza de la mayor penetración a la hora de confiscar la subjetividad hedonista. Ello obliga a una revisión más minuciosa para terminar de dimensionar su intensa performatividad cotidiana. Más allá del aluvión de las redes sociales -likes, cibercultura y democracia memética- la participación ciudadana cedió a la furia del rating. Lo popular fue sometido a una despopularización. El campo político fue canjeado por el consumo suntuario, hasta arribar al Chile de indicadores laxos. Quizá la obstruida participación política (desafección electoral) sólo podía sostener su magnitud mediante el teatro del espectáculo. De allí que el SERVEL haya devenido en una burocracia semiótica. Por fin los ingenieros del marketing postransicional no tardaron en recrear las formas meméticas que hoy gobiernan nuestro presente.
Mauro Salazar J.
Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS)
Universidad de la Frontera.